De entre todas las posibles facetas atribuibles a Jorge Luis Borges —que no son pocas— una no tan conocida fue su habilidad para fabular ideas científicas. Durante la vida del escritor argentino (1899-1986), se revelaron muchos de los descubrimientos de la ciencia moderna, o, dicho de otro modo, las verdades observables del mundo. En la obra de Borges, un entusiasta del conocimiento, hay rastros de estos hallazgos: algunos de sus cuentos dialogan con teorías científicas que proponen la existencia de universos paralelos.
La filmografía de Christopher Nolan muestra, por su parte, algunas incursiones en la ciencia ficción. Una de las más recientes fue Interestelar, película que en octubre cumplió cinco años, con la que el cineasta británico deseaba “inspirar a una nueva generación para echar un vistazo hacia las estrellas otra vez”. Con la asesoría del físico teórico Kip Thorne, la película fue elogiada por la rigurosidad de sus ideas científicas. La más osada de todas es quizá su propuesta de dimensiones ocultas de la realidad.
Los mundos cuánticos
La tarde en que lo perseguían para capturarlo, el espía Yu Tsun ideó un plan para cumplir su misión. Tomó sus pertenencias —documentos, dinero y un revólver— y huyó a la mansión del sabio Stephen Albert. Allí pasó una tarde casi íntima y sostuvo una amena conversación sobre su bisabuelo, un antiguo gobernante que renunció a todo para dedicarse a construir un laberinto y un libro. Pero, al final de la velada, cumpliendo su plan secreto, Tsun disparó al sabio. Con este acto, transmitió la ubicación de la base enemiga, una ciudad de nombre idéntico al del sabio: Albert. Tsun cumplió su misión.
Aunque ese es el argumento del cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan” (1941), de Jorge Luis Borges, el desenlace pudo haber sido cualquier otro: Tsun pudo ser atrapado por su captor; perderse de camino a la mansión de Albert; o arrepentirse a último momento de dispararle porque, como se lee en el cuento, todos los desenlaces ocurren y cada uno es el punto inicial de otros posibles. Y es que, en el centro de este relato, está presente una idea científica inquietante: la existencia de universos distintos al nuestro, en los que —como en el cuento— todas las realidades ocurren a la vez.
Dieciséis años después de que Borges publicara el relato, en 1957, el físico Hugh Everett III propuso la tesis de los muchos mundos. Esta es una continuación de la llamada “mecánica cuántica”, la teoría científica que explica el comportamiento de los átomos y partículas subatómicas. De acuerdo con Everett, el mundo cuántico está regido por reglas complejas. Una de las más enigmáticas es que las partículas subatómicas no tienen un solo destino, sino que experimentan distintos estados a la vez. En otras palabras, viven, como propone el cuento de Borges, todas las realidades posibles.
En el relato borgeano, el sabio Albert lo explica de esta manera: “El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pên (bisabuelo del espía). A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esta trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas la posibilidades”.
La teoría de Everett ha sido sustentada en experimentos posteriores que concluyen, con poco margen de error, que una partícula puede estar en varios estados a la vez. Y más aún, si todo lo existente es una combinación de partículas, la materia e incluso los seres humanos estarían experimentando todas las realidades posibles, solo que no pueden percibirlo. Si Everett acertó —las teorías por ahora le dan razón—, el universo sería como lo imaginó Borges: un laberinto de muchas realidades.
Otra dimensión
En el mundo de Joseph Cooper, la humanidad ha agotado las reservas alimenticias y la Tierra es estéril como un desierto. En un intento de supervivencia, la NASA buscará, en una galaxia remota, un planeta habitable. La misión es a todas luces riesgosa —quien la emprenda debe estar listo para la soledad y tal vez la muerte—, y, aunque es uno de los pilotos de mayor genio, Cooper no está seguro de hacerlo. Aun así acepta. Le consuela saber que, de encontrar ese nuevo mundo, sus hijos podrán sobrevivir al hambre.
El argumento que propone Interestelar (2014), de Christopher Nolan, está tejido sobre una rigurosa base de preceptos científicos: ingeniería espacial, agujeros negros, viajes interestelares y, quizá lo más sorprendente, una teoría cuántica de la gravedad. Esta teoría —uno de los sueños frustrados de Stephen Hawking— es central para entender el hecho más importante de la película: los mensajes que Murphy (hija de Joseph) recibía de un supuesto fantasma.
Muchos años después de que su padre se perdiera en el espacio, Murphy regresa a la granja de su infancia. En la biblioteca, frente a sus viejas cajas de objetos personales, algo extraño vuelve a ocurrir: unas marcas de código morse aparecen en su reloj. Entonces, recordando los mensajes que un supuesto fantasma le enviaba de niña, Murphy se da cuenta de que el remitente es en realidad su padre. Usando el código, desarrolla una teoría cuántica de la gravedad. La humanidad, gracias a ella, logra dominar los viajes interestelares y salvarse en otro planeta.
Como en el cuento de Borges, la película se sostiene sobre la física cuántica. En efecto, era Joseph Cooper quien enviaba los mensajes a su hija. Lo hacía desde una dimensión creada por unos seres —la historia sugiere que son humanos del futuro—, que lo ayudan a sobrevivir. Desde esta dimensión, Cooper puede moverse en distintos momentos del tiempo, y transmitir mensajes a su hija. Crear una dimensión así solo sería posible con un control avanzado de la teoría cuántica de la gravedad.
Multiversos cosmológicos
En la última etapa de su vida, un bibliotecario anónimo decide contar los secretos del lugar que habita, una biblioteca de tamaño incalculable. Su descripción del espacio se inicia así: “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales”.
Como el propio personaje lo dice, “La biblioteca de Babel” (1944) puede leerse como una metáfora del universo. Al igual que en la biblioteca, el número de libros es infinito; las galaxias del universo —de acuerdo con observaciones cosmológicas actuales— lo son también. Así como la biblioteca borgeana dispone de 25 caracteres con los que están escritos todos sus libros, el universo posee poco más de 100 átomos para crear toda la materia.
Dado que esta es infinita y los caracteres de los libros son solo 25, estos necesariamente se repiten. Borges lo justifica diciendo que la biblioteca es ilimitada, pero periódica. Y remata con esta frase: “Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza”.
La teoría del llamado multiverso cósmico estudiada por el físico Max Tegmark propone una idea similar. Si el universo es infinito y existe un número determinado de átomos que forman todo lo existente, un viajero podría llegar en algún momento a rincones del espacio virtualmente idénticos al que habitamos. Hallaría otra Tierra, otra Vía Láctea y otro sistema solar. Un universo espejo pero distante.
Esta certeza científica se apoya en el análisis de la radiación cósmica de fondo, la fotografía más antigua del universo, y en la teoría inflacionaria, la cual propone una expansión tremenda y acelerada del universo en su origen. Por estas evidencias, los científicos saben —como los bibliotecarios de Babel— que el universo está lleno de materia y se extiende hasta el infinito.
Aunque parezca increíble, existen cálculos sobre la distancia que debería recorrer este viajero cósmico para llegar al universo espejo del nuestro. Tegmark estima 1010 metros. Una distancia enorme, pero finita. Quizá nuestra soledad podría alegrarse con esa esperanza.