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“África de Fieras”: la inolvidable historia de un antiguo circo que animó Lima desde los años 50 | FOTOS
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En los meses de julio y agosto de los años 50, 60 y 70, cuando el invierno limeño se instalaba en las calles con su cielo gris, una carpa multicolor irrumpía en la ciudad como un estallido de vida. El circo “África de Fieras” o, simplemente, circo “África”, dirigido por la familia Basurco, fue mucho más que un espectáculo: fue una tradición popular, una fiesta compartida, una postal de la infancia para miles de peruanos. Con sus pistas de tierra, agua y hasta hielo, y su ruidosa troupe de payasos, leones, trapecistas y elefantes, este circo marcó una época dorada del entretenimiento en Lima.
“ÁFRICA DE FIERAS”: LA CARPA DE ALFONSO UGARTE
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Aunque hacia mediados de la década de 1950 se ubicaba en la primera cuadra de la avenida Tacna, en pleno centro limeño, fue durante los años 60 que el circo “África de Fieras” se posicionó de la cuadra 10 de la avenida Alfonso Ugarte, es decir, en la esquina de Alfonso Ugarte con Uruguay.

En esa deseada esquina se hallaba, hasta inicios de esa década sesentera, la cochera y el taller de autos de la empresa “Italo Peruana”. La “década prodigiosa” de los sesenta presentaba la avenida Alfonso Ugarte como una arteria vial algo ajetreada de Lima.
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Así, en el invierno de 1966, en plena temporada de circos, el “África de Fieras” ofreció una matiné muy especial. Era el lunes 11 de julio, y la función iba dedicada a los niños y adultos mayores de las zonas populares de Lima. Esa función fue anunciada como una presentación con precios muy especiales (casi simbólicos) y la ciudad respondió con entusiasmo.

Lo que más asombró ese día fueron los animales: nueve leones africanos rugían desde sus jaulas, y los pequeños se acercaban con ojos tan abiertos como platos. También destacaron en la carpa “Bimbo” y “Dumbo”, dos elefantes enanos venidos desde el Japón (eso decían); el mono “Happy” y los famosos “osos boxeadores”, que se enfrentaban en el centro de la pista en medio de la ovación general.
Pero si los animales imponían respeto, los payasos se robaban el corazón de grandes y chicos. Dieciséis en total aquella tarde, incluyendo a nombres legendarios como “Pitillo”, “Bombilla”, “Pollito Pérez”, “Toscanito” y “Farolito”. Ellos recorrían las gradas, hacían bromas y se peleaban en el escenario con una torpeza fingida y perfectamente calculada a la vez.

Esa función fue el anuncio perfecto para su estreno oficial, programado para el jueves 14 de julio de 1966, con tres funciones diarias, como lo venían haciendo desde mediados de los años 50: matiné, vermut y noche. Así lo reseñó El Comercio en su nota “Nueva temporada inicia el circo África de Fieras.
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Aquel año de 1966, como en muchísimos casos anteriores y posteriores, el circo “África de Fieras” (o circo “África”) permaneció más de un mes instalado en esa esquina limeña de las avenidas Alfonso Ugarte con Uruguay.

Ese circo atraía a multitudes a pesar de la competencia de otras grandes carpas como el “Circo Americano”, el “Circo EGRED” o el “Circo de Pekín”. Pero ninguno logró apagar la bulliciosa risa que nacía desde el corazón de la llamada también “Carpa africana”. Era, sin duda, uno de los show circenses más populares del Centro de Lima.
“ÁFRICA DE FIERAS”: LA EDAD DE ORO DEL ESPECTÁCULO
Detrás del telón y del desfile de fieras había una empresa familiar: la firma Basurco e hijos, con Enrique Basurco Gutiérrez a la cabeza, quien fue el fundador y principal impulsor del circo “África de Fieras”, un proyecto que combinaba el modelo europeo de circo con la fascinación local por lo exótico.

Según registros de la época, su elenco estaba integrado por artistas de distintas partes del mundo: trapecistas como los Cárdenas, capaces del triple salto mortal; patinadores chilenos como los Michel, venidos del “Circo Caupolicán”; y un mago oriental llamado Fu Li Chang, que hacía levitar pañuelos y conejos.
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El circo “África” también ofrecía entradas con “gancho”, las cuales atraían a más público. Los lunes, una sola entrada servía para que ingresaran dos personas. El clásico “dos x uno”. Aquello convirtió al “África de Fieras” en una opción accesible y querida por las familias limeñas, que aprovechaban el mes patrio para llevar a sus hijos al circo como parte del ritual de la temporada.

El espectáculo estaba dividido en tres pistas: una de tierra, donde se presentaban las fieras y los equilibristas; una de agua, para escenas acuáticas con focas y nadadoras; y una de hielo, en la que patinaban artistas internacionales. La variedad de números y la calidad del elenco convirtieron a este circo en un referente absoluto durante los años 60 y 70, especialmente.
En 1963, el circo había sumado al elenco a un personaje que se volvería leyenda: el payaso “Pitillo”, nombre artístico de Hugo Muñoz Cisneros. Proveniente de Arequipa, “Pitillo” fue contratado para sus presentaciones en Lima, pero terminó echando raíces en la ciudad capital.
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Con su humor tierno y físico, su nariz roja y su corazón generoso, “Pitillo” definió una era del humor circense en el Perú. Su historia fue recogida años después en entrevistas y homenajes que confirmaron su papel central en la memoria del circo nacional.

“ÁFRICA DE FIERAS”: DECLIVE, MEMORIA Y LEGADO
Como toda época dorada, la del “África de Fieras” tuvo un final. Durante los años 80 y 90, el país vivió momentos difíciles: crisis económica, violencia terrorista, y una creciente sensibilidad pública contra el uso de animales en espectáculos.
Las carpas circenses fueron reduciendo funciones, migrando a provincias o desapareciendo en silencio. El modelo clásico del circo fue transformándose, y muchas compañías cerraron sus pistas sin mayores despedidas.

Sin embargo, el nombre “África de Fieras” no se extinguió del todo. En el 2004 algún aviso en los diarios anunció su pasajera resurrección; y en el 2009, una carpa instalada en Piura recuperó el nombre como parte de un evento organizado por el programa Recargados de Risa, en una versión más humorística que circense.
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Pero aquello fue solo un guiño nostálgico, una prueba de que el recuerdo seguía vivo en la memoria colectiva de los peruanos. Y aunque los rugidos ya no se escuchan hoy en la avenida Alfonso Ugarte, basta cerrar los ojos una noche de julio para recordar aquellas funciones donde un león viejo, un payaso enamorado y una carpa iluminada hacían de Lima un lugar más feliz.











