Perú no la pasó bien al inicio de la fiesta. Ver a Gareca, su ex novio legendario, llevando a Chile de la mano, le produjo confusión, nervios, cierta parálisis. No era para menos: Gareca y Chile eran la pareja de la noche, todas las miradas se detenían en ellos. El viejo Fossati le preguntó a Perú: ¿te encuentras bien?, ¿te pasa algo? Perú respondió que no, dijo que le dolía un poco la cabeza, nada grave, ya se le pasaría. Era mentira: hervía de celos, de rabia, de eso que pasa en la mente y el cuerpo cuando te cruzas al hombre con quien fuiste feliz, y lo ves acompañado de una chica guapa que, para colmo, es tu vecina desde siempre, la hija de esa familia que tantas veces se ha peleado con la tuya.
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Perú pasó varios minutos sin saber muy bien qué hacer para no poner en evidencia su bajón de ánimo: de la mesa iba a la barra, de la barra pasaba al baño, del baño se movía a la terraza, de la terraza volvía a la mesa. Un cigarro, un trago, un bocadito. No quería dar la impresión de estar demasiado pendiente de los movimientos de Gareca, pero era inevitable: sabía que él estaba allí, indiferente, concentrado solamente en ella, la Roja, la estrella solitaria, su nueva novia del sur.
Hacía mucho rato que Fossati se había percatado de lo que ocurría delante de sus narices, pero tuvo la sabiduría de no reprochárselo. Más bien hizo lo impensado: se puso más cariñoso con ella. La abrazó, la hizo reír, rellenó su copa, la sacó a bailar. Poco a poco fue distrayéndola de la presencia de Gareca. El técnico argentino lo notó. Por más esfuerzos que hizo para no volver la vista hacia ellos, no pudo evitar contemplarlos. Y cuando se fijó con detenimiento, los vio bien, quizá no del todo enamorados, pero bien, mucho mejor de lo que pensaba, mucho mejor de lo que decían los chismes.
Fue entonces cuando sintió celos o pena o nostalgia –o todo eso junto– y se olvidó por un instante de Chile, o Chile se olvidó de él, y entonces Perú se apoderó de la noche, de la fiesta, de los buenos comentarios de los demás asistentes. A Gareca le pareció tan guapa como antes y se atrevió a levantar su vaso a lo lejos para hacerle un brindis, como invitándola a recordar los grandes momentos juntos. Perú le sonrió con displicencia, como diciéndole «mira lo que te perdiste», y desvió los ojos con rapidez.
Al término de la fiesta, Gareca se fue en silencio; Chile, malhumorada, no le habló en todo el camino de vuelta. Estaba histérica. Habían ido pensando en divertirse y terminaron echando humo. En cambio, Perú y Fossati se marcharon entre risas. No había sido una gran noche, pero juntos habían conjurado al fantasma del ex, y eso era suficiente para sentir que el viento soplaba a su favor.
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