Hagan la prueba: abran el buscador de Twitter, escriban “Bukele” y, a continuación, el nombre de cualquier país latinoamericano. Puede que el resultado los sorprenda. El presidente de El Salvador es el político más popular de la región y los pedidos para importar su modelo de mano dura se acumulan en distintas orillas ideológicas de la red.
Pero, como el personaje mismo, la presencia del joven mandatario desborda a las redes sociales. En Honduras, la progresista Xiomara Castro ha comenzado a implementar algunas de sus políticas. El ministro de seguridad de Costa Rica le sugirió a su Gobierno que hiciera lo mismo. El alcalde de Lima y flamante estrella de la ultraderecha peruana, Rafael Lopez Aliaga, también propuso un “plan Bukele” para combatir la delincuencia en su ciudad. En las últimas elecciones locales en Ecuador, que vive una epidemia de violencia, los candidatos que proponian imitar al salvadoreño se multiplicaron —de hecho, una encuesta reciente arrojó que Bukele tiene mejor imagen entre los ecuatorianos que cualquiera de los políticos nacionales—. En Chile han aparecido ciudadanos que lo invocan en pancartas. En Argentina cosecha admiradores en el oficialismo y en la oposición. “Lo que hizo Bukele en El Salvador es música para mis oídos”, dijo hace poco el ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, un hombre del peronismo gobernante. Y en Colombia la figura de Bukele creció tanto que algunos sugieren que se convirtió en la principal referencia de oposición al actual presidente, Gustavo Petro. Luego de una riña que protagonizaron ambos mandatarios en Twitter, la conservadora Revista Semana lo eligió para su portada, con el título: “El milagro Bukele”.
Bajo un régimen de excepción que ya lleva más de un año en vigor, el presidente de El Salvador logró —por el momento— acabar con el imperio de las pandillas y reducir drásticamente los homicidios. En una América Latina donde la inseguridad trepa de manera vertiginosa y en la que líderes y partidos sufren de enorme desprestigio, el fenómeno Bukele encontró tierra fértil para crecer. Y a pesar de los costos democráticos del modelo y las dudas sobre su sustentabilidad, todo indica que lo seguirá haciendo.
El origen del bukelismo
La historia que puso a El Salvador, un país por lo general ignorado en la coyuntura regional, en el centro de las noticias comenzó como un recuadro colorido. Nayib Bukele tenía 37 años cuando llegó a la presidencia, en junio de 2019. Los perfiles lo retrataban como un milenial adicto a las redes sociales que había logrado algo parecido a una hazaña: era la primera vez desde el fin de la guerra civil salvadoreña (1980-1992) que el presidente no venía de ninguno de los dos partidos tradicionales —el FMLN y Arena, de izquierda y derecha respectivamente—. Rápidamente se hizo conocido como el “presidente que gobierna por Twitter” por sus mensajes excéntricos, en los que daba órdenes públicas a sus ministros y mandaba a la población a dormir.
Bukele no era técnicamente un outsider. Antes de ser presidente, fue electo dos veces como alcalde por el FMLN, la última en San Salvador, la capital. Su llegada a la política se dio en condiciones extrañas. Luego de trabajar en la agencia de publicidad de su padre, donde se sumergió en un mundo que nunca abandonaría del todo, Bukele se ofreció como candidato en un municipio de la periferia de la capital a uno los operadores del partido, que era cliente de la agencia. Ya desde esa campaña, buscó diferenciarse bajo un posicionamiento agresivo en redes sociales y adoptando una estética y un discurso crítico con los dos partidos dominantes. La estrategia eventualmente chocaría con la dirigencia del FMLN, un barco del que Nayib saltó justo a tiempo para lanzarse a la presidencia con un nuevo movimiento. Ganó con más de la mitad de los votos.
En un país consumido por la violencia, donde las pandillas ejercían una autoridad paralela al Estado, Bukele prometía resultados concretos. Los consiguió reduciendo la tasa de homicidios a la mitad en un solo año. Para lograrlo, hizo lo mismo que habían hecho sus antecesores e incluso él mismo cuando alcalde: negociar. El medio El Faro documentó cómo el Gobierno había establecido una tregua con las tres principales pandillas para que dejaran de matar a cambio de mejores condiciones carcelarias. El reportaje poco influyó en la popularidad de Bukele, que ya superaba el 80%. El presidente, además, había otorgado generosos subsidios durante la pandemia, financiados con un aumento de la deuda. Eso alcanzó para que arrasara en las elecciones legislativas, dos años después de su llegada al poder, en las que se hizo con la mayoría absoluta. Bajo la nueva relación de fuerzas, Bukele purgó a la Corte Suprema y al fiscal general, y colocó a aliados en sus puestos. Su presidencia exhibía un cariz cada vez más autoritario.
La tregua de Bukele con las pandillas llegó a su fin a principios de 2022, luego de una masacre que dejó más de 80 muertos y contaminó las cifras récord del Gobierno. La respuesta del presidente fue un régimen de excepción que habilitó detenciones arbitrarias, extendió los plazos de prisión preventiva y engordó las atribuciones de las fuerzas de seguridad. El presidente hizo construir una nueva cárcel —la más grande de América Latina— para poder alojar a todos los detenidos, que hoy superan los 60.000. Entre ellos hay una importante cantidad de personas inocentes, que se encuentran detenidas en condiciones de hacinamiento y desprovistas de garantías legales. Pero Bukele cumplió su promesa. Los homicidios no solo volvieron a reducirse. Según documentan diversas fuentes, entre ellas El Faro, el presidente logró terminar con el régimen de pandillas. Los salvadoreños ahora pueden cruzar de barrio y encontrarse en parques cuyo acceso antes estaba prohibido, entre otras novedades.
El veredicto ahora es compartido entre críticos y afines: Bukele ha ganado su guerra. Y, aunque quizás sea demasiado pronto para decretarlo, Latinoamérica está mirando de cerca.
Un fenómeno regional
Para el politólogo Juan Pablo Luna, profesor de la Universidad Católica de Chile, hay dos tendencias que ayudan a entender la reverberación de Bukele en el continente. “Primero, hay una crisis de representación donde se genera un vacío en los sistemas políticos tradicionales, que contribuye a la aparición de liderazgos outsiders. Y el caso de Bukele es revelador, porque El Salvador solía tener uno de los sistemas de partidos más estables e institucionalizados de la región, estructurado con el clivaje de la guerra civil. Lo segundo es una crisis del Estado, asociada a la expansión del crimen organizado, que genera mucha violencia y una demanda por seguridad que nadie sabe cómo mitigar”, explica a COOLT.
“Hay un descontento muy grande sobre cómo funcionan las democracias”, agrega María Victoria Murillo, profesora titular de Ciencia Política en la Universidad de Columbia.”Esto no tiene tanto que ver con una crítica a la naturaleza del régimen sino a su desempeño. Hoy la población quiere, fundamentalmente, dos cosas: seguridad y tener para comer. Lo otro viene después. No sorprende entonces la popularidad de Bukele, que es única en la región, y donde naturalmente es visto por otros líderes como uno al que las cosas le salieron bien”.
A eso se le suma la agresiva campaña de marketing desplegada por Bukele y acompañada por sus seguidores en redes sociales, que invaden la mayoría de publicaciones en las que se menciona al presidente. El dirigente salvadoreño ha mostrado, por su parte, interés en proyectarse. Ha tenido roces con figuras prominentes como el presidente de Chile, Gabriel Boric, y el de Colombia, Gustavo Petro. Este último lo mencionó recientemente en un discurso, buscando diferenciarse: “Nosotros logramos reducir esa tasa de homicidios (...) pero no a partir de cárceles, sino de universidades, de colegios, de espacios para el diálogo, de espacios para que la gente pobre dejase de ser pobre”. El planteo de Petro era interesante, porque encarnaba en cierta medida el argumento más utilizado por la izquierda para lidiar con problemas de seguridad. Bukele le respondió por Twitter: “Los resultados pesan más que la retórica. Deseo que Colombia en realidad logre bajar los índices de homicidios, como lo hemos logrado los salvadoreños”. La riña no ha parado de escalar, y Bukele fue defendido por políticos de la derecha colombiana. “Creo que iré de vacaciones a Colombia”, tuiteó hace poco.
La segunda tendencia —la crisis del Estado— se ha manifestado con fuerza en el último tiempo. “Los desafiantes locales al Estado se han vuelto más poderosos”, señala Luna. Las pandillas encarnan uno de esos ejemplos. “Los Estados tienen en algunos casos menos plata y menos poder de fuego que esos desafiantes locales. Eso genera la capacidad de compra y cooptación del Estado, se vuelve una debilidad. Es un problema de corrupción, pero también de presencia”.
Puede que este cuadro sea familiar para países como El Salvador, Colombia, México y, más recientemente, Venezuela. Pero se está extendiendo a otros lugares. Según el último informe anual de homicidios de InSight Crime —una fundación especializada en investigar crimen organizado en América Latina—, ha habido un crecimiento importante de asesinatos en países que no estaban acostumbrados a este fenómeno. El caso más ejemplar es Ecuador, cuya tasa de homicidios creció más del 80% en un solo año. Chile, por su parte, sufrió un aumento del 30%. Otro informe de InSight Crime indica que ha habido cambios en las rutas del narcotráfico. Así, Chile y Uruguay, por ejemplo, se ven más expuestos a la actividad criminal derivada del mercadeo de cocaína, aunque no tanto como Ecuador, que se ha convertido en un centro de distribución. En Argentina, el fenómeno se ha centrado en la ciudad de Rosario, donde el aumento de casos de violencia ha nacionalizado el debate sobre la seguridad, pese a que la tasa de homicidios sigue siendo comparativamente baja.
La rápida difusión del fenómeno Bukele ha preocupado a organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch, una de las principales voces en alertar sobre los costos del modelo. “La atracción regional que ha recibido Bukele es resultado de una preocupación genuina y entendible en muchos países por la criminalidad y la violencia”, dice a COOLT Juan Pappier, subdirector en funciones de la División de las Américas. “Pero creo que si los ciudadanos logran superar la desinformación sobre Bukele y conocer los riesgos de su modelo autoritario tendría menos apoyo. Estamos hablando de un modelo donde el Gobierno negocia a espaldas de la ciudadanía con el crimen organizado y expone a cualquier ciudadano, por ejemplo a niños, al riesgo de ser detenido sin ningún motivo. Además, es dudoso que esa estrategia pueda mantenerse. Ya hubo detenciones masivas en el pasado, y al final esos planes lograron que las pandillas usaran las cárceles para reforzarse. Las pandillas ahora están debilitadas, pero esta estrategia de seguridad también permite que se reciclen y sigan cometiendo graves abusos en el futuro”.
Las sombras del método Bukele
Pappier se refiere, por un lado, a los jóvenes que fueron detenidos debido a su apariencia o, como reveló El Faro, por mostrar “nerviosismo” en los interrogatorios. Esos casos se enfrentan a un panorama incierto, sin juicio a la vista. Por otro lado, hay indicios de que Bukele negoció con líderes pandilleros recientemente, y el contenido de esas conversaciones es opaco. Por lo demás, es difícil saber cuán sostenible es esta estrategia en la que el Estado no propone políticas públicas que vayan más allá de la represión y contención de estos grupos.
“Esto no se ha acabado”, advierte Steven Dudley, el cofundador de InSight Crime. “Es posible que a esta historia le falten capítulos y que estemos recién a mitad de camino. Si algo sabemos por la evidencia de los últimos 40 años es que al fenómeno de las pandillas no se le gana encerrándolas. Si esto fuera así, ya no tendríamos pandillas en Brasil o en Ecuador. De hecho, esta estrategia ha sido siempre la estrategia de facto contra el crimen”.
La novedad de Bukele, sugiere Dudley, es la obtención de resultados “que no se han visto antes, en un tiempo récord”. Para que sea sustentable, en su opinión, hace falta un mayor involucramiento de la sociedad civil. De lo contrario, solo será un proyecto del Estado. “Sin mayores y mejores oportunidades para sociedades donde la mitad trabaja en la informalidad y sin acceso a salud y educación no se va a resolver el problema de manera cabal. La seguridad ciudadana es importante, pero es solo una parte”.
La combinación entre resultados rápidos y un modelo de gestión hiperpublicitado, con un posicionamiento agresivo en redes sociales, le ha dado a Bukele una popularidad que a veces se confunde con la veneración. Ese respaldo, que ha acompañado al presidente desde un principio, fue un activo para implementar las políticas del último año. Muy pocos políticos latinoamericanos tienen hoy la legitimidad o la confianza para implementar un régimen de excepción como el de Bukele, lo que dificulta sus posibilidades de exportación, aunque lo vuelve tentador para los candidatos outsiders.
El Salvador no tiene algo siquiera parecido a una oposición y la reelección de Bukele —que, según sondeos recientes, alcanza un índice de aprobación del 91% en su país— se da por descontada. El nuevo hombre fuerte de América Latina entonces podrá juzgar a sus imitadores por mucho tiempo. Lo hará, eso sí, desde Twitter, con su propio celular en la mano.
Este artículo se publicó en la revista Coolt el 05.04.23
TE PUEDE INTERESAR
- ¿Cómo influyó la cultura prehispánica peruana en el arte de Pablo Picasso?
- Twitter y el debate sobre las ‘fake news’ tras el anuncio de cobro a cuentas verificadas: ¿riesgo o paranoia?
- De cómo una Princesa Inca decidió el acercamiento del Museo del Prado al arte americano
- La revista “Granta” le dedicó al Perú su más reciente edición
- Miguel Ángel Vallejo nos entrega un manual de supervivencia en caso de una infección zombi
Contenido sugerido
Contenido GEC