Habíamos llegado a Buenos Aires como parte de la delegación que viajaba acompañando al seleccionado. La capital argentina inusitadamente se vestía de blanco y rojo. Casi 1000 compatriotas estaban esperando en el Aeropuerto de Ezeiza la llegada de los dos vuelos que venían desde Perú. Uno con los jugadores, comando técnico y directivos, y el otro con los hinchas que siempre viajaban acompañando a nuestra selección.
El ambiente en el avión era festivo, comprometido y enfocado. Era un partido muy difícil. Y ahí, dos filas más atrás de mi asiento estaba un personaje mítico: Oswaldo ‘Cachito’ Ramírez que regresaba a esas tierras , que bien lo recordaban por su rol protagónico en la última eliminación argentina de un mundial.
El traslado del aeropuerto al hotel era impresionante. Ya era de noche y apostados a los lados de la autopista decenas de automóviles recibían a la delegación con vítores, bocinas y un mar de camisetas y banderas.
En la entrada del Hotel donde se hospedaba solamente la selección y algunos directivos, ningún invitado, otro mar de hinchas esperaba. Era un escenario soñado.
Haciendo las coordinaciones del momento cada uno se fue a sus habitaciones pues el día siguiente tenía que ser histórico.
La AFA, en un intento desesperado de ganar ventaja había pedido que el partido se jugase en el Estadio de Boca Juniors, conocido como la ‘Bombonera’, debido a sus características intimidantes, lo cual asumían sería un factor determinante para amedrentar a los peruanos. No habían reparado que fue precisamente en ese escenario en el que Argentina fue eliminado por última y única vez de un mundial, las otras veces que no participó fue por voluntad propia.
Ya el mismo 5 todo estaba listo. Terminado el almuerzo comenzó la distribución de las movilidades para el traslado a la ‘Bombonera’. Me tocó ser el ‘attaché’ de los invitados. Llegamos unas 3 horas antes al estadio y era sorprendente como, desde unas 30 cuadras antes, habían asegurado el acceso y seguridad. Las dos movilidades entrábamos con los ‘fotochecks’ y nos recibió un Inspector de la Policía, con unos oficiales.
-“¿Quién está a cargo?”, preguntó el inspector.
Me acerqué. Yo estaba vestido con un saco y debajo la camiseta de Perú.
-“Por favor, retírese la camiseta”. Me dijo con voz seca.
Muy fastidiado le dije: “No tengo por qué sacármela”.
“Caballero, a mí me han encargado su seguridad y la de todo su grupo. Acá hay mucho hincha acalorado y no queremos que les puedan hacer algún daño”. Me habló con una voz serena, pero firme.
-”Oficial muchas gracias. Valoro mucho su labor”, y procedí a guardar mi camiseta.
Y así nos llevaron hasta los palcos para invitados que nos habían designado. Una vez ubicados, salí el encuentro de los directivos de la FPF, que se encontraban debajo la tribuna principal, lo que en Lima sería Occidente. Allí encontré a Edwin Oviedo, presidente y a Juan Andrés Matute, secretario general. El ambiente era muy antiguo, oscuro, muy parecido a nuestro Estadio Nacional, antes de ser remodelado. A unos 20 metros tras una reja pude divisar a Alfredo Honores, preparador de arqueros de la selección, haciendo un trabajo diferenciado con el guardavallas.
Esa noche taparía Carlos Cáceda, pues un mes antes Pedro Gallese se había roto un dedo y no podría jugar.
‘El fantasma. Nos hemos olvidado del fantasma’, profirió el presidente. ‘Está afuera del estadio, ha venido desde Perú y me pidió que quería una entrada’. Me miró con la esperanza que dijera algo. ‘¡Es la cábala!’
El ‘Fantasma’, es un personaje como el ‘Israelita’, el ‘Caminante’, ‘Cortadito’, ‘Quiroguita’ y otros que siempre están alrededor de la bicolor, y uno no sabe cómo, pero llegan a donde juegue Perú.
‘Yo me encargo’ les dije. Faltaba hora y media para que comience el partido y la ansiedad me ganaba. Así que salí del estadio y caminé los 3 kilómetros de barricadas, para ubicar al ‘Fantasma’, que, como no podía ser de otra manera, apareció fantasmalmente.
Regresé volando faltaba ya menos de media hora. Los ubique en la puerta de los palcos oficiales junto al ‘Chiqui’ Tapia, presidente de la AFA y otros directivos. ‘Ustedes van en el palco del costado’ les dijo, en el de la AFA solo entran argentinos. Una cortés, descortesía.
“Entonces Guillermo -me dijo Oviedo- tú acompañas a ‘Cachito’ en el Palco abierto”. Y así nuevamente tenía a un metro a ‘Cachito’ Ramírez.
Nos acomodamos y éramos dos peruanos en medio de mil argentinos.
La bulliciosa barra de Perú se ubicaba en la que acá sería sur y la hinchada argentina era ensordecedora. Cumplían su labor desde el vamos.
Empezó el partido, y un gentil vecino argentino me dijo: “Che, es mejor que no hagan busha, pues acá la gente se pone medio salvaje si las cosas no salen bien”. Lo tomé como un sano consejo, no fue intimidante.
Pasaron algunos minutos y ante una gran atajada peruana ‘Cachito’ me dice. “Cómo ha mejorado este chico Cáceda”.
-‘Cachito’, ¿no te parece que es Gallese?, pregunté inocentemente. No se había podido escuchar la alineación por la bulla.
-”No hombre, Gallese está lesionado”, respondió categóricamente.
Terminó el primer tiempo y el partido con un dominio argentino, estaba empatado y bajo control.
Al empezar la segunda etapa y ver que nuevamente los albicelestes tomaban la iniciativa exclamé:
´No entiendo por qué Perú no va al ataque, Guerrero ya conoce a Mascherano y Argentina no está tan sólido atrás.’
Volteó ‘Cachito’ hacia mí y me dijo: ‘Tienes que ver que la estrategia de Gareca es jugar al Cero-Cero, si manda al equipo al ataque, con Messi te clavan 4 goles.’
Entró Fernando Gago a los 15 minutos y en 5 minutos se rompió el ligamento cruzado y tuvo que salir entre llantos y un dolor desgarrador. Los argentinos comenzaron a desesperarse y la blanquirroja comenzó a hacer su juego tocando y tocando.
Cada expresión nuestra, ya sea un grito o una exclamación cualquiera era repelida con un: ‘Shhh’, ‘Silencio peruanos’, o con miradas fulminantes.
Cada tapada de nuestro guardameta era un aplauso de ‘Cachito’: ‘qué grande Cáceda, su mejor partido’. Ya no le decía nada pero cada vez estaba más convencido que era Pedro Gallese el arquero y que el trabajo diferenciado al que yo había visto, dos horas antes, era porque el profesor Honores lo estaba terminando de poner a punto.
A estas alturas solo se escuchaba la barra de Perú en un estadio que no podía creer lo que veía. Estaba peligrando la clasificación de Argentina al mundial.
Messi tiene dos ocasiones de tiro libre casi al final del partido y no pasa nada.
Minuto 90 y se da la anécdota del partido.
Tiro libre para Perú.
Paolo frente al balón.
La coloca al ángulo.
Sergio Romero se estira y controla el balón.
‘Cachito’ salta de su asiento y grita: ¡GOOL!
‘Oshe peruano, te advertimos que te casharas la boca’.
Se levantó un energúmeno cuatro filas más abajo.
Y en eso se levanta mi compañero y con autoridad y valentía grita:
-”¿Tú sabes quién soy yo? ¡Soy Cachito Ramírez! ¡Y yo aquí, en este estadio, hace casi 50 años, metí los dos goles con los que eliminamos a Argentina por última vez de un mundial! Así que a mí me respetas”.
Yo estaba congelado, con la boca abierta, esperando cualquier desenlace.
‘Cachito’ se sentó molesto.
El argentino movió la cabeza, respetó y sin chistar se sentó.
Terminó el partido.
Perú había sacado un gran resultado.
Si perdíamos estábamos obligados a ganarle a Colombia en la última fecha.
Ya saliendo de las graderías ‘Cachito’ me dice: ‘quisiera saludar a los muchachos’.
Lo acompañé al camarín, lo hice entrar y siempre respetando los espacios me quedé afuera, como me correspondía.
Era una algarabía única. Salió ‘Cachito’ y me dijo: “El mejor de todos Pedro Gallese”.
-¡Ya ves, te lo dije! Exclamé con una sonrisa en la boca.
-¿Qué me dijiste? ¡¡Siempre dije que era Gallese!!
Esa noche no dormimos de la emoción.
En el vuelo de regreso no cesaban los cantos.
Y de pronto ‘Cachito’ me dijo: “¿Nos sentamos juntos?” y en el camino me contó cuanta anécdota recordaba.