
Entre las frases futboleras más hipócritas que se enarbolan cuando un club peruano participa en una competencia internacional existe una que supera a cualquier otra por varios cuerpos: “Hoy todos somos Perú”. No hay mayor demostración de fariseísmo pelotero.
En lugar de pensar en la defensa conjunta de los sagrados colores patrios, el hincha rival solo está interesado en fabricar invectivas que en el mundo digital se plasman en memes, emojis y los comentarios más hirientes que se puedan imaginar. Los chats grupales hierven de ataques explosivos o preñados de sarcasmo. Todos desean que al contrincante le vaya mal; si es goleado, mucho mejor. En caso a un predicador del buenismo se le ocurre soltar la frasecita de marras, el apanado virtual es inmediato u ocurre algo peor: el silencio. Y no existe nada peor que el silencio digital (sobre todo si viene acompañado por dos vistos azules).
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Esta semana ocurrió algo impensado: dos clubes peruanos ganaron sus partidos en la Copa Libertadores. Lo hicieron jugando bien, con inteligencia, sin recurrir al facilismo de refugiarse en el área rezando porque el reloj avance y la puntería del contrario falle. Alianza en Lima y Melgar en Ibagué manejaron sus encuentros con y sin el balón, se plantaron en el campo con orden y aunque pasaron ciertos apuros, nunca dejaron de mirar el arco contrario. Los íntimos se bajaron a Boca que tenía en la cancha a un jugador valorizado en 10 millones de dólares y los arequipeños a Tolima, que anda entre los puestos de arriba del campeonato colombiano.

Mostraron, además, figuras que seguramente Óscar Ibáñez tendrá en cuenta en su próxima convocatoria: Erick Noriega, convertido en un incansable mediocentro por gusto de Néstor Gorosito; y Kenji Cabrera, dueño de una gambeta desmontadora de cinturas.
La clasificación a la siguiente etapa aún no está definida. Alianza tendrá que hacer historia en La Bombonera, mientras que Melgar recibirá a los colombianos en la UNSA. Pero estos triunfos le hacen mucho bien no solo a los clubes involucrados, sino al fútbol peruano en general. El hincha que solo vela por su camiseta sigue sin asumir el paupérrimo prestigio que tiene nuestro balompié afuera. Así como hace 30 o más años, salivábamos cuando en los sorteos de la Libertadores o cualquier otra Copa nos tocaba un rival boliviano o venezolano, hoy los peruanos somos ese postrecito que la América futbolera ansía devorar.

Ganarle a Boca en casa, así haya venido con algunos suplentes, o vencer a un cuadro colombiano de visita provoca que empiecen a mirarnos de otra manera, que esa condescendencia a la que hemos estado sometidos en las últimas décadas de a pocos se diluya. Esto le conviene hasta a los clubes que no toman parte en la competencia, a los jugadores que tienen expectativas por jugar en el exterior e incluso a los periodistas, ya que su palabra adquiere otro nivel de respeto.
Falta muchísimo para recuperar el prestigio que alguna vez tuvimos. Nuestro fútbol requiere de profundos cambios para salir del hoyo en que se encuentra, pero estos destellos ayudan a que, por lo menos, nos miren de otra manera. A ver si empezamos a darnos cuenta.







