El curador Alfredo Villar aborda la historieta y el humor gráfico durante un periodo crítico de historia del Perú: entre 1978, año de la Asamblea Constituyente, y 1992, año del autogolpe de Fujimori. Época que fue testigo de una explosión de creatividad y humor como manera de abordar un presente feroz.
En la muestra, estructurada alrededor de las transiciones políticas, la caricatura emerge como un modo de análisis sintético de la realidad nacional, mediante el cortocircuito humorístico. Esta aproximación crítica —de rápido impacto— tendría en Heduardo (Eduardo Rodríguez), Alfredo (Alfredo Marcos) y Carlín (Carlos Tovar) a algunos de sus representantes emblemáticos.
Villar resalta además los esfuerzos editoriales de publicaciones como las revistas satíricas Monos y Monadas, El Idiota, No! (suplemento de la revista Sí!) y publicaciones de historietas como Búmm!, Mundo Cuy, Rataplán, etc.
La exposición reúne ejemplos de distintas perspectivas humorísticas, estéticas y conceptuales, donde algunas obras exploran los límites de lo evocativo y lo comunicativo, como “El viento de la tarde”, de Dare Dovidjenko, cuya narrativa enigmática se alía potentemente con un depurado dibujo para remarcar la agencia del público, vía la interpretación.
Una pieza de Nano ilustra las estrategias de confrontación visual que se verían también en la plástica de los ochenta: “Visite el Perú, el país de Sendero Luminoso” replica irónicamente la publicidad de aerolíneas, articulando críticamente los discursos de promoción turística con la realidad de la violencia terrorista y militar en Ayacucho.
Las piezas de Juan Acevedo evidencian un incisivo humor político y una clara consciencia de las confrontaciones ideológicas —cuando no la opresión y la discriminación— que atraviesan las relaciones sociales. Su trabajo con las formas, líneas, expresiones, etc., hace de sus imágenes no solo un soporte gráfico para un punch line, sino un medio implícito de denuncia. Acevedo propone así un trabajo cuya capacidad crítica no pasa por la legibilidad de un personaje específico, sino por su fuerza alegórica.
La muestra rescata los originales de muchas historietas, lo que permite observar los sofisticados juegos de claroscuros y texturas que suelen perderse en la forma impresa, como se hace patente en ejemplos como “El apagón”, de Pepe San Martín; o los dibujos a tinta, collage y acuarela de Til. Debido a la inmediatez del consumo de estos formatos, este cuidadoso trabajo no siempre puede ser apreciado. Precisamente esa es una de las apuestas del curador: generar un espacio para una lectura de la historieta y el humor gráfico que permita incorporar sus dimensiones más plásticas.
En ese sentido, llama la atención el trabajo de Julio Polar, con un potente tratamiento visual en su uso de los contrastes y texturas visuales, como en “Fuera del límite”, o con la eliminación de la viñeta para generar una lectura más fluida en “Feliz día ratas”.
Omar Zevallos y Alonso Núñez hacen gala de un dibujo sofisticado en el que la deformación y la fusión de figuras diferentes son empleadas para efectos simultáneamente críticos y cómicos. Por ejemplo, la dupla Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos retratada como un monstruo de dos cabezas o Montesinos dibujado con cuerpo de víbora (ambas de Núñez).
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Cabe destacar el trabajo de Marisa Godínez, la única mujer del equipo de Monos y Monadas —según la imagen de Carlín de 1981—, cuyo trabajo muestra ser muy político, si bien atento a la desigualdad de género. Godínez emplea el dibujo para sugerir las condiciones de dicha desigualdad, como en aquella pieza que enlaza el Día de la Madre, el consumismo y la imposición de roles de género; o en aquella otra que alude al matrimonio como una forma de confinamiento. La obra de Godínez resulta un punto disonante de cara a toda la producción centrada en las crisis económica, política y social, que hoy revela su importancia y trascendencia.
La exposición, siendo interesante, queda corta, sobre todo viendo el imponente catálogo de más de 200 páginas que se ha producido (se viene una segunda parte, no obstante), pero incita a la curiosidad, y eso es clave. La apuesta de Alfredo Villar por difundir un tipo de práctica que, si bien nos rodea, no ha sido presentada de un modo que permita entender sus desarrollos, es digna de elogio.
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Sala de Arte Luis Miró Quesada GarlandDirección: Av. Larco con av. Diez Canseco, Palacio Municipal de Miraflores.Hasta el 2 de marzo, 2017