Sentado en la mesa larga de conferencias de la Videna, sin presidente de federación ni director general al lado, Juan Reynoso comparecía solo ante la prensa -ese “demonio”-, como quien se detiene frente a un paredón. Nunca los quiso, salvo a dos o tres que le hacían el amén. Nunca lo amó el gremio tampoco. De jugador primero y de entrenador después, Reynoso era parco y difícil. “Olvídense, soy invisible”, le respondió a EC cuando en 2010 lo invitamos a que reciba un premio como entrenador del año. “¿Estás de payaso, Alan?” le dijo a Alan Diez cuando este lo requirió en un pasillo de Ate. Los resabios de sus peleas con la prensa de cuando fue capitán del grupo seleccionado en los 90 siempre volvían. “Alguna prensa evalúa con resentimiento”, decía a EC en el 98 a Wilder Buleje. Y remataba con una frase que podría hoy tener la misma vigencia: “Me siento más valorado en México que en Perú”.
Lo que no dice Wikipedia es que Reynoso no dirige equipos, los copa. Los toma, los modula de tal forma que se hace cargo de casi todo lo relacionado a esa marca. Así fue en Bolo, en la U, en Melgar. Así lo hizo en la selección. Porque, aunque su contrato decía que la misión eran las eliminatorias, él hablaba de formar a futuro más atletas que pericoteros; de crear jugadores marca Perú y de lograr futbolistas “camaleónicos” que puedan jugar de una forma y a los dos minutos, con una indicación suya, en otra posición. Reynoso volvió a la selección no como entrenador, sino como el rey de Videna, avalado por su química con Lozano, su nexo con Oblitas y, sobre todo, por una cadena de éxitos en clubes que harían candidato a cualquiera que lo lograse: campeón en provincias, campeón en Lima y campeón en México. Súmele que fue capitán de la selección 6 años -antes de que lo echara Maturana en 2000- y la parábola del hijo pródigo estaba pintada para él.
Sus números hablaban, de algún modo, por él. Desde que inició como entrenador en el 2007, dirigió en Perú 390 partidos, ganó 170, empató 110 y perdió 110. Un 53 % de efectividad. En ese lapso se llevó títulos con Bolo, la U y un Melgar al que casi refundó. Solo Mosquera se le acerca en palmarés, pero Reynoso lo supera en puntos logrados en Libertadores. También en éxito en el extranjero. El ‘cabezón’ metió a Puebla a unas semifinales y a Cruz Azul, donde es ídolo, lo hizo campeón semestral luego de 23 años. Aunque formativamente es más “mexicano que peruano”, era el técnico local que, por consenso, se postulaba a Videna. Gareca, incluso, alguna vez cuestionado por un eventual reemplazante peruano dijo “Juan”.
LEE TAMBIÉN: Fossati explica su salida de Universitario: “Lo hice por respeto y cariño al hincha, al club”
¿Oblitista? Cada vez menos
Viejo futbolero, Reynoso tenía un desafío enorme: cuidar y mejorar la herencia de su antecesor. Se supone que es el trabajo de los entrenadores. Para eso se les contrata. Para eso y para cobrar no las cifras de Gareca, le reclamó Lozano. Y Reynoso aceptó, con alguna consideración añadida. Trajo a sus mexicanos de confianza. A sus amigos a puestos clave. Al gerente de marketing. A su yerno Serna en la sub 20. A su asistente Ortega. Recuperó al psicólogo Marquez. Sugirió a Chemo en la sub 23. Y, claro, se alejó de Oblitas, para eliminar en la práctica esa figura de “asesor” que sí tenía Gareca. Todas sus decisiones parecían exceder a las de un simple entrenador y ser más las de un gran jefe de Unidad Técnica candidato a quedarse toda la vida.
A su ex mentor, Oblitas, se le parece y no se le parece. Se le asemeja en el profesionalismo para cuajar una carrera exitosa como jugador y como técnico en un medio -el peruano - no listo para dar soporte. Ambos fueron persistentes en crecer en el extranjero y hacerse más valiosos por ello. No se parecen en el carácter: Oblitas es más abierto, empático y hábil socialmente. Reynoso es más cerrado y muy territorial. Tampoco coinciden en sus estilos para dirigir. Más clásico uno, más entregado a las herramientas tecnológicas el otro. En las eliminatorias del 98 sí fueron un puño. Oblitas era el papá de un plantel donde Reynoso era el hermano mayor que lo apoyaba. Ya como gerente y técnico no les fue bien. En Cristal 2010 Reynoso compró jugadores que solo le servían a él pero no a Cristal (léase Shoro), Oblitas no lo frenó y la campaña fue mala. Si bien no son enemigos públicos, en esta etapa más adulta sus relaciones parecieran estar en otra frecuencia. Es más, en su presentación final ante directorio, reunión a la que Oblitas no fue invitado, quedó claro que Reynoso no estaba de acuerdo con el rol de Juan Carlos así como estaba planteado. Según versiones, no lo sentía ni útil ni necesario. Del otro lado tampoco había ya la misma simpatía. Cuenta una fuente del directorio que cuando tras el 0-2 contra Argentina, Reynoso, sin un ápice de autocrítica, dijo que se veía en el cargo “hasta el final del 2025″, Oblitas se decidió sacarlo, aun contra las dudas de Lozano que pedía “repensar la idea” (sic). No hay duda de que en el último tramo Reynoso fue más lozanista que oblitista.
LEE TAMBIÉN: Hija de Juan Reynoso comparte polémico mensaje tras destitución de su padre: “Me dueles, Perú”
El técnico Moneyball
A nivel de gestión, Reynoso pertenece a la raza de entrenadores que se sienten más importantes que los jugadores. Y es de esos técnicos que, aunque ya no jueguen, quieren ellos ganar los partidos. Durante los últimos años, este peruano formado en México ha sido nuestro técnico Moneyball, un pragmático que, a despecho de su pasado de defensa temerario, hoy mide todo y analiza tanto. Gran discurso “hacia afuera” no tiene. Es más un workaholic que construye vínculos puertas adentro. Su relación con los jugadores no es mala, pero está marcada por el “hoy te pongo, mañana no sé”. En clubes, sus mediciones semanales a un futbolista no distan tanto entre fecha y fecha y había titulares más habituales. En Eliminatorias mensuales, en cambio, la diferencia física de un partido al otro daba más margen para que un titular de setiembre sea suplente en octubre. Por eso sentó a Tapia y eligió a Santamaría contra Argentina. O por eso sentó a Trauco y puso a… Loyola. Terco en su lógica esclava de la analítica, Reynoso armó un equipo donde el único que no salía era Gallese.
Caído en desgracia ya en la fecha 3, ante Chile, Reynoso vio su personaje despintado en medio de contradicciones. Dijo que respetaría lo hecho por Gareca, pero mató cualquier idea de base o columna vertebral. No repitió dos zagas centrales, no distinguió quienes serían sus laterales básicos y ni Paolo se salvó de sus movidas. Dijo que su obsesión era planear el futuro y no invirtió ninguno de los 8 amistosos para probar de titulares a Quispe o Grimaldo. Cuando jugaron, fue en plena selva de las Eliminatorias. Dijo que la Liga 1 no era competitiva, muy cierto, pero terminó jugando con casi la mitad de titulares salidos de ella. Dijo , ya rozando el blopper, que Perú sí tenía remates al arco, porque existía un concepto que era “situación de riesgo”, equivalente en sus análisis a remates al arco. Descolado tras haber subestimado el ritmo eliminatorio, Reynoso terminó jaqueado por el 99% de la prensa. Y si antes al seleccionador peruano lo bancaba la empresa que tenía los derechos y lo mataban en las radios de la mañanita, hoy le pegaba lo mismo Succar que el “Tigrillo”. O Ruiz de Somocurcio que Mister Peet. Listo, había logrado unanimidad.
LEE TAMBIÉN: Copa América 2024: grupos, fixture y rivales de la selección peruana
A Reynoso le falló el diagnóstico inicial que hizo de la selección y sus urgencias. Leyó mal sus tiempos, radicalizo su método de ensayo/error en plenas eliminatorias y desfiguró por completo lo anterior. Los plazos se lo devoraron y como tampoco construyó un blindaje sólido al interior de Videna , quedó aislado en tiempo récord. La frase de que “el mejor no siempre es el más indicado” cobraba nueva vida. Libra por libra quizá Reynoso tenga más luces tácticas que Gareca, pero el manejo de la situación “selección”, en sus prisas y exigencias, además de su empatía con ese toque tan de gusto peruano, le dio más chances de calzar al argentino que al propio elemento local.
En buena cuenta, el plan Reynoso fracasa porque su elección partió más de un “le toca” que de un análisis real de las posibilidades de su perfil. La lectura de Lozano/Oblitas no apuntó tanto a factores de su forma de ser sino a premiar a un entrenador de resultados positivos. No parecía importante si su estilo unificaba o dividía, si su gestión alejaba a la gente del concepto selección o si su carácter egocéntrico lo haría creer que podría volver “camaleónicos” a jugadores de 30 años. No. Lo que lo llevó a la selección fueron los triunfos en la cancha. Cuando dejó de tenerlos, y sin espaldas o crédito extra que lo soporten, Reynoso cayó como cualquiera. Sin mayor atenuante. Y por la propia mano de quienes solo meses atrás lo flanqueaban en esa mesa.