María Rosa Villalobos

En un país como el Perú, ser pesimista es un lugar común. Todo puede pasar en cualquier momento y casi nada funciona como debería. Esta característica, sin embargo, no es exclusiva, pues basta con conversar con personas de otros países de la región para escuchar comentarios bastantes similares sobre su propia realidad. En general, al menos en América del Sur, la tragicomedia es nuestro pan de cada día. Hay que reír para no llorar, es imposible aburrirse, y “gana” el que está peor.

Lo que es atípico y requiere algo más de esfuerzo en esta parte del continente es ser un optimista no condescendiente con el gobierno de turno. Hay una fina línea entre el optimismo y el conformismo, y al menos en el Perú, muchas veces lo primero genera críticas y suspicacia. No se trata de ser menos crítico e ingenuo, y tampoco de olvidar todo lo que no marcha bien, sino de tratar de sacar la cabeza, hacer más y comunicarlo oportunamente.

La noticia del regreso de inPeru es un buen ejemplo. Después de cinco años de ausencia, el ‘roadshow’ de inversiones regresa en setiembre y tendrá como destino Nueva York.

El sector privado y representantes del Gobierno, como Julio Velarde y José Arista, buscarán llevar la atención de los inversionistas a nuestro país. Tenemos cosas buenas que contar. Ya en mayo, el Perú registraba la inflación más baja entre las principales economías de la región, y hace tan solo algunos días, la reanudación del proyecto Tia María ocupó un espacio importante en la cobertura periodística.

En el largo plazo, hay optimismo respecto a nuestra economía, pues nos acompañan -una vez más- las buenas perspectivas para el precio de los metales como el oro y el cobre. Y aunque esto último sea un factor externo, no podemos como país desaprovecharlo, pues todas estas buenas noticias pueden verse opacadas por la incertidumbre y/o un cambio en las reglas de juego en cualquier sector. Como lo resaltó el Citi esta semana, el ruido no es algo positivo y el mercado siempre pone atención a la política.

Nos acercamos cada vez más al 2026, un año electoral, por lo que es probable que el próximo año la inversión entre en un ‘stand by’. Este es el momento en el que debemos trabajar para mitigar esta situación y tratar de avanzar en el camino de la reactivación. Ciertamente, con un Congreso inocuo a las observaciones técnicas y ávido de gasto, un Ejecutivo en medio del caso Rolex –entre otros-, y un sector privado cauteloso, no la tenemos fácil. Hay dos caminos: ser un optimista crítico o un pesimista. La decisión es suya, querido lector.

María Rosa Villalobos Editora de Economía y Día 1

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