Nunca te olvides dónde estabas el 15 de noviembre del 2017. Ya no merecíamos esperar más por todo esto. Fueron las Eliminatorias más largas que un corazón puede resistir. Treintaiséis años, ni más ni menos. Perú es el último clasificado al Mundial de Rusia 2018, pero fue el primero en la fila siempre, desde el lejano España 82. Nunca te olvides cuántos abrazos diste, a quién llamaste, a qué hora acabó tu festejo. O si lloraste o si te alcanzó la voz para gritar los dos goles. Clasificados con todas sus letras. Díselo a todos, escríbelo un millón de veces. Llora si quieres. Pero nunca te olvides dónde estabas anoche.
Ojalá hayas estado con los más queridos, ojalá te hayas tomado muchas fotos. En la sala de tu casa, en la tribuna del estadio, en la mesa de un bar. Con la afonía, con la explosión bendita de la gloria alcanzada. Eran las 9:43 de la noche del 15 de noviembre del 2017, cuando Christian Cueva desbordó con señorío al mejor defensor de ellos, Reid, y le concedió a Jefferson Farfán ese dichoso privilegio de anotar el gol más importante de nuestras vidas. Cómo controlaste ese balón, Jefferson. Preciso para fusilar y condenar a nuestro pasado.
Vas a acordarte hasta el último de tus días cuando Christian Ramos sanó del corazón a todo un país. Tantos preinfartos evitados con ese gol, Christian. Gracias por esa tranquilidad en el momento más necesario. No le digas terco a Ricardo Gareca. Lo que hemos visto en este año y medio no ha sido insistencia, sino fidelidad a un plantel. No le digas terco, además, porque movió las fichas en la hora justa. Se arriesgó cuando nadie lo hacía, buscó los goles cuando casi todos los repechajes estaban acabando en cero. Con Ruidíaz ganamos presión y movilidad, con Advíncula y Polo esa banda derecha tuvo un arranque de Fórmula Uno, con Farfán gritamos el gol.
Rivales a la vista
Fue y será una fiesta casi eterna que solo tendrá una breve pausa cuando el 1 de diciembre se sorteen los grupos de Rusia 2018. Allí sabremos quiénes serán nuestros rivales en la primera fase de este torneo. Tendremos seis meses para saber si recuperamos a Paolo Guerrero (le rindieron homenaje de todas las formas anoche), o si Gareca hace algún movimiento en este plantel tan joven como ganador.
Nunca te olvides dónde estabas el 15 de noviembre del 2017. Ese día, lo contaré mientras tenga vida, recibí la llamada de mi viejo antes de irme al estadio. Me preguntó cómo estaba y no le quise decir que estaba a mil, que me sentía ansioso. Que tenía miedo. Tal cual él lo hacía conmigo cuando era niño, solo lo tranquilicé con un “estoy tranquilo, papá”. A él no le gusta el fútbol, estuvo como hincha en la desgracia del Nacional de 1964 y quedó curado. Ese día, que vamos a vivir tantas veces más, no importó todo eso y con su voz ronca se despidió con un “esta noche gana Perú”.
Nunca te olvides de esa noche, de nuestra noche de peruanos. Clasificamos por fin, no era imposible, tenía que pasar algún día. Fuimos superiores a Nueva Zelanda aunque la ansiedad y apuro disminuyeron las distancias. Ya estuvo, que venga ese Mundial de una buena vez. Abracémonos de nuevo, más reencuentros, más cartas para pedir perdón. Que vivamos siempre como si siguiera siendo 15 de noviembre del 2017. Que nadie nos quite esa noche interminable. Soñamos desde niños con ver a Perú en un Mundial de Fútbol. Ahora sí nadie podrá despertarnos.
Editorial
16 de noviembre de 2017
¡Gracias!
Se dice que hay tres cosas que no se discuten en la mesa: política, religión y fútbol. Pero desde hace un buen tiempo no hay mejor acompañamiento para la gastronomía local que el bendito deporte de 11 contra 11, sea a la hora de comer, sea para inflar el pecho de orgullo.
Qué difícil nos resultaba hablar de orgullo en un país con tantas carencias y problemas, y en el que la creencia de que el peor enemigo de un peruano era otro nos ha acompañado durante años. ¿Cuánto de ese desmoralizador panorama puede cambiar gracias a algo tan mundano como una competencia deportiva?
Pues veamos, Ricardo Gareca presentaba índices de aprobación en su gestión al mando del equipo nacional con los que ningún líder político, gremial o empresarial podría siquiera soñar (97% entre los aficionados al fútbol en Lima, según Ipsos). Los niveles de confianza en la selección nacional y en su clasificación a la Copa del Mundo de Rusia del 2018 (85% en la misma encuesta) serían la envidia de cualquier medición de confianza empresarial o del consumidor, hoy lamentablemente alicaídos.
Y, lo mejor de todo, no se trata de una confianza ciega en el entrenador nacional y sus jugadores. Se trata de una cuestión de confianza rechazada (en marzo del 2015, solo un 25% de limeños apostaba por la clasificación; y un año después, la moral nacional estaba por los suelos tras la derrota de la sexta fecha que nos colocaba en la octava posición de la tabla de las Eliminatorias, con apenas cuatro de los dieciocho puntos disputados), discutida (como cuando se cuestionó la convocatoria de Christian Cueva a la Copa América del 2015, la postergación y ulterior recuperación de jugadores como Luis Advíncula y Jefferson Farfán, o la titularidad del arquero Carlos Cáceda hace apenas dos meses en la fecha doble ante Bolivia y Ecuador)… y finalmente ganada. Hoy se pueden criticar y debatir las decisiones y acciones del seleccionado, pero no dejar de apoyarlas y alentarlas.
No es común tampoco ver tantas camisetas blanquirrojas en las calles, ni tantas banderas en los automóviles, casas y edificios, casi cuatro meses después de la fecha conmemorativa de nuestra independencia. Pero parece que un sentido de patriotismo ha inundado el país sin necesidad de una ley u ordenanza que obligue a usar los colores que ahora lo pintan.
De hecho, para aquellos que trabajan hasta tarde, ni siquiera fue necesario un decreto supremo como el dictado por el Ejecutivo con ocasión del duelo ante Colombia, por el que se suspendió la jornada laboral a partir de las 16 horas, pues ya existía un pacto expreso o implícito entre trabajadores y empleadores para detenerse ayer por 90 minutos frente a un televisor o en el Estadio Nacional.
Estas Eliminatorias serán recordadas por varios hitos deportivos, como los cinco partidos consecutivos invictos que no se veían desde el torneo previo al Mundial de México 86, o el primer triunfo como visitante (ante Paraguay) en 12 años, o la primera victoria como visitante en Quito en toda la historia de campeonatos premundialistas.
Pero habría que recordarlas, sobre todo, por lo que consiguió el país fuera del césped: unir a más de 30 millones de peruanos en el sentimiento de orgullo por lo que es propio, sentir confianza en los connacionales y sus decisiones aun cuando no las compartamos del todo, aprender a ser solidarios y llegar a acuerdos en la búsqueda de un objetivo común.
Ayer conseguimos la clasificación al Mundial y nos permitió dar ese grito, escribir ese editorial, dibujar esa portada que teníamos atragantados desde hace 36 años, pero lo que ganamos durante el proceso fue mucho más. Por eso, ¡gracias!
17 de noviembre de 2017
La ciudad vibró con el pase a Rusia 2018
Por María del Carmen Yrigoyen
A la mañana siguiente del partido contra Nueva Zelanda, las calles de Lima amanecen casi vacías. La paz reina en avenidas normalmente muy transitadas como Canadá, Arriola y la Vía Expresa del Paseo de la República. Pero luego de las 10 a.m., las celebraciones se retoman. El Centro de Lima comienza a llenarse de familias y grupos de amigos que quieren disfrutar del feriado decretado por el Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo (MTPE) para el sector público y opcionalmente para el privado.
La mayoría de personas viste una prenda o accesorio alusivo a la selección de fútbol. Un carro ataviado completamente de rojo se pasea por varias calles tocando a ratos el claxon o poniendo a todo volumen alguna canción patriotera. En sus puertas se lee la frase “Pasión por la Bicolor”. Varios peatones posan delante de él y se toman unos ‘selfies’.
En el Jirón de la Unión, un hombre con la camiseta blanquirroja pasa sobre una botella de plástico tirada en el suelo, la levanta con los pies como si fuera una pelota y la hace volar. Cree que es Osvaldo Ardiles en 1978. Luego se detiene ante una estatua viviente, que simula ser Jefferson Farfán, y baila al ritmo de “Porque yo creo en ti”.
El mismo espíritu se siente en la Plaza de Armas. Allí llega una familia con nueve integrantes, todos vistiendo la camiseta de la selección. Se dirigen frente al edificio municipal, donde se ha extendido un polo gigante. Medio centenar de personas lo rodea para firmarlo o dejar un mensaje de agradecimiento al equipo que nos lleva al Mundial de Rusia 2018. Una quinceañera a bordo de una carroza redonda, como la de Cenicienta, observa las telas bicolores que penden de Palacio de Gobierno. Se baja del vehículo y le pide a su fotógrafa que le haga unas tomas con Palacio de fondo. A unos pasos dos niños de 5 y 7 años ven una chapita en el suelo, se miran y corren a disputársela.
Larga espera
Han pasado 36 años para ver al Perú en otro Mundial de Fútbol. Pero el jueves, desde las 9 a.m., la espera por un bus del Metropolitano se hace más insufrible. Varios cientos de personas se aglomeran en la estación Naranjal, en Independencia, formando largas filas en forma de gusano. Los buses son insuficientes y van abarrotados. Algunas personas deben aguardar hasta dos horas para hacerse un espacio en el vehículo. Los usuarios toman fotos con sus celulares y las envían a este Diario vía WhatsApp.
A parte de eso, no hay mayores sobresaltos. De acuerdo con el Cuerpo General de Bomberos Voluntarios del Perú, no se reportaron grandes accidentes relacionados con el partido. “Esperábamos atender más emergencias médicas”, dicen en la institución.
Desde las 5 p.m. del miércoles 15 de noviembre hasta las 6 a.m. del jueves 16 se atendieron 129 incidentes en toda Lima, casi todos de menor importancia.
16 de noviembre de 2017
El año que nos volvimos mundialistas
Por Guillermo Oshiro
Mágico, irrepetible, inolvidable… Este 2017 ha terminado para la selección peruana con el happy end tantas veces deseado. La mala racha ha terminado. Es historia. Perú vuelve a ser mundialista. Ha conseguido su boleto a Rusia 2018 gracias a un año que rompió con la monotonía derrotista de cada Eliminatoria. Ocho partidos consecutivos sin perder (4 triunfos y 4 empates a los que se pueden sumar las victorias en amistosos ante Paraguay y Jamaica), 720 minutos invicto que le dan a la Blanquirroja el derecho a un viaje maravilloso de 12.650 kilómetros para mostrarse en el gran escaparate junto a los mejores combinados del mundo. Como hace 36 años.
Perú es el último pasajero en abordar. Ello resume todo el drama de una larga novela que empezó el 8 de octubre del 2015 con una derrota en Barranquilla y le siguió otra ante Chile en Lima. Luego, el vaivén de pequeñas alegrías y muchas tristezas en el 2016. Pero en ese camino hubo una continuidad que sostuvo un proceso serio, eficaz y sobre todo realista. Con Gareca en el banco se ganó una identidad de juego, se respetó una línea de trabajo y se recuperó el compromiso absoluto de los jugadores por la camiseta.
El invicto de ocho partidos oficiales no es casualidad, es producto de la maduración de un grupo que supo maximizar sus virtudes y maquillar sus limitaciones. Los goles de Farfán y Ramos son los goles de todo un país, son el premio al esfuerzo, a la insistencia, al amor por esta profesión tan vilipendiada en los últimos tiempos. Esos goles son de Guerrero también.
Que el maravilloso sueño de un 2017 perfecto no se termine jamás. El próximo año tenemos Mundial.