Desde que inició la pandemia, Twitter ha actuado como una red social de ayuda y soporte entre peruanos. De los cientos de ‘tuits’ compartidos a diario, destacan los que se dedican a destacar iniciativas de negocio que han nacido en medio de la crisis, llegando incluso, a convertirlas en una suerte de ‘lovemarks’ por su empatía y cercanía hacia los clientes. Este ha sido el caso de emprendimientos gastronómicos como Donoso, Don Rancherito y Las Ñañitas, que acumulan miles de seguidores en la mencionada red social.
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El Comercio, conversó en exclusiva con cada una de las mentes detrás de estos negocios, con el fin de conocer la historia detrás de aquella sazón que tanto elogian los tuiteros. ¿Qué palabras de agradecimiento guardan estos incansables emprendedores? Descúbrelo a continuación:
LAS ÑAÑITAS
Mishel Vela tiene 28 años. Es oriunda de Iquitos, pero viajó a Lima para instalarse en casa de sus abuelos a los doce años. De su mamá, heredó el gusto por la cocina, la sazón amazónica. Tiene, además, dos hermanas: Vanessa y Cynthia. Y es precisamente con esta última con quien configuró el emprendimiento que hoy ha conquistado el paladar de cientos de ‘tuiteros’.
“Soy estudiante de derecho, este año me gradúo. Hace más o menos dos años, dejé de trabajar porque salí embarazada. El objetivo era empezar a trabajar cuando mi bebé cumpliera un año, pero justo comenzó la pandemia”, recuerda. “Esa situación nos cayó como creo que para todos los peruanos: un baldazo de agua fría. No solo por el hecho de estar encerrados, sino por la poca probabilidad de encontrar un trabajo remoto. Ahí fue cuando nos dijimos ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué hacemos?”.
Su talento para la cocina hizo que apostara por empezar un emprendimiento gastronómico, teniendo a Cynthia como su mano derecha. Identificaron que un buen momento para comenzar era la fiesta de San Juan (23 de junio), y empezaron a formular un nombre atractivo para la nueva empresa. “Le dije a mi hermana, no podemos vender así no más, ¡hay que ponernos un nombre!, ¿Qué puede ser?, me dijo; y yo pensé y le dije ¡Lo que somos pues, Las Ñañitas! A mi hermana mayor todos le decimos ‘ñaña’, ‘la ñaña Vane’. Les gustó, y quedamos así”.
Sacaron el primer anuncio a finales de mayo, mediante la cuenta de Mishel, que ya contaba con cierto alcance de seguidores en Twitter. Ofrecieron de todo un poco: juanes, tacacho con cecina, mixtos y más. Para su primera vez, Mishel aún recuerda el momento como un éxito.
“Empezamos sin un sol. Nuestro capital ha sido lo que la gente compró con anticipación. Lo que nos pagaban por adelantado servía para cocinar. Al inicio, incluso, no contábamos con motorizado, los que nos ayudaban eran mi pareja y la pareja de mi hermana. Ellos dos repartieron los primeros pedidos, aunque se perdían y a veces llegaban tarde, pero en verdad la gente fue muy buena y supo comprender que era nuestra primera vez. Dentro de todo nos fue bien, así que decidimos repetirlo, esta vez dos veces al mes. Ya para eso teníamos un logo y página de Instagram, empezamos a movernos más”, rescata Mishel.
Meses después, con la página bien posicionada y una legión de más de mil seguidores en Twitter, “Las Ñañitas” venden hasta 60 platos en un buen fin de semana, caracterizándose por la generosa cantidad con la que son servidos. El rango de precios va desde los S/5 soles -lo que cuesta una empanada de yuca- hasta un piqueo regional que está S/60 soles y lleva todo, empanaditas, tacachitos, patacones, chorizo y cecina.
“Las Ñañitas se ha dado a conocer por el cariño de la gente. La publicidad de boca a boca. Y eso que de las personas que nos compran, solo un 50% o 40% postean fotografías o mensajes, los demás me escriben por interno, siempre con mucho cariño. Agradezco a todas las personas que apostaron por nosotras, que comparten su experiencia, nos recomiendan y se sienten felices comiendo nuestra comida. Muchas veces en los restaurantes, cuando cocinas para muchos, se pierde el cariño de cocinar como si fuera para tu familia. Para mí, Twitter es como mi familia, así que cuando cocino, lo hago con amor”.
DONOSO
Aunque no nació precisamente en pandemia, el emprendimiento dirigido por el encargado de Aduanas Juan Carlos Donoso (34) dio un giro de 180° a raíz del confinamiento, así como también recibió un ‘boom’ de seguidores en los últimos meses, llegando a convertirse en toda una ‘lovemark’ de Twitter, con más de 11 mil personas al tanto de sus deliciosas innovaciones.
Donoso vio la luz en junio del 2019, pero meses atrás empezó a tomar forma a partir de una conversación entre Juan Carlos y su madre, Edith Dalila. “Mi mamá, la señora Edith Dalila es tumbesina. Desde el año 97, tiene un restaurante en Chanchamayo, donde prepara full comida criolla. Fijo debe hacer el arroz con pato más rico del Perú. Pasaron los años y decidimos (yo y mi hermana) decirle a mi mamá que venga a Lima. Le propuse, traer el restaurante de allá para acá, pedir un préstamo y acá sacarlo adelante. Para esto, yo no soy cocinero ni nada, soy un gordo que come bien (risas), acostumbrado a la gran sazón de mi mamá. Bueno, se lo propuse, y me dijo que no, que no la hacía después de tantos años, que aún quería quedarse por allá. Cuando ella me dio esa respuesta, yo ya había sacado el préstamo. Me dije, ¿ahora qué hago? Y luego de darle vueltas en la cabeza, pensé en un foodtruck de comida rápida”, recuerda.
Luego de darle vueltas a la carta y decidirse por ofrecer hamburguesas y salchipapas, llegó el momento de elegir el nombre. “El bendito nombre”, menciona. Fue fácil, en teoría, la clave estaba en su propio nombre, en el apellido que había usado como ‘chapa’ para su abuelo, su papá, y para él. “Donoso”, así quedó.
Empezaron deleitando en la calle República de Panamá, hasta diciembre del 2019. Fueron a varios eventos con el ‘goodtruck’, entre ellos, matrimonios. Tres meses estuvieron en Barranco, en Nicolás de Piérola, hasta que llegó la pandemia. “Ahí tocó reformular todo”, comenta.
“Para empezar, tuve que buscar un local. Solo teníamos un camión. Nunca solté a mis trabajadores. Con lo que se había generado anteriormente, con el sueldo que yo trabajé y con ahorros, logramos mantenernos. Quizá también porque éramos una plana baja. No podía soltar a mi gente. Ellos ya eran mi familia, y hubiera sido muy irresponsable de mi parte hacerlo. Tal vez no fue un ingreso completo, pero pudimos ofrecerles un sostén para esos primeros meses tan complicados”, rescata Juan Carlos. “Empezamos en un local realmente pequeño, también en Catalino Miranda, de 17 metros cuadrados apenas. No tenía nada para implementar. Pero había dinero de préstamos anteriores y algo ahorrado. Nos propusimos sacar todo del camión y habilitarlo. De a pocos nos fuimos ordenando”.
Para Juan Carlos Donoso, ser transparente con sus seguidores ha sido esencial. Cuando volvió con el negocio luego de un tiempo ausente fue sincero en redes: “Les dije la verdad. Que no había soltado a mi gente, a pesar de que nos estábamos ahogando. El regreso generó tal expectativa que la gente empezó a hacernos compras preventa. Tuve que lanzar esa condición, porque estábamos sin ingresos. Necesitábamos implementar algo para resistir. Funcionó súper bien. Gente que no me conocía, que solo había leído la historia del emprendimiento, apostó por comprar. Twitter ayudó mucho”.
Los primeros meses solo eran tres personas trabajando a puerta cerrada. Juan Carlos se encargaba del delivery. Con el tiempo, y la gran acogida, la familia fue creciendo. Hoy, son alrededor de doce personas, y en un buen fin de semana pueden llegar a atender hasta 900 pedidos. Empezaron con tres propuestas, y hoy cuentan con opciones hasta en diez categorías, incluyendo almuerzos y desayunos. De lejos, las hamburguesas son el plato estrella.
Sobre el cariño en redes, Donoso solo tiene que decir lo siguiente: “A pesar de que crezcamos, siempre estaré ahí con ellos, con la misma empatía y cercanía. Les agradezco infinitamente, creo que son lo más importante que me ha podido pasar en estos últimos meses. El crecimiento que he tenido es algo que no me imaginaba. Les diría también, que sean pacientes, que ya vendrán tiempos mejores. Que ya podrán abrazar a esa persona que tanto quieren. Que estén agradecidos con lo que tienen, porque han sido tiempos complicados para todos. Que cuiden su salud, tanto la física como la mental. Me emociona mucho hablar sobre ellos, les agradezco sinceramente”.
DON RANCHERITO
Hace poco más de ocho años, el diseñador gráfico Alan Rodríguez comenzó su aventura en el rubro gastronómico. Fue al lado de su esposa, Aylen Quispe, con un restaurante al que llamó “Tío Alan”. Les iba bien, no se podían quejar. Ofrecían todo tipo de platos criollos, en menús ejecutivos, económicos y para empresas. Sin embargo, como pasó con muchos emprendimientos peruanos, llegó a la pandemia y las ventas -literalmente- se fueron al suelo.
Pasaban los días y Alan se preguntaba “¿Qué va a ser de nosotros?”. Procuraron mantener la calma y en uno de esos días de cuarentena se animaron a preparar pollo a la brasa. “Ya habíamos visto todos los tiktoks, películas y leído todos los libros. Lo hicimos como jugando, para pasar el día y comer en familia, en una cocinita pequeña, de carbón, que tapábamos con una olla. Nos salió rico, así que empezamos a hacer alitas a la brasa, piernitas a la brasa. En ese entonces el presidente aún decía eso de “en quince días más volvemos”, y nosotros solo imaginábamos volver para implementar el pollo a la brasa en el restaurante del Tío Alan. Pero pasaban quince días más, quince días más, y las cosas no pintaban bien”, recuerda.
La pareja se dio cuenta que debían hacer algo cuanto antes. El pollo a la brasa era buena opción, pues rápidamente se posicionó como uno de los platillos que más extrañaba probar la gente durante la cuarentena. Los meses de mayo y junio sirvieron para buscar una sazón especial, ubicar proveedores de calidad para el pollo y las papas, detectar los tiempos de cocción, y comprar un horno adecuado para cocinar la propuesta.
“Creamos una marca aparte del Tío Alan para que los clientes no confundan la comida criolla con el pollo a la brasa. Le pusimos Don Rancherito. Así nació. En medio de la cuarentena. Por necesidad. Para sacar ingresos de alguna forma”, comenta Alan. “Se ha hecho camino al andar. Cada paso que dábamos era descubrir qué más nos esperaba, mucha gente perdió su trabajo, mucha gente no sabía si iba a llegar a fin de mes. En nuestro caso particular, nunca hubo canasta, nunca hubo bono, nunca hubo nada de nada. Pero Don Rancherito nos ayudó”.
Para él, Twitter era terreno desconocido, una tecnología muy complicada como para intentar sumergirse en ella. Sin embargo, se animó a crearse una cuenta en julio del año pasado, con el fin de poder conectar con posibles clientes del emprendimiento que nacía.
“Yo te soy sincero. Aún sigo luchando con Twitter e Instagram. Pero gracias a este primero, he contactado con gente en el momento oportuno. Los usuarios nos acogieron muy bien, nos han dado la confianza para seguir”. Para Rodríguez, el ‘boom’ de la marca se dio luego de una publicación viral del banquito que utilizaba Don Rancherito para hacer sus entregas de pollo a la brasa cumpliendo con los protocolos de seguridad.
“Entré en julio a Twitter y de repente alguien posteó la foto del banquito de ‘abejosito’ diciendo “qué lindo”. Comenté “si, pero también fíjense en mi pollo a la brasa, por favor”, y el post empezó a crecer como una bolita de nieve. Gente como Carlos León Moya, Lali Goyzueta, Patricio Valderrama, nos retuitearon, y con su gran alcance nos hicimos más conocidos. Yo no esperaba nada, no los conocía, no sabía que eran tan queridos en esa red social. Pero les agradezco, me dieron una oportunidad”, cuenta Alan.
Luego de ello siguieron “Los Juegos Rancheros”, “El Cumple Ranchero”, y la campaña “Adopta un abejosito en Navidad”, con la que lograron armar una caja chica para brindar cenas a los ‘rancheritos’ de la calle. “Han sido momentos muy bonitos. Veo en retrospectiva y no me lo creo”.
El pollo a la brasa de Don Rancherito llega a donde sea, afirma su creador, y se le puede agregar arroz chaufa, cortes de parrilla, y hasta picarones. Basta con preguntar. Sobre el cariño de sus más de 2 mil seguidores en la red social, Alan menciona lo siguiente: “Gracias porque ellos no solo han ayudado a mi familia. Han ayudado a las familias de los chicos que trabajan conmigo. El banquito ha sido un mensajero para que las familias de aquí puedan subsistir, aguantar. Hay tanta gente que nos ha dado la mano sin pedir nada a cambio. El 99.9% de tuiteros o influencers de twitter a los que les he dicho, ‘te puedo mandar un pollito, y si te gusta lo compartes en tus redes’, me han dicho ya, bacán, pero yo te pago el pollo. Eso, ha sido para mí, casi casi botar lágrimas”.
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