Los bares, pubs y sitios de baile —o sea, los centros de vida social y entretenimiento nocturno más frecuentados— serán, sin duda, los últimos en reabrir con todas sus potencialidades debido al mandato sanitario de la distancia física. Y es que dos metros para crear una complicidad siempre anhelada pueden ser demasiado para nuestra imperiosa necesidad humana de emoción e intimidad.
De momento, la cuarentena tiene aún a las personas en sus casas. Cuando esta se levante, clubes, bares, discotecas, salsódromos, peñas y lugares de diversa índole se verán ante la necesidad de volver a abrir adecuándose a una nueva realidad signada por estrictos protocolos de seguridad sanitaria. En todo el mundo, desde las más famosas discotecas en Miami o Ibiza, hasta los pubs más vanguardistas en Ámsterdam o Londres, pasando por los escenarios de baile masivo de Nueva York, Río, Buenos Aires o Lima, los espacios para la vida nocturna estarán obligados a reinventarse, sobre todo cuando sabemos que, hasta para sus más asiduos visitantes, no son prioridad en las actuales circunstancias.
Lo señala la encuesta de abril del Instituto de Estudios Peruanos: más de la mitad de los peruanos le teme más al hambre que al virus, y poco más de cuatro de cada diez compatriotas siente más la amenaza de quedarse sin trabajo que enfermarse. Por supuesto, hay matices según región o situación socioeconómica, pero el hecho es que medio país probablemente sienta que la agonía por ganarse la vida propicie un merecido espacio para la distensión y el relax. Las salidas de noche a “tomar aire” se darán, sin duda, con la misma o quizás mayor fruición que antes.
El espíritu de Dionisio, la divinidad griega símbolo de la celebración, la fertilidad y el buen vino, que ha acompañado a la civilización desde el origen del fuego, estará entonces de regreso como ha sucedido a lo largo de la historia. Por tanto, su adecuación a la nueva normalidad de socialización con distancia física se tornará imprescindible.
Nuevos agentes de cambio
Lo que están haciendo algunos emprendedores culturales es darle una vuelta creativa al desafío y aprovechar tanta vitalidad para que los centros de entretenimiento nocturno sean los nuevos “agentes de cambio”. En Toronto, Canadá, por ejemplo, la comuna ha aprobado una legislación que impulsa que los bares, pubs y discotecas se conviertan en lugares de experiencias comunitarias significativas, siempre guardando los protocolos necesarios de seguridad. Se entienden entonces como centros de edutenimiento formativos sobre los nuevos estilos de vida. La meta principal es impulsar un criterio de Support my local. Es decir, volver al principio original del pub como el espacio público donde la comunidad se encuentra, y donde los parroquianos se reúnen para divertirse, mientras tienen sueños y delirios comunes... Todo ello dentro del clima de confianza que brinda la interacción con vecinos a quienes conocemos bien y sabemos que comparten hábitos y costumbres.
Intimidad distante
Otra estrategia para agasajar a Dionisio en tiempos de pandemia es crear en los bares y discos experiencias temáticas de aprendizaje cultural a todo nivel; ofrecer atractivos más allá de empinar el codo; crear contextos donde empujar la copa cobre mayores sentidos, por ejemplo, enseñar bailes colectivos para que coreografías de otras latitudes, como la del haka maorí, se recreen, respetando siempre los dos metros de rigor; o realizar talleres con específicas finalidades: descubrir bebidas para templar el alma, que promuevan concentración y ritmo, o que propicien agudos análisis de conciencia.
Lo que nos toca proponer como innovadores culturales es dar un giro al baile de la tensión y poner en escena narrativas y prácticas que den forma a una nueva intimidad a la distancia. Se trata de convocar a Dionisio sin agotarse al final del vaso. Se trata de trazar nuevos espacios ideales en los que, también, las marcas corporativas hallen buenos propósitos para sus nuevos relatos: destinar porcentajes de ingresos a los menos favorecidos en la crisis, por ejemplo; o campañas de identificación con los productores originarios de sus bienes, también. Una ronda que, al fin, involucre a todos, y propicie una gran cadena de beneficio compartido, algo por lo cual decir salud retome el sentido.