“Hace lo que a muchos les cuesta años aprender”, Michael Jordan. “Lo más aterrador es que aún le quedan por delante quince años de carrera”, Shaquille O’Neal. “Me gusta todo en Doncic. Es mi jugador favorito”, LeBron James. “Es divertido ver a un genio”, Jerry West. “No quiero ponerle la presión de compararle con ‘Magic’ Johnson. Pero es como él en la forma de ver el juego”, Gregg Popovich.
Definir a una superestrella es un ejercicio infinito, insuficiente e incluso temerario. Se suele correr el riesgo de nublarse por la actualidad y elogiar irresponsablemente a mansalva.
Lo sabemos todos aquellos que tenemos el encargo de poner en palabras las destrezas, gestas y fracasos de quienes concitan la atención del mundo gracias a lo que pueden hacer con una pelota —en la mayoría de los casos—, grande o pequeña, lisa o rugosa.
Pero con Luka Doncic, el base esloveno de los Dallas Mavericks, hay certezas y no solo pálpitos. A sus 23 años no solo ha batido una infinidad de récords en Europa, donde fue campeón de la Euroliga con el Real Madrid, y en la NBA, donde ha relevado en el trono de los Mavericks a la leyenda alemana Dirk Nowitzki.
Doncic exhibe en su juego elegante una sabiduría y un carácter de tiempos remotos, como si hubiese venido del pasado. Es de esos que han nacido veteranos. De otra manera no podría explicarse cómo ha cargado sobre sus hombros a una franquicia que solo ha ganado un anillo de la NBA en su historia.
Se mudó de Eslovenia a Madrid a los 13 años, y desde entonces, dice en correcto español: no sabe lo que es la presión, porque la conoció de niño. Fue profesional con el Real Madrid a los 16 años, y lo ganó todo hasta que se marchó. Luka es un diamante pulido en Europa que brilla en la NBA.
Hijo de un jugador de básquetbol sin mayores genialidades y una exmodelo y bailarina, Luka Doncic es un armador con estatura de alero. Más alto que Michael Jordan y Kobe Bryant. Un base gigante de 2,01 metros con un movimiento de pies que encandila a la platea y burla a sus marcadores: los encara en cámara lenta para que se confíen, pues siempre se las arregla para superarlos.
Con un crossover a lo Allen Iverson, una penetración al aro como el ‘Manu’ Ginóbili, un triple como Stephen Curry, un tiro en suspensión como Kevin Durant, un fade away como los de ‘Black Mamba’ o una fantasía como las de ‘Magic’ Johnson para habilitar a sus compañeros. El repertorio del esloveno es amplio, excepto por un requisito de la NBA, que el exigente público estadounidense le ha perdonado. Doncic no necesita clavar el balón violentamente y golpearse el pecho como King Kong luego de desprenderse de un aro todas las semanas.
Lo suyo es la victoria de la belleza sobre la fuerza bruta. Los sesos por encima de los ‘coquitos’. Doncic entiende el juego, conoce los fundamentos, y eso se impone sobre los músculos.
Pero también tiene sus límites. Sigue flaqueando en defensa. Su equipo acostumbra defender por él. En ofensiva todo gira alrededor suyo. No por egoísta, sino por necesidad. A diferencia de otras franquicias, ninguna estrella le cuida las espaldas.
Desde la temporada 2010-2011, los Dallas Mavericks no disputaban las finales de la Conferencia Oeste. Hoy (8:00 p.m.) recibirán a los Golden State Warriors, con un 2-0 en contra. El sueño de lo posible, como ante los Phoenix Suns al que le voltearon la serie, recae en Luka Doncic: el ‘Niño Maravilla’ de la NBA.
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