Durante la pandemia, una de las cosas que más extrañó hacer la escritora María José Navia (Santiago de Chile, 1982) fue ir al cine. Gracias a ese deseo de adentrarse en las salas oscuras, escribió un libro inspirado en la atmósfera de varios filmes que la han marcado a lo largo de su vida y que se titula Todo lo que aprendimos en las películas.
Para Juan Casamayor, editor de la autora en el sello Páginas de Espuma, el trabajo narrativo de Navia tiene “al cuento como un eje”. De hecho, los autores y las autoras que publican en esta editorial independiente con sede en Madrid tienen cierta predilección o militancia por el relato, y Todo lo que aprendimos en las películas — finalista del Premio Ribera del Duero en 2022— es un ejemplo más de esa seducción que ejerce la narrativa breve dentro del mercado español.
En conversación con María José Navia, la autora nos explica que el libro lo escribió durante esos meses de encierro: “Yo no quería mencionar la pandemia y estaba muy maniática con eso, deseaba escribir sobre otra cosa. Durante ese período experimenté mucho sufrimiento, sufrí de verdad, porque se murió gente en mi familia. Entre las cosas dolorosas estaba el no poder ir al cine”. La idea de que ese acto tan cotidiano para ella se extinguiera, cuenta la escritora, pareció muy real en los momentos más oscuros de la pandemia.
“Lo que más me gusta del cine es que por una hora y media o dos compartimos la oscuridad con un grupo de extraños que piensan distinto que tú, que sienten distinto que tú, que tal vez nunca serían tus amigos, pero, mientras dura esa película, estamos juntos, nos conmovemos, algo pasa ahí que me parece transformador. Entonces, quería recuperar ese amor por la experiencia ritual de ir al cine y que el miedo se fuera a través de los relatos”, agrega Navia.
Ordenado cinematográficamente, Todo lo que aprendimos en las películas enlaza relatos en los que se describen ambientes incómodos y muy extraños, umbrales donde los personajes se encuentran en las peores situaciones, logrando así transmitirle extrañeza al lector y, a partir de ahí, estimular la imaginación, la cual seguirá ahondando en un mundo donde no todo se revela en palabras. Esto es a lo que Navia llama los “casi cuentos”, porque gran parte de su poder reside en la atmósfera. “Hay un casi de los espacios”, dice. “A veces hay nostalgia por el espacio, a veces el personaje peregrina de un espacio a otro, y siempre ese espacio no deja de ser la casa, la ciudad de sus personajes”.
No es algo fuera de lo común que Navia nombre las casas y se obsesione con ellas: su editor dice que la escritora padece “domofilia”. Las viviendas y los espacios cerrados están tan presentes en este libro como la maternidad. Navia recuerda a otras autoras latinoamericanas que han reflexionado sobre este último tema, desde Guadalupe Nettel a María Fernanda Ampuero, y se hace varias preguntas: “¿Qué pasa cuando nos quedamos en casi las maternidades? ¿Qué pasa cuando nos quedamos en esa reflexión de cuestionar las distintas y posibles maternidades? Cuando se vive entre el rechazo y el deseo de la maternidad”. Estas cuestiones son un territorio “absolutamente fértil”, que conecta claramente el libro con la escritura del cuerpo.
Tradición inglesa en cuerpo chileno
Los cuentos de Todo lo que aprendimos en las películas beben de la tradición inglesa, en gran parte porque la experiencia de Navia viene de sus estudios en las universidades de Nueva York y Georgetown. Aunque hoy es profesora de Literatura en Santiago de Chile y dice que hay mucho que admira del relato en español, la escritora confiesa que se siente “más afín al cuento en inglés, especialmente a las grandes cuentistas, como algunas de las que aparecen nombradas en los epígrafes del libro: Joy Williams o Mavis Gallant, pero también a Edith Pearlman, Amy Hempel...”.
Navia explica que le interesaba construir este libro con cuentos independientes, pero que a su vez guardaran cierta relación entre ellos: “Quiero creer que cada uno por sí mismo va estirando sus tentáculos, uniéndose uno al otro, conformando una historia mayor”. Y si su anterior colección de relatos, Una música futura, publicada en España por editorial Barrett, es una obra cosida a través de la tecnología, en Todo lo que aprendimos de las películas la autora logra otro tipo de conexiones. Por una parte, están los vínculos del llamado “casi”: las ya mencionadas casi madres, la casi pareja... “Vínculos que no calzan en las cajitas o en las categorías de siempre”. Un ejemplo es el cuento titulado ‘Dependencias’, “donde las personas que acompañan en el cuidado no necesariamente son madres”.
Otro nexo en común de los textos es un elemento que bebe del relato anglosajón: la presencia de las casas embrujadas. “Quería una casa que se fuera embrujando de distintas maneras. Al principio, por la desesperación de querer concebir, como en el cuento ‘Dependencias’ y, luego, porque llega una escritora a vivir allí”; hecho que a Navia le genera risas ya que, como narradora, supone que lleva incorporada su “carga de embrujos”. También el hechizo recae en la casa del cuento ‘Gretel’, donde el lugar se embruja por el abuso de la tecnología, pues los personajes terminan por no conversar entre ellos ni establecer contacto. “Me interesan esos vínculos del casi, de lo efímero, de lo transitorio, de lo fugaz”, dice la autora. No es de extrañar entonces que Lost in Translation sea su película favorita.
El mago de Oz marcado en el ADN
Esa relación particular de las mujeres y el espacio doméstico condujo a Navia visitar la casa-museo de la escritora estadounidense Emily Dickinson, en Amherst, Massachusetts. Allí, al ver su habitación, sufrió un “estendalazo” que la hizo llorar y que conecta con otra obsesión: El mago de Oz.
Navia cuenta que la película de Victor Fleming es su filme preferido de la infancia, y recuerda que mucha gente desconoce que se trata de una adaptación del primer tomo de los 14 que el autor de literatura infantil Frank Baum escribió sobre este mundo de fantasía. Lo particular de esta obsesión es que, al adentrarse en el universo de Oz, Navia descubrió que uno de los guionistas de la película, Herman Mankiewicz, es un familiar cercano.
“Esto estaba en mi ADN profundo, y creo que era algo que yo tenía que vivir”, explica, antes de revelar que su próximo libro tiene que ver con el mundo de Oz. Así que la entrevista se acaba y el pin de los zapatitos rojos de Dorothy que Navia lleva amarrado a su chaqueta comienza a brillar.”Me cuida y me hace volver casa”, dice la autora. Tras casi un mes recorriendo España, mitad de vacaciones, mitad haciendo promoción del libro, casi es una súplica: “Que me lleve de vuelta, por favor”.
Este artículo se publicó en la revista Coolt el 01.04.23
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