Acaba de terminar la ronda de penales, acaba de fallar Valera su disparo y, en este exacto minuto en el que todos queremos renegar, maldecir o identificar culpables, se impone un esfuerzo superior: ver, o mejor dicho vernos, por encima de esta derrota frente a Australia. Sí, aunque cueste, aunque parezca resignado o mediocre, lo que hoy toca es dar gracias. Gracias por estas dos eliminatorias que han cambiado para bien la forma de pensar de toda una generación, la más joven, y que incluso han recuperado psicológicamente a quienes crecimos creyendo que los Mundiales eran una quimera, un objetivo imposible de alcanzar.
OPINIÓN: La selección peruana y el día más triste del mundo
Lo alcanzamos en Rusia gracias a este mismo grupo, a este mismo comando técnico al que hoy muchos empezarán a cuestionar por las decisiones tomadas en el repechaje. Sí, llegará el momento de las críticas, el señalamiento de errores, el replanteamiento mirando hacia el futuro, pero esta noche de lunes, aquí en Madrid, rodeado de amigos que no terminan de creerse lo que ha sucedido, con nuestros hijos luciendo la camiseta de Perú y asustándose con los gritos histéricos de los adultos a medida que se extingue el tiempo reglamentario, esta noche provoca emanciparse de la pena y la rabia para darle gracias al equipo de Ricardo Gareca por el milagro de llegar hasta las instancias finales una vez más.
Pese a no hacer un buen partido, pienso que ayer merecíamos clasificar, pero pienso también que la fatalidad (¿qué es una ronda de penales sino una ceremonia triste donde la buena y mala suerte se alternan?) hostiga a los peruanos con ahínco. Sé que a esta hora el impulso, el hígado, incluso el corazón nos traicionan y lloramos por lo lindo que hubiera sido estar en Qatar, pero intentemos concentrarnos en lo auténticamente importante: nuestra selección dio cuanto pudo, desordenadamente pero lo dio, y ese es un ejemplo que nos basta, o que a mí me basta, mientras le prometo a mi hija que la próxima vez será mejor, será distinto.