Hugo Sotil Yerén. Hábil como ninguno para gambetear, como si en lugar de jugar, bailara; salvaje desde el pelito a lo Tarzán de la selva; único latinoamericano que puede decir que fue 10 del Barcelona antes de Maradona y Messi. Tuvo cinco hijos, una esposa, una película. Tuvo fama, dólares, pesetas. Tuvo, cuando menos, diez portadas en Ovación, una tapa en la revista oficial del Barza con su cara, tras la Liga 73/74 y un portafolio de fotos tan excéntrico —bebiendo champagne, paseando hippie por la Rambla, piloteando una motazo—, que podría creerse que el Cholo, acaso el mejor dribleador de la historia del fútbol peruano, era más que un futbolista. Casi un Rolling Stone.
Ese hombre, claro, tuvo todo eso y también un libro titulado, con solemnidad, Yo, Hugo Sotil. Era obvio: sobraban adjetivos.
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—¿Qué se siente ver nuevamente el trofeo de 1975, don Hugo?
Con una boina de cuero negra, los zapatos lustrados a medias y el andar despacito, pidiendo permiso, Hugo Sotil responde 400 preguntas sobre la Copa América del 75, ese trofeo que en algún lado debería llevar grabado en bronce su apellido. También la mía, esa. Es una mañana de mayo del 2019, y Sotil, agobiado por los camarógrafos que se hacen selfies y, en ese afán, desenfocan sus tomas, deja una frase apenas perceptible, con ese tono bajito que esconde las palabras, ese miedo de que le pregunten —otra vez— por lo del Ferrari amarillo, por los billetes que usaba de encendedor, por qué no ahorraste Cholo, si eras el socio perfecto de Cruyff en Barcelona y ahora viajas en combi, Cholo.
Entonces dice: “Esto es increíble para mí: ver la copa otra vez. La única oportunidad que la cogí fue cuando estuvimos en el vestuario en Caracas, en 1975. Luego, hasta hoy”. Lo dice tan despacio que puedo anotarlo, palabra a palabra, en la libreta.
Hugo Alejandro Sotil Yerén. Nació en Ica el 18 de mayo de 1949. Almorzaba pallares, nutritiva legumbre que le dio fortaleza a las piernas. Tanto, que parecía haber almorzado cemento en su primera década. Integró la selección peruana que ganó la Copa América 1975 y que clasificó a los mundiales de México 70 y Argentina 78. Jugaba en todos los puestos de ataque, pero le gustaba arrancar desde el medio, soplando rivales, provocándoles contracturas. Fue el primer peruano —creería que el único— que llevó con orgullo el alias de Cholo, lo internacionalizó, lo hizo marca. Le dio status. A inicios de los 70, ser Cholo era ser como Sotil, es decir, el mejor futbolista peruano en Europa. Jugó en el Barcelona de Johan Cruyff luego de haber jugado en los terrales del Interbarrios de La Prensa, el fantástico número 10 del Huracán San Pedro de Surquillo. Y es un enigma: jugaba como vivía, todo en exceso. De otra forma, habría sido solo uno más.
Cuando terminan las entrevistas, esa mañana del 2019, Hugo Sotil cruza la puerta de este rascacielos donde se luce la Copa, se despide de algunos y mira a la Javier Prado. Luego viene un Uber. Nunca ese Sedán llevó tanto oro en sus asientos. Debió resguardarlo un camión de Prosegur.
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Yo, Hugo Sotil, fue el libro 1 de la colección Los Mundialistas, de Ediciones Colibrí, publicado en 1978 con la ambiciosa intención de perfilar a los ídolos más influyentes del fútbol peruano en aquella década. De hecho, el siguiente número iba a tener como protagonista a Teófilo Cubillas e iba a llamarse Negro de Oro. “Estampa fina, tranco inalcanzable, flexibilidad de junco, negro de oro”, decía el aviso publicitario que anunciaba el libro, que nunca salió. La idea, además, era revolucionaria: el Cholo Hugo, mágico, contaba en primera persona toda su vida, en detalle, desde que corría entre los camiones interprovinciales de San Francisco de Asís, cuyo padre era el dueño, hasta el incomprensible capítulo post título de Liga 73/74 en que fue empujado hacia el banco de suplentes, y luego al aeropuerto de El Prat, para salir del club. Los editores del libro resumen con ironía —es decir, inteligencia— lo que ocurrió con Sotil entonces: “¿La Naranja Mecánica? Debieron llamarla La Canalla Mecánica”.
En sus 59 páginas, y por solo 150 soles de oro de la época —unos 15 céntimos al cambio hoy—, no solo aparecían fotos inéditas de la niñez del Cholo, pósters nunca vistos con la 10 del Barcelona o imágenes con su primer Mustang. También, en una especie de dossier en cartulina rosa, una décima escrita por Nicomedes Santa Cruz (1), nuestro mayor músico, poeta, etnomusicólogo, folclorista, escritor, herrero y decimista, curador de la cultura negra, que admiraba a Hugo y compuso esto luego de verlo jugar:
En la línea de Campolo
Villanueva y Tito Drago
cabe otro maestro y mago
Hugo Sotil nuestro cholo.
No chuta como Lolo
ni en mitra es un Valeriano
no quiebra cual Montellanos
ni es un Adelfo chontril
Sotil es como Sotil
grande en el futbol peruano.
Es la perfección del toque
que domina a su merced
y en jugadas de pared
exacto en piques y embroque
Su dribleo es el disloque
su servicio es magistral
y si en el Municipal
bien vale por medio equipo
es peruano prototipo
dentro del futbol mundial.
Su presencia es el soporte
Y esperanza provinciana
De una gran patria peruana
que impulse cholo resorte.
Va más allá del deporte
la gesta de Hugo Sotil
y no habrá dinero vil
deshumanizante y necio
que intente ponerle precio
como cosa mercantil
El Cholo de La Parada
puestero y carretillero,
el serrano forastero
y el cholo de la barriada
todos tienen la mirada
puesta en el ídolo edil
y contra la Lima hostil
que cholea a los cholitos
se elevan miles de gritos
que dicen:
¡Hugo Sotil!
(1) Nicomedes Santa Cruz Gamarra (Lima, 4 de junio de 1925 - Madrid, 5 de febrero de 1992) fue un decimista peruano que llevó la cultura del país por distintos lugares del mundo.