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Últimas noticias de la Arcadia: la crítica de José Carlos Yrigoyen
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Últimas noticias de la Arcadia: la crítica de José Carlos Yrigoyen

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Nada menos que treinta años han transcurrido desde la aparición de “No me esperen en abril”, la última gran novela de (Lima, 1939) y una bella edición conmemorativa de Peisa nos lo hace recordar. El Bryce que la publicó era ya por entonces un autor canónico de relevancia latinoamericana, con obras sustantivas en su haber como “Un mundo para Julius” (1970) o “La vida exagerada de Martín Romaña” (1981), además de una buena cantidad de cuentos que son credenciales de su maestría en el género. Pero la importancia de “No me esperen en abril” era distinta: no solo resultaba una novela excelente en sí misma, sino también un libro sintetizante de la trayectoria de Bryce hasta ese momento.

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La trama de la novela contiene reiteradas referencias a la primera parte de su producción: el hilo argumental, la relación entre Manongo Sterne y Teresa Mancini, es una divertida y sentida recreación del vínculo de Manolo y Cecilia, personajes de “Una mano en las cuerdas”, uno de los mejores cuentos de su libro inaugural, “Huerto Cerrado”. El colegio San Felipe, donde estudia Manongo, es un microcosmos que alude a las dinámicas internas de ese Inmaculado Corazón del “Julius”. La parte final, donde los personajes resuelven su adultez entre la realidad nacional y la nostalgia de un tiempo ido, tiene acentos de “Martín Romaña”. Ese mundo es reformulado en una historia perfectamente autónoma, contada por Bryce, con una madurez mayor que la de sus libros precedentes, con la ventaja adicional de maniobrar la distancia temporal con respecto a esa perdida Arcadia que modeló a lo largo de los años, y que en estas páginas regresa delimitada y profundizada en sus múltiples facetas.

Este es el mejor Bryce: el que hace de la digresión continua un camino hacia el plano sentimental en el que supo moverse calibrando el exceso, el acopio de ternura, la broma chirriante, siempre en sus debidas dosis, que eran por definición indebidas. El que sabe justificar su desmesura con más desmesura. El factótum de personajes memorables como el cálido Adán Quispe, el estrafalario y genial Teddy Boy o el inolvidable Álvaro de Aliaga y Harriman, que en sus conversaciones recogen con suma elocuencia la forma de pensar (y de actuar) de un Perú que no existe más. Es, por otro lado, el Bryce más interesado por comprender cómo la clase alta que retrata ha enfrentado los diferentes procesos históricos -el pradismo, el velasquismo, la década perdida de los ochenta- interpretados a través de una lucidez risueña cuyo filo no distingue ideologías ni linajes.

Luego de “No me esperen en abril” nada sería igual. Bryce se prodigó en entregas menores y derivativas, algunas amenas, otras olvidables. Sin embargo, su crédito como narrador se mantiene incólume. Ha firmado tres novelas imprescindibles para el lector nacional y latinoamericano, pues ha impuesto una mirada agridulce que es muy nuestra y a la vez de códigos transferibles en otros contextos. Y goza de algo más importante todavía: ser parte legítima de la educación sentimental de varias generaciones de peruanos.

LA FICHA

Alfredo Bryce Echenique. No me esperen en abril.


• Peisa, 2015. 661 pp.

• Valoración: 4,5 estrellas de 5 posibles.

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