Juan Gonzalo Rose es el poeta de la ternura, sí, pero también de la cotidianidad, de la cercanía, de una melancólica elegancia. Y también de la valentía, aquella que, sin aspavientos, hace que una persona reúna todas las mariposas y polillas que le aletean en el estómago, mire a los ojos del sujeto de su afecto y se resigne a entregarse a eso que llamamos amor, diciendo, con la ayuda y la venia de Rose, “más precisamente: me gustas porque te amo”.
La frase es el remate del poema “Exacta dimensión”, el cual viene incluido en el libro Simple canción, publicado en 1960. Es uno de los poemas más hermosos que Rose nos ha heredado tras su muerte, ocurrida un 12 de abril, hace 35 años, en una cama del piso 13 del hospital Rebagliati. Marco Martos ha dicho del protagonista de esta historia que se trata de un poeta tradicional pero de una sensibilidad exquisita que se oculta, que tiene un poco de pudor de mostrarse. “Se oculta para no ser herida. Es un poeta transido de amor. En el mejor sentido, es un poeta romántico, transparente: un poeta para gente triste”, escribe Martos. Tal vez el amor es, sobre todo, para gente triste. Para personas como Rose.
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Nació en 1928. Todavía está al debate si fue en Tacna o en Lima, pero lo cierto es que vivió hasta los 16 años en Tacna. En 1945 viajó a la capital e ingresó a la Facultad de Letras de San Marcos, y fue aquí donde se dedicó por completo a la literatura y a la política, primero como militante del APRA, partido del cual se apartó cuando este se alió con Odría, y luego uniéndose a la Juventud Comunista. Por su oposición a la dictadura de Manuel Odría, en 1950 viajó a México, de donde volvió seis años después para trabajar como periodista. En 1958 ganó el Premio Nacional de Poesía con el libro Cantos desde lejos.
Ricardo González Vigil escribió sobre él: “Se dio a conocer como uno de los mejores cultores peruanos de la llamada poesía social, al lado de Alejandro Romualdo. Es la etapa de sus primeros poemarios, La luz armada (1954) y, sobre todo, Canto desde lejos (1957), en los que el magisterio de César Vallejo, León Felipe y Miguel Hernández resulta reelaborado por la sensibilidad sensual, melancólica y entrañable de Rose, sorteando los riesgos de la imitación servil”. Es una figura destacada de la generación del 50, pero cultivó una relación muy cercana con poetas de las generaciones del 60 y 70.
¿Fue homosexual? Dicen que sí, y que era un secreto conocido por todos. Dicen también que el estar en el clóset le ayudó a cultivar la fina sensibilidad que transmite en su poesía. De lo que sí se tiene certeza es de que fue una persona profundamente católica y conflictuada, entregada al alcohol y a la vida bohemia, cliente habitual de los bares El Ovni (San Felipe) y El Jinete (avenida Brasil). Sufrió largos períodos de depresión y una sensación de soledad que se convertiría en su sombra. El alcoholismo desencadenó una cirrosis que a su vez derivó en una bronconeumonía, la que finalmente se lo llevó. Su adicción se había agravado con la muerte de su madre, en 1981.
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Juan Gonzalo Rose también se acercó desde la poesía a la música. “Tu voz”, una canción que suena en los corazones peruanos interpretada por Lucha Reyes, le debe la letra, así como otros valses menos conocidos pero igualmente conmovedores como “Si un rosal se muere”, “Felipe de los pobres” o “Pescador de luz”.
El poeta Jorge Pimentel escribió un sentido testimonio de sus encuentros con Rose en el Rebagliati. Pimentel tenía a su madre internada en el mismo piso, por lo que ambos solían tener conversaciones como si no pasara nada. Y estaba pasando todo. “Juan Gonzalo jamás me habló de su enfermedad, ni yo le pregunté. Pero sí hablábamos de encargos, de encargos secretísimos. O ironizábamos el espacio. Me cuenta Víctor Escalante, el hermano de Alberto, que un día llegó Jorge Boccanera, un poeta joven argentino, y le dijo a Juan Gonzalo: ‘Maestro, ¿en el Perú, la poesía se vende?’. A lo que le contestó: ‘No, acá los que se venden son los poetas’”.
Es probable que Rose no se vendiera, pero sí se traficaba. Durante su estancia en el Rebagliati era común que encontrara la forma de camuflar alcohol o sedantes. Sabía que se iba, y quería apurar el paso. Tal vez pretendía, parafraseando su bello poema “Gastronomía”, que la muerte se lo comiera sacándole las espinas, las vísceras heridas, los residuos de llanto y de tabaco. Y, como buen final, tomarse un trago.