Sandra Yépez Ríos
Mi esposo es de aquellos despistados que en más de una ocasión se ha dejado pillar con la cabeza en la Luna, sin escuchar nada de lo que uno le está diciendo. Hace poco le reclamé: «Parece que los hombres solo oyen la mitad de lo que las mujeres les decimos». Él, luego de un minuto y con tono bromista me respondió: «Quizá no escuchamos la mitad, sino que las mujeres hablan el doble».
¿Será posible?, me pregunté, ¿Será que las mujeres hablamos mucho más que los hombres; tanto es así que a veces los ahogamos en nuestro mar de palabras? El argumento me olía a justificación inventada por la sociedad de maridos despistados, así que resolví recurrir a los expertos.
«No solo hablamos más, sino que procesamos distinto la información», me explicó Blanca Castro Varela, una conferencista mexicana que con frecuencia ofrece charlas en el Perú sobre estos temas. «Decodificamos distinto los mensajes y por ende nuestro procesamiento de emociones y relaciones es diferente».
Decidí indagar más afondo y encontré que, aunque algunos expertos coincidían con lo que Castro Varela me había explicado, el asunto era objeto de un gran debate entre psicólogos, biólogos e investigadores desde hacía décadas. Nadie había llegado a un acuerdo sobre si, en efecto, las mujeres hablamos mucho más, y de ser así por qué lo hacemos.
LAS MUJERES NACIMOS PARLANCHINAS
Para algunos expertos, no hay vueltas que dar: las mujeres sí hablamos más y esto se debe a que así nacimos. Una defensora de esta idea es la neuropsiquiatra Estadounidense Louann Brizendine, quien asegura que las diferencias hormonales entre hombres y mujeres hacen que la arquitectura de nuestros cerebros también sea diferente y por ende nos comportemos distinto.
Brizendine expuso sus ideas, por primera vez, en un controversial libro publicado el 2006 bajo el título «El cerebro femenino», donde sostenía que, en promedio, una mujer hablaba unas 20 mil palabras al día, mientras que un hombre bordeaba solo las 7000.
Bastó que el libro saliera a la venta para que sus rotundas aseveraciones se esparcieran más rápido que un chisme. Al cabo de semanas, decenas de medios de comunicación titulaban «¡Confirmado! Las mujeres hablan el triple que los hombres».
Pero a muchos investigadores los números de Brizendine les parecieron inconsistentes. En el 2007, la Universidad de Pensilvania confrontó a la escritora argumentando que sus cifras eran prácticamente un invento. Casi al mismo tiempo, la Universidad de Arizona presentó los resultados de una investigación que demostraba que hombres y mujeres hablan casi lo mismo; en promedio, unas 16 mil palabras al día.
Tan contundentes fueron las críticas, que en la segunda edición de su libro, Brizendine resolvió eliminar los controversiales números. Pero aquella primera estadística ya se había propagado, citado y repetido de blog en blog y de boca en boca.
ASÍ NOS CRIARON
Aunque las cifras no confirman que las mujeres hablemos más, está claro que procesamos pensamientos y emociones de modo diferente. De acuerdo con algunos expertos, eso no se debe a que hombres y mujeres hayamos realmente nacido distintos, sino más bien a que fuimos criados según ciertos roles de género.
Desde la infancia, niños y niñas aprenden a usar el lenguaje y la comunicación de forma particular, explica Deborah Tannen, profesora de Sociolingüística de la Universidad de Georgetown, y autora del libro «Tú simplemente no lo entiendes».
«Las mujeres se inclinan hacia un estilo de comunicación enfocado a crear conexiones emocionales, mientras que los hombres adoptan un estilo dirigido a intercambiar información», sostiene Tannen en su libro.
Aplicada a la vida diaria, la teoría de Tannen parece tener sentido. ¿Cuántas veces hemos escuchado a nuestros esposos darnos una solución absolutamente pragmática a un asunto que nosotras pretendíamos abordar de un modo más emocional?
Recurro a Castro Varela de nuevo y su opinión coincide con la de la experta estadounidense.
«A la frustración que sentimos las mujeres, cuando creemos que no somos escuchadas, deberíamos agregarle que no somos escuchadas como a nosotras nos gustaría (…). Los varones reciben la información, no la procesan mucho (…) y solo responden como mera transmisión de datos», me explica la conferencista mexicana.
En efecto, basta recordar las veces en que, luego de obligar a nuestro hombre a caer en cuenta de nuestro nuevo corte de cabello, recibimos de su parte un: «sí, te ves bien», en lugar de aquel: «¡Dios mío, estás despampanante, mi amor! », que estábamos esperando escuchar.
TODO DEPENDE DE DÓNDE Y CUÁNDO
Pero a varios científicos (¡y a algunas de nosotras!) la descripción «mujer emocional, hombre pragmático» les parece reducida y machista. De modo que para muchos, si acaso hay alguna diferencia entre hombres y mujeres, esta no tiene que ver ni con la biología ni con el modo en el que fuimos criados: la clave está en el contexto.
En julio pasado, científicos de la Universidad de Harvard publicaron resultados de una pequeña investigación en la cual se demuestra que, en ciertos escenarios, las mujeres somos las dueñas de la conversación; pero en otros, los hombres son más parlanchines.
Los investigadores analizaron los diálogos de hombres y mujeres en dos contextos diferentes: la hora del almuerzo durante la jornada laboral, y una reunión para realizar un trabajo académico en grupo. En ambos escenarios se encontraron momentos en que los hombres se destacaban hablando más y otros en que las mujeres tomaban la delantera, sin que ninguno hablara significativamente más que el otro.
En suma, todo indica que la contienda de palabras termina con un empate. Puede ser que procesemos las cosas de modo diferente, pero no hay nada que confirme que las mujeres hablamos el doble que los hombres.
Y sobre si los hombres consiguen escuchar tan solo la mitad de lo que uno les dice, aquello es materia de nuevos estudios. Por ahora, ninguna universidad se ha interesado en investigar los problemas de atención dispersa de algunos maridos.