La conocida historia del Combinado del Pacífico dejó una huella imborrable en Chile: los jugadores peruanos tenían un particular talento para jugar al fútbol. Uno de ellos, cuya habilidad natural era la potencia para el gol, se llamaba Teodoro Fernández. El viejo Lolo. En la primera mitad del siglo XX era natural que los clubes se refuercen con jugadores de otros equipos. Lolo, goleador y mejor jugador del Campeonato Sudamericano (hoy Copa América) de 1939, era un crack a observar siempre. En 1941 Colo Colo de Chile pidió su ayuda, habló con Universitario y Lolo, que no sabía decir que no, aceptó reforzar al Cacique en un amistoso ante Independiente de Avellaneda.
El partido se jugó en Santiago. Lolo marcó un gol y le dio el triunfo a los chilenos. “Recuerdo que sobre esa gira mi papá se sentaba a la mesa a contarnos cuán bien lo habían tratado los chilenos… y también cuánto extrañaba a la ‘U’”, le dijo alguna vez a El Comercio Marina Fernández, la única hija de Lolo. “También nos contaba la historia de la oferta que le hizo el equipo chileno”.
Colo Colo quedó feliz por el juego del Cañonero ídolo de la ‘U’ y le hizo una propuesta: defender su camiseta. Según los dos libros biográficos del delantero, escritos por los periodistas Guillermo Cortez y Teodoro Salazar, fue el presidente del Cacique de ese entonces, Robinson Álvarez, quien le ofreció un documento donde él, Lolo, colocara la cifra. Las crónicas convirtieron ese documento en un cheque. “Usted ponga la cifra”, le habría dicho al cañonero. Lolo dijo no. La familia, su trabajo en Lima, pero sobre todo el cariño a Universitario hizo que ni siquiera lo evaluara. Lolo agradeció el gesto y cerró el capítulo. Era el más puro amauterismo, hoy imposible. O como algunos llaman, amor por la camiseta. Amor del bueno.