Hace unos días vi el avance de la serie de Cien años de soledad y quedé en shock. Por un lado tengo muchas expectativas, pero a la vez sé que la adaptación no estará a la altura de la historia original. Me deprime la sola idea de ponerle un rostro definitivo a, no sé, Úrsula Iguarán o a Remedios Moscote. El propio García Márquez se oponía a las adaptaciones de sus libros; en 1991, en una entrevista en Radio Caracol, dijo que prefería que los lectores siguieran imaginándose a sus personajes para que no quedaran «totalmente condicionados a lo que vieran en pantalla».
Pero no es de la serie de lo que quiero hablar sino de esta foto, captada el 7 de setiembre de 1967, en Lima, durante el segundo conversatorio que el escritor colombiano sostuvo con Mario Vargas Llosa en el auditorio de la Universidad Nacional de Ingeniería. Cinco meses antes, la editorial Sudamericana había publicado Cien años de soledad en Argentina –agotando el tiraje de 40 mil ejemplares–, pero para setiembre la novela aún no había llegado al Perú.
Vemos a Gabo en primer plano: es un hombre de cuarenta años, con pelo, bigote, cejas y pestañas tropicales, que ignora que solo faltan tres lustros para convertirse en Premio Nobel. Aunque no identificamos a su interlocutor, es fácil advertir que se encuentra hechizado por las palabras que salen de la boca del colombiano, quien parece mirar al suelo, acaso tímido ante la presencia de la cámara. Detengámonos un momento en su mano derecha, la más hábil, con la que hasta ese momento había escrito La Hojarasca, El Coronel no tiene quien le escriba, la aludida saga de los Buendía y la primera parte de El Otoño del Patriarca. En la imagen, por un curioso efecto de perspectiva, esa mano parece estar a punto de capturar o arrancar la cabeza de su entonces amigo Vargas Llosa, al que apreciamos en segundo plano, también parloteando ante un auditorio de dos o tres personas. El autor peruano tiene allí solo treintaiún años (hace cosa de un mes cumplió 88), pero ya ha escrito dos libros portentosos: La Ciudad y los Perros y La Casa Verde. Tanto él como GGM estaban en su apogeo creativo, viviendo el inicio de una celebridad que luego se volvería excepcional. Por eso aquella noche la gente rebasó las instalaciones del auditorio de la UNI, y varios asistentes tuvieron que permanecer de pie cerca del escenario. Hoy esas cosas ya no pasan. Y no por falta de escritores (¡esos sobran!), sino porque en la Lima de este tiempo a nadie le interesa escucharlos.