Boston, 12 de junio del 2016. Hacía frío en el Foxboro, mucho frío. En las tribunas, unos cinco mil peruanos hinchaban por lo que parecía imposible: ganarle a Brasil, la selección descafeinada que dirigía Dunga, y clasificar a la siguiente ronda de la Copa América Centenario. Era el minuto 75 y una flecha llamada Andy Polo se escapa por la punta derecha, combina con Paolo Guerrero, llega a la línea final y mete un centro al corazón del área –”como Calatayud”, diría mi tío Elejalder Godos-. Por el medio llega Raúl Ruidíaz de atropellada, a tanta velocidad que la pelota le queda un poco atrás. Consciente que se le iba el balón, tira el brazo derecho hacia atrás y lo jala, como si fuera un gancho. Fue un movimiento instintivo, suficiente para empujar la redonda hacia el interior del arco.
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