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La mañana del martes 22 de noviembre de 1921, el cielo de Ancón, al norte de Lima, vio los últimos minutos de vida del joven aviador Carlos Augusto Hildebrandt Dávila. Era una de las esperanzas de la aviación peruana, un “as”, como se decía entonces, pero el destino se ensañó con él hace exactamente 100 años.
Ancón era una villa apartada de la ciudad, y en ella funcionaba la Escuela de Hidroaviación. Carlos Augusto Hildebrandt, un aviador entusiasta y arriesgado, estaba sin embargo muy tranquilo y en familia esa mañana. Él volaba como alumno de la escuela, pero era considerado un piloto sobresaliente. Esa mañana se habían anotado temprano sus compañeros y, en orden, volaban en el cielo limpio, sin neblina ni vientos preocupantes.
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Tras un interés inicial en la Marina (llegó a ser teniente de Marina), el joven Hildebrandt soñó con volar y fue uno de los primeros en inscribirse en la escuela de Ancón. Fue un alumno tan eficiente que se convirtió pronto en una esperanza para la aviación nacional. Esa mañana fatal, Carlos Augusto preparó un vuelo especial. Quería dar una sorpresa a su madre y a su esposa, y las invitó a verlo volar.
Ningún miembro de su familia lo había visto volar, y entonces Carlos Augusto pensó que el mejor momento era luego de los rutinarios vuelos de instrucción. Y así se dispuso todo. Quiso impresionar y demostrar sus avances a sus seres más amados. Se tenía mucha confianza, y por eso intentó una “ascensión vistosa y elegante”, reseñó El Comercio de la tarde, ese mismo día 22 de noviembre de 1921.
Su madre y su esposa llegaron un día antes a Ancón, el bello balneario al norte de Lima, para instalarse y ver los avances aéreos de Carlos Augusto. Hildebrandt era un aviador joven, pero a la vez experimentado y, pese a su entusiasmo, bastante precavido. No era un novato, por eso cuidó que los mecánicos revisaran bien el motor del “bote-volador”.
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Para más cuidado aún, esa misma mañana se había realizado varios vuelos con el mismo aparato, y estaba en buenas condiciones para hacer la ascensión. Ya eran casi las 10 de la mañana, y el aparato aéreo de 120 caballos de fuerza estaba listo. Unos detalles adicionales y el vuelo de Hildebrandt debía empezar
El piloto se despidió de su madre y de su esposa con gestos amorosos y abrazos antes de subir a su nave. Sus amigos y compañeros también lo despidieron con inusual cariño y confianza, pues era uno de los más competentes y conocía bien su bote-volador, como le decían entonces. Nadie dudaba de su éxito.
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Pero, por más que todo parecía perfecto, la fatalidad llegó esa mañana a Ancón. Hildebrandt avanzó con su avión sobre las aguas sin ningún problema; giró en media vuelta, y luego levantó vuelo con facilidad, sin ninguna novedad, mientras abajo se apreciaba cómo crecía el mar de Ancón.
Todo era suave, los timones y el día soleado, y Hildebrandt sabía que empezaba lo mejor: el vuelo vistoso que quería mostrar a su familia. Era un vuelo “sereno y recto”, describió El Comercio. En tierra, solo cabía la admiración.
La nave subió un poco más y ya dominaba el aire a su antojo; avanzaba por la bahía y por las zonas pobladas y volvía al mar, iba y venía. El joven aviador ejecutaba las evoluciones con pericia y conocimiento, y buscaba subir un poco más para sorprender a su familia que sabía que lo observaba anonadada.
Cuando ya había dado las mejores muestras de su dominio aéreo, Hildebrandt decidió regresar a tierra. Todavía estaba sobre la población, por ello debía conducir su hidroavión hacia el mar. Aún estaba a una regular altura, cuando al hacer el giro la máquina -supuestamente en perfectas condiciones- falló. “Una de las piezas principales del aparato había sufrido un desperfecto horrible. La caída era inevitable”, indicó el diario decano en su nota de esa tarde.
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La máquina empezó a caer y no dejó tiempo para casi nada. Hildebrandt buscó darle dirección, trató de precipitarse al mar, en un último esfuerzo por salvar su vida. Pero los timones estaban muertos; la nave ya no respondía a ninguna maniobra de último segundo. La tierra lo esperaba, dura y mortal, mientras su familia y sus amigos veían toda la escena con estupor e impotencia.
El avión estaba completamente destrozado. Había caído detrás del antiguo cementerio, cerca de la playa. Familiares, amigos, vecinos de la zona fueron a verlo. Hasta ese momento no había ocurrido allí ningún accidente esa dimensión.
Cabía la posibilidad de que Hildebrandt aún viviera. Con esa esperanza todos corrieron al punto de la caída. La gente de Ancón conocía a todos los jóvenes pilotos de la Escuela de Hidroaviación. Llegaron primero a la escena sus compañeros de vuelo. Ellos fueron los que sacaron el cuerpo del piloto de la barquilla donde se hallaba.
Hildebrandt aún daba señales de vida. Los médicos y enfermeros de la zona acudieron en su auxilio. Lo llevaron a la escuela y allí trataron de estabilizarlo, pero su cuerpo estaba muy golpeado, especialmente el lado izquierdo, afectando su corazón; además de su rostro desfigurado, tenía heridas profundas y con seguridad hemorragias internas. El joven piloto agonizaba.
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En ese trance, no olvidó a su familia, a la que requería constantemente; aún le quedaba energía suficiente para decir unas palabras y solo repetía con angustia -cuenta el cronista de El Comercio- : “El alerón no obedecía, estaba roto. Era imposible estabilizar el aparato”. Los médicos trataron por todos los medios de evitar su deceso o al menos atenuar su dolor.
Una operación debía darse, pero en Ancón era imposible. Cuando estaban organizando la marcha a Lima, Carlos Augusto Hildebrandt Dávila, adolorido, exhausto, pero siempre rodeado de su familia y amigos, murió a las 11 y 50 de la mañana.
Cubierto con una sábana por sus amigos, el cuerpo del aviador fue trasladado en un tren expreso 40 minutos después de su deceso. Una hora después, en la antigua estación de La Palma, lo recibieron miembros de la aviación militar de Maranga y de la Escuela de Hidroaviación de Ancón. Con el joven Hildebrandt murió lo mejor que se esperaba de la aviación peruana. Por esa solo idea, merecía ser visto como un “nuevo mártir de la aviación peruana”.
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