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Caminos del Inca 1970: historias, ganadores y las mejores fotos exclusivas del rally más duro de hace 55 años
Hace apenas dos días, el 8 de octubre, arrancó Caminos del Inca 2025, el emblemático rally que recorre varios departamentos del Perú y pone a prueba la destreza y resistencia de los participantes. Sin embargo, fue en la memorable edición de septiembre de 1970 que la historia de esta carrera alcanzó un punto de inflexión: ese año quedó grabado como un clásico absoluto del automovilismo peruano.
El ganador absoluto en el cuadro general de Caminos del Inca 1970 fue el gran corredor peruano Henry Bradley. La imagen es del 13 de septiembre de 1970, cuando todo empezaba en la partida en Moyopampa. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio / Jorge Chávez)
Caminos del Inca 1970: historias, ganadores y las mejores fotos exclusivas del rally más duro de hace 55 años
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En 1970, una auténtica odisea sobre ruedas desafió la cordillera y voluntad de quienes se atrevieron a recorrerla, entre héroes anónimos y ovaciones que resonaban en cada pueblo andino. Ese año, elGran Premio Caminos del Incaconsagró a Henry Bradley como tricampeón, en una edición marcada por la astucia, el drama mecánico y el cálido abrazo del público. El espíritu indomable del automovilismo peruano vibró desde su partida en el polvo de Moyopampa, al este de Lima. Aquella quinta edición fue, sin duda, la más difícil hasta entonces: el clima adverso, los abismos y las constantes fallas mecánicas se confabularon para poner a prueba a los grandes y consagrar al más merecedor. Al final, la bandera a cuadros ondeó para Bradley, pero también para la tenacidad y el coraje de toda una generación de bravos corredores.
Había que tener visión y coraje para imaginar un rally que cruzara el corazón del Perú cuando el asfalto aún era un lujo y los caminos se confundían con las quebradas. En 1965, Román “Nicky” Alzamora, presidente del Automóvil Club Peruano (ACP), lo soñó. No estuvo solo: Henry Bradley junior, recién llegado de una competencia en Argentina, lo animó a darle forma a la idea. Así nació Caminos del Inca, inspirado en las gestas ruteras del continente, pero con alma andina, con ese carácter recio que solo podía forjar el polvo, la altura y la aventura.
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Se delineó la ruta definitiva, y un año después, en 1966, bajo la presidencia en la ACP de Eduardo Dibós Chappuis, el sueño se volvió realidad: 2.695 kilómetros de desafío, cinco etapas que unían Lima, Huancayo, Ayacucho, Cusco, Arequipa y el regreso triunfal a la capital. El Caminos del Inca moderno pronto se convirtió en una prueba de temple.
Eduardo Dibós Chappuis, alcalde de Lima y promotor clave del Gran Premio Caminos del Inca desde 1966, despidió a los corredores en la partida de Moyopampa en la edición de 1970. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio / Jorge Chávez)
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Cada kilómetro contaba una historia: la de los autos maltrechos, la de los copilotos con la mirada fija en los abismos, la de los mecánicos que se volvían héroes al borde de la noche. Así, en 1966, vencieron Henry Bradley y César Vidaurre con su Volvo; un año después, los hermanos Arnaldo y Enrique Alvarado domaron la ruta en un Ford Mustang, y en 1968 Bradley y Vidaurre repitieron la gloria con un Mercedes-Benz. Era el rally más duro, esperado y nuestro.
Todo el Perú despertó aquel domingo 13 de septiembre de 1970 con la promesa de una gesta. De Moyopampa al valle, del valle al altiplano y de allí de nuevo a la costa. Treinta y un autos y sus pilotos se citaron para competir. Caminos del Inca no era sólo kilómetros: era un viaje a la entraña del país, donde reinaban las rocas, piedras, lluvias y las curvas peligrosas.
Moyopampa, en el distrito de Lurigancho-Chosica, amaneció con un brío peculiar. El cielo despejado y una tensión al máximo marcaron esa jornada, cuyo fondo visual eran esas 31 máquinas que iban en búsqueda de su inmortalidad.
Primer tramo de la carrera Caminos del Inca 1970. Se iniciaba una durísima prueba de una semana. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio / Jorge Chávez)
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Minutos antes de la partida oficial, los mecánicos tenían el corazón en la garganta y los pilotos se aferraban a sus volantes con una fe en sus propias fuerzas. El rumor del río Rímac y de su afluente el río Santa Eulalia, acompañaban los últimos ajustes. La largada, a las nueve de la mañana, fue un trueno de motores. La Central Hidroeléctrica de Moyopampa relucía en un ambiente de innegable disputa automovilística.
En Ticlio, una cortina de nieve sorprendió a todos. Los favoritos, el piloto finlandésHannu Mikkola, campeón del mundo, y su copiloto, el sueco Gunnar Palm, quien había ganado Caminos del Inca en 1969 junto al piloto inglés Tony Fall, sufrieron el rigor de la altura y el frío, y debieron decir adiós; mientras Dieter Hubner se impuso al frente con temple boliviano.
Henry Bradley, uno de los favoritos (había ganado dos veces Caminos del Inca), prefirió en esta primera etapa actuar estratégicamente y cuidar su Fort Escort. La aventura apenas empezaba, y el país ya estaba vibrando con la competencia.
Los bólidos de las distintas categorías avanzaban hacia el interior del país. Empezaba una de las etapas más duras por el clima frío. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio / Jorge Chávez)
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Los pueblos ribereños saludaban a su paso. En Huancayo, la llegada era fiesta en cada pueblo: los escolares batían palmas, los abuelos recordaban leyendas pasadas y los niños ya querían ser pilotos. Allí se dieron las primeras bajas mecánicas y los primeros sollozos de impotencia en plena sierra.
La segunda etapa presentó su propio suplicio: 263 kilómetros de afirmado y polvo, donde cada curva podía ser una trampa. Bradley, con inteligencia fría de alguien experimentado, aceleró cuando debía y frenaba donde tocaba hacerlo. Todo un ejemplo. El piloto peruano dejaba tras de sí a los favoritos de la víspera, y se colocaba en la punta general para no soltarla hasta el final.
El camino de este tramo estaba repleto de parajes inhóspitos, y curvas demoníacas. Barrancos, abismos, puntos ciegos revelaban la sangre fría de los pilotos. Por eso lares, todos recordaron la historia del corredor peruano Emilio Fort, quien solo el año anterior, 1969, había tatuado su tragedia en el rally peruano.
El muro blanco en Ticlio fue la prueba en la que varios competidores debieron dejar la carrera más intrincada del Perú. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio / Jorge Chávez)
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Emilio Fort y su copiloto Ortiz, piloteando su Ford Escort, desafiaban el tramo Huancayo-Ayacucho cuando el destino los sorprendió: un abismo se abrió bajo sus ruedas y terminaron en las aguas del río Mantaro. Así, el Gran Premio mostró, ya en su cuarta edición que, tras la gloria y el polvo, también puede cruzarse el silencio y el dolor.
De esta forma, los rezos, los susurros y los gritos se mezclaban en las quebradas, mientras la caravana de autos se estiraba y Sabine Grimm ganaba en su categoría, acaparando aplausos y corazones en cada pueblo. Sabine fue así la primera mujer en ganar en los Caminos del Inca.
La meta en Ayacucho recibió a los sobrevivientes, pero el asfalto quedaba ya lejos. Algunos dejaron la ruta para volver a su vida cotidiana; pero otros emergieron como protagonistas inesperados. Gino Schettini, Carlessi, Teodoro “Zorro” Yangali: todos escribieron ese año de 1970 su renglón en la aventura de Caminos del Inca.
Los mecánicos auxiliaron a los autos y trataron en la medida de lo posible de salvarlos del abandono de Caminos del Inca 1970. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio / Jorge Chávez)
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BARRO, SUDOR Y CORAJE: AYACUCHO-CUSCO
Apenas despuntaban los primeros rayos del sol, el tercer día prometía más drama. La lluvia convirtió la ruta en lodazal. Pero los pilotos -y sus tercas máquinas- no claudicaron. Bradley partió primero con la lección del veterano: sostener ritmo y cabeza fría. El Zorro Yangali vino tras él, no cedió terreno hasta que las fallas mecánicas lo traicionaron.
Fue una lucha constante de habilidad y prudencia. Hacia Andahuaylas, la afición estalló al paso de la caravana; cada niño contaba uno a uno los autos y los adultos se encomendaban a la Virgen. El alemán Peter Kube y Carlessi persistieron a la caza del líder, pero los minutos se hicieron eternos bajo el cielo cusqueño.
Finalmente, el buen Bradley cruzó la meta en Puquio ovacionado, embarrado pero victorioso. En cada pueblo se resaltó el arrojo de Sabine Grimm, con su copilotoTater Ledgard, el temple teutón de Kube y la habilidad provinciana del iqueño Alejandro “Jano” Montoya.
El público aficionado a los autos colmaron cada punto de llegada o descanso de las máquinas durante el largo trayecto. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio / Jorge Chávez)
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CAMINOS DEL INCA: CUSCO-AREQUIPA
La cuarta etapa, la de los imposibles, despertó temprano a los que quedaban vivos. La ruta desafió con sus cambios de clima y altura, y Peter Kube, casi en silencio, hizo historia: fue el único en batir el récord de Tony Fall en el tramo Cusco-Arequipa. Bradley, puntero en la general, era precavido y se tomó tiempo para reparar su auto al borde del abandono.
Los aficionados y curiosos provenientes del Collao, Juliaca y Chuquibambilla fueron testigos de un Carlessi peleando de cerca, y de un Dieter Hubner, el recio boliviano, abandonando por problemas mecánicos.
Yangali siguió ejerciendo presión desde su categoría, mientras los abandonos se multiplicaban y los mecánicos se tornaban magos bajo presión. El público arequipeño los recibió como lo que eran: verdaderos maestros del volante, con aplausos interminables de cariño y respeto.
Las condiciones del trayecto en esa edición 1970 de Caminos de Inca revelaron la capacidad de los mejores corredores de esos años. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio / Jorge Chávez)
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ÚLTIMO ASFALTO: AREQUIPA-LIMA. LOS SOBREVIVIENTES
La etapa final, más de 900 kilómetros por la costa, era una prueba de resistencia física y de nervios de acero. Kube nuevamente aceleró a fondo y ganó la etapa. Pero la prueba general estuvo completamente entregada a Henry Bradley, quien continuó con una insobornable cautela veloz: el fantasma de alguna falla mecánica lo acompañaría hasta la meta.
La meta de Bradley no era hacer un nuevo récord sino vivir la gloria de sobrevivir, completar otra hazaña para el automovilismo peruano. Los “campeones del pueblo”, aquellos que llegaron aunque no ganaron, fueron también aplaudidos por el público.
Los Caminos del Inca1970 fue un rally para titanes. De 31 autos que empezaron, solo 12 pudieron cruzar la bandera a cuadros. Yangali ganó en la categoría D por regularidad, y Sabine Grimm, la reina del asfalto, arrancó aplausos por su victoria en la suya, la categoría A. Cada piloto sobreviviente era un relato, solo bastaba leer la bitácora que elaboraban los copilotos para saber de todos los sustos y milagros que debieron sobrellevar.
La edición de 1969 de Caminos del Inca estuvo marcada por el trágico accidente del piloto Emilio Fort, cuya sombra dejó una profunda impresión en los corredores de la competencia de 1970. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio / Jorge Chávez)
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CELEBRACIÓN Y ALEGRÍA DEL PUEBLO
En Pucusana la llegada, el domingo 20 de septiembre de 1970, fue clamorosa. Henry Bradley recibió el abrazo emotivo de su esposa, y el tercer título de Caminos del Inca, igualando al mítico Henry padre. El “chalaco universal” se consagró no sólo como piloto sino como leyenda nacional. A su rival Carlessi lo cargaron en hombros por sus paisanos con carteles de admiración.
Sin duda, la presencia de Sabine Grimm no fue detalle menor. Entre aficionados aún incrédulos, ella emergió como la fe y el coraje de una nueva camada: joven, hábil y celebrada en cada pueblo. De cada parada salía con ovación y un manojo de flores improvisadas. Ella conquistó el respeto de los hombres y las mujeres por igual.
El otro gran protagonista del evento automovilístico fue la afición, que agradecía el esfuerzo de los participantes, y se expresaba en cada niño que pedía autógrafos, en las bandas que nunca se cansaron de acompañar y, sobre todo, en las señoras que ofrecían sopa caliente al costado de la pista.
El Perú entero celebró esa vez, no la victoria de uno sino el gesto colectivo del coraje y la pasión de cada corredor.