Hablar de la historia mundialista de Francia exige mucho cuidado, pues su comportamiento es volátil y su predictibilidad, escasa.
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Desde 1998 en adelante Les Bleus conforman algunos de los mejores equipos hombre por hombre que se pueda reunir en el fútbol, caso solo comparable al de Brasil. No sorprende que ambos sean los países que más jugadores exportan a ligas extranjeras, un indicador ineludible de éxito, así como los dos favoritos para ganar el mundial según las casas de apuestas. En el caso de los europeos, tanto la temprana incorporación deportiva de los afrodescendientes, como los centros de alto rendimiento enfocados en menores (Clairefontaine es uno de los 12 institutos especializados que cubren el territorio francés), les han permitido contar con dos o tres jugadores top por puesto en cada convocatoria.
El éxito individual, sin embargo, no siempre se puede extrapolar a lo colectivo. Y vaya que Francia lo sabe. En un alarde de ciclotimia difícil de superar, los campeones del 98 quedaron en el puesto 28 en el mundial siguiente; mientras que los subcampeones del 2006 se fueron de Sudáfrica, cuatro años después, antepenúltimos. Con ese precedente de pico y caída el torneo catarí se ofrece como una incógnita para los dirigidos por Deschamps. ¿Harán valer la primacía de cracks como Mbappé y Benzema o naufragarán en la tormenta de los súperegos y la indisciplina crónica?
La Liga de las Naciones no ha ayudado a despejar dudas. Dos derrotas ante Dinamarca (con quien comparten grupo), un empate con Austria y una caída frente a Croacia han expandido un manto de sombra sobre un ciclo que parece trastabillar. Pero ante la pesadumbre de los resultados últimos, emerge el lustre de una plantilla soñada. ¿Arqueros? Lloris, Mandanda. ¿Centrales? Saliba, Varane, Lenglet, Upamecano, Zouma, Kimpembe. ¿Laterales? Pavard, Koundé, Mendy, Digne, Lucas Hernández. ¿Volantes? Tchouaméni, Camavinga, Guendouzi, Kanté, Pogba, Tolisso, Rabiot. ¿Atacantes? Griezmann, Coman, Lemar, Dembélé, Fekir, Nkunku, Mbappé, Benzema. El primer y principal problema de Deschamps es que solo juegan 11.
El segundo asunto por resolver es si seguirá apostando por el 3-4-1-2 o preferirá el 4-2-3-1. El DT prefiere a Griezmann de enganche y cuando puede ataca con dos delanteros, que deberían ser el último balón de oro y la estrella del PSG. El mediocampo tiene en Tchouaméni un ancla sobre la cual descolgar a Guendouzi y Pogba, por ejemplo, pero podría apostar por el doble 5 con Camavinga, quien también se recuesta por izquierda. En la primera línea, Varane y Saliba son dos de los centrales más rápidos y solventes del mundo, pero la línea de 3 es siempre un riesgo: ningún país ha ganado el mundial con ese dibujo táctico desde Brasil en Japón-Corea.
Francia posee tal profusión de talento que da la impresión de ser un salón de baile en el que cualquier combinación de figuras podría crear una danza espectacular. La verdad es más dura: debe ser la interna más difícil de gestionar de todas las que llegan a Catar. Antecedentes, muchos: los recelos públicos de Benzema con Giroud (no convocado ya), la cancelación previa de la estrella del Real Madrid por problemas judiciales, el escándalo de extorsión del hermano de Pogba, el efecto de este lío en su relación con Mbappé, la aparente distancia del joven astro con Karim...
La otra cara
El camerino de la selección gala es capaz de lo mejor y de lo peor, no parece tener punto medio. La diferencia entre el éxito y el fracaso será, de nuevo, la mano de Deschamps. No es poco crédito: se trata de una de las tres personas en la historia del fútbol, junto a Beckenbauer y Zagallo, que ha podido hacerse del mundial tanto como jugador y entrenador. El técnico inició funciones en el 2012, hace una década. ¿Se avecina un fin de ciclo o, en cambio, un proceso nunca es demasiado largo?