No son evidentes las lecciones que se desprenden del desastre de Doha. Podemos enfocarnos en el desastre y refocilarnos en el dolor del objetivo incumplido. Es humano, comprensible. El nivel de expectativa generado por la selección resulta proporcional a la decepción de la derrota ante Australia. Pero en el fútbol la tristeza es una mala consejera, a pesar de que el fracaso es un excelente profesor. Aquí algunos aprendizajes:
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1. Los procesos funcionan
Los 7 años en los que Ricardo Gareca ha tenido la selección a cargo han sido, bajo todo punto de vista, exitosos: Perú compitió. No toca listar los logros, ampliamente conocidos, pero en todo torneo que le tocó enfrentar, los dirigidos por el argentino hicieron un papel decoroso o relevante, para muchos, incluso, por encima de sus posibilidades. En un país donde el mediano y largo plazo se ven como lujos o ficciones, hay aquí una prueba irrefutable de cuán bien rinden los procesos serios cuando se respetan.
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2. Se pueden hacer recambios no traumáticos
En Perú las transiciones generacionales han sido siempre difíciles (piénsese en la debacle pos 1985): a una generación destacada sucedían décadas de prueba y error. Este grupo ha demostrado que es posible cambiar a los dos centrales (Rodríguez y Ramos por Callens y Zambrano), así como el goleador histórico de la selección (Guerrero por Lapadula) sin que haya mella. Hay un enorme mérito en la manera en que la selección ha podido tener estas evoluciones en puestos sensibles de una manera suave o natural. Hacerlo a futuro, sobre todo del mediocampo hacia delante, será el principal reto de aquí al 2026.
3. No al borrón y cuenta nueva
Gareca demostró que se pueden hacer cambios necesarios, pero no generales ni dramáticos. Si bien es plausible cómo dejó de depender de algunos mal llamados “fantásticos” (Pizarro, Vargas), edificó su proyecto con dos de ellos (Guerrero y Farfán). De la misma forma, varios de los hallazgos de Markarián pudieron consolidarse bajo su mando: Advíncula, Zambrano, Ramos, Yotún, Carrillo, Cueva o Callens, por citar algunos, no debutaron con el ‘Tigre’, pero rindieron por encima de su nivel bajo su gestión. La clave ha sido un enfoque pragmático, no adánico, que hizo equipo a partir de lo que se le legó, a la vez que incorporó apuestas propias como Peña o Lapadula.
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4. Hay futuro
Gallese tiene fácilmente para una o dos Eliminatorias más, así como Callens, Abram y López. En el mediocampo pasa lo mismo: Tapia, Flores, Aquino, Cartagena y Peña acaban de alcanzar madurez futbolística. Lapadula, más veterano, debería rendir un ciclo adicional sin problemas. Esto no implica que los mencionados tengan el puesto comprado, pero sí que hay una estructura que ya bien Gareca -en el improbable escenario que renueve- o su sucesor podrán heredar. Es imprescindible, sí, afirmar a los recién llegados, como Jairo Concha, y recuperar a quienes por distintas razones fueron ajenos al proceso, como Ruidíaz.
5. Desconfiemos del mesianismo
Ricardo Gareca ha hecho una extraordinaria labor en estos 7 años, pero mal haríamos en homenajear su liderazgo convirtiéndolo en un asunto mágico-religioso. La selección peruana no nace y termina con él, por si hiciera falta decirlo, ni tampoco debemos convertir su dedicación en algo tan insustancial como un milagro. La lección es precisamente la opuesta: lo que rinde es el trabajo, no las fórmulas arcanas, ni el repentismo, ni la floritura.
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