Matapalo es el único distrito del sólido Tumbes fujimorista en el que Pedro Castillo fue el más votado en primera vuelta. Allí, en la carretera fronteriza que va hacia Papayal, Castillo agarró la moto todo terreno de uno de sus seguidores y emprendió una carrera que dejó atrás a la seguridad del Estado que lo resguarda. En los altoparlantes de un vehículo que lo seguía se escuchaba: “Pedro Castillo, el rondero, el agricultor, el profesor”. El mensaje era directo: él era uno más entre los locales.
Ese miércoles 28 de abril, el candidato presidencial de Perú Libre culminó su ruta hacia el norte con visitas a varios centros poblados en el límite con el Ecuador. Su campaña se ha basado en identificarse auténticamente con los sectores más pobres, y dar a entender que él sí entiende sus necesidades. Antes, en Cerro Mocho, Castillo habló con conocimiento geográfico directo sobre dónde están las mejores cosechas de arroz del norte, que la papa se pudre en Chota por falta de compradores, etc.
Ante la plaza, Castillo levanta reivindicaciones políticas de los más excluidos. Pero ante la prensa, le faltan palabras para explicar qué es lo que pretende hacer para solucionar estos temas. Esta semana, un usuario de Twitter rescató un video, en Espinar, en el que Castillo señalaba que desactivaría la Defensoría del Pueblo. Ese mismo día los periodistas que lo acompañábamos lo abordamos cuando paró su vehículo para comprar fruta en la carretera.
– Señor Castillo, ¿Ud. va a cerrar la Defensoría del Pueblo? Queremos que aclare el tema – le preguntamos.
– Hay páginas falsas que se atribuyen lo que no les compete – respondió esquivando el tema de fondo, y luego mantuvo silencio mientras el vendedor terminaba de cortar el coco que había pedido.
La respuesta llegó recién dos días después, a través de su Twitter, con un juego de palabras que le han sido característicos en los últimos días: “No quiero desactivarla, busco reforzarla en beneficio de los más vulnerables”.
Lo que ha expresado Castillo ha sido un discurso contra las instituciones a falta de propuestas concretas: Los transportistas tienen problemas, entonces hay que desactivar Sutran y la ATU; la defensoría no puede impedir los conflictos en Espinar, entonces desactívenla; hay estudiantes en el limbo por la denegación de licencias a sus universidades, entonces revisemos y corrijamos la Sunedu. Por eso no sorprende que haya retado a Keiko Fujimori a un debate saltándose a la organización del Jurado Nacional de Elecciones. La acción marcha más rápido que la propuesta.
– ¿Quién va a poner las reglas para el debate con Keiko Fujimori? – le pregunté al bajar del avión en Lima.
– Gracias. El debate tiene que darse en cualquier parte del país.
– ¿Pero quién va a poner las reglas? ¿Van a aceptar las reglas del Jurado [Nacional de Elecciones]?
– Bueno, vamos a ver quién pone las reglas...
No es distinta su actitud hacia la pandemia. Si necesita llegar a la gente, entonces desconoce las normas sanitarias para evitar aglomeraciones y el toque de queda. El lunes por la noche, el candidato de Perú Libre emprendió el viaje hacia Piura recién a las 9 de la noche, y se detuvo a pocos kilómetros de la entrada a Olmos para saludar a los simpatizantes que lo esperaban en plena algarabía. Eran las 11:30 de la noche, pero se subió a la tolva de su camioneta y entró raudamente en dirección a la plaza del distrito para realizar un mitin. Desde el altavoz, gritaban que los asistentes mantengan la distancia, pero la muchedumbre era difícil de controlar.
Horas antes hubo una escena similar en Chiclayo, y horas después se repetiría en Piura. “No podemos abrir los mercados, no se puede reactivar los proyectos, no se puede abrir los colegios si el pueblo no está vacunado; no corramos ese riesgo”, dijo Castillo frente a una masa de no vacunados que lo vitoreaba.
Su relación con los medios no es fluida, no solo por sus breves conferencias. El miércoles, día del encuentro con Hernando de Soto, su caravana intentó despistar a los carros de prensa. Tras fallar en ello, entraron brevemente a un taller mecánico. Castillo salió del local y ante las insistentes preguntas de los periodistas sobre el entonces rumor de la posible reunión con De Soto, empezó a correr a paso ligero.
Si la prensa le pide que dé los nombres de su equipo técnico, Castillo dice ante la plaza que no puede mostrarlos “para la foto”. Las preguntas sobre cómo gastará el 10% del PBI que promete darle a Educación y a Salud se quedan sin respuestas.
La salida más común ante estos vacíos ha sido decir que será el pueblo quien decida. Ante la plaza, esto enciende el furor, pues les da agencia en medio de la crisis que se vive. “Organicémonos, hermanos, para participar en la asamblea nacional constituyente y llevemos esas demandas para la nueva Constitución hecha por el pueblo”, gritó en Olmos, Piura, en un mitin que realizó a medianoche. Pero incluso los temas más concretos los responde así.
– ¿Cuál es su plan para la reconstrucción del norte? – le preguntó un periodista piurano.
– La reconstrucción del norte se ha dado en papel. Tenemos que tener un pueblo organizado. Los presupuestos se tienen que hacer en conjunto con el pueblo – contestó Castillo, para luego prometer que todos los peruanos estarán vacunados antes de fin de año, sin decir cómo.
El mensaje de Castillo ha ido hacia los sectores más excluidos. En su recorrido por las zonas céntricas de Chiclayo no era raro escuchar que le gritaran “terrorista”. Al fin de cuentas, es una ciudad en la que su adversaria política fue la triunfadora, y en segundo lugar quedó Rafael López Aliaga. Pero en José Leonardo Ortiz, uno de los barrios más pobres y en el que viven muchos migrantes de la sierra norte, pudo congregar a un grupo significativo.
“Es un profesor honesto, no es corrupto. Lo apoyamos por las propuestas que va a dar. Nosotros venimos de Pucalá, la zona azucarera, los pueblos olvidados”, dice Daniel (55 años), agricultor. “Es un nuevo candidato que se está lanzando. Varios candidatos pasan años tras años postulando y no lo cogen, como Keiko. Queremos un nuevo candidato”, señala Miluska (25 años), trabajadora independiente.
No falta también el voto izquierdista que busca la reestructuración de proyectos como Olmos. “Quienes hemos leído las propuestas de Castillo y Cerrón sabemos que son propuestas generales. Pero esta noche en el mitin que vamos a tener esperamos que mencione todas las cosas que está manifestando”, afirma José (50 años), militante de la base de Perú Libre del distrito. Hay más de fe entre los testimonios que recogimos antes que convicción en sus planteamientos.
Otros esperan de él una nueva reforma agraria, como la emprendida por el exdictador Juan Velasco Alvarado, natural de Castilla, en Piura, tierra que ahora el candidato visitó. “Esperamos que Castillo haga reforma. Aunque ya nos hemos dado cuenta que no podemos dejar atrás la inversión privada”, dice Wilder (56 años), comunero y trabajador del sector salud.
Castillo ha ocupado más tiempo tratando de definir lo que no es antes que definir lo que propone. Insiste en sus mítines que no es ni comunista, ni chavista, ni mucho menos terrorista; y que tampoco es un político tradicional que fugaría a otro país una vez terminado su mandado.
Aunque lo acompaña un aparato logístico de Perú Libre, en realidad políticamente no hace gala de muchos aliados. En los mítines, los congresistas elegidos por su partido no hablan, solo se limitan a saludar con los brazos en alto. Hace poco había desautorizado a que cualquier vocero hable en su nombre, y por eso no tiene escuderos políticos que expliquen sus planteamientos concretos.
El escenario en el que mejor se desempeña es la plaza. Solo así se entiende que diga, con mucha tranquilidad, “yo no he venido en este momento a darle hospital, agua ni el proyecto; lo tenemos que hacer juntos con el pueblo”, en Olmos; y salir entre la algarabía popular. El eje de su discurso está muy lejos del análisis técnico, y está más bien en las reivindicaciones y la empatía política. Por eso, la frase con la que cierra cada intervención es “No más pobres en un país rico. Palabra de maestro”.
En el aeropuerto de Tumbes, Castillo se sienta en medio de la sala de embarque sin que el resto de los pasajeros que viajan a Lima con él lo reconozca. Ha cambiado el sombrero por un gorro, como lo hizo varias veces en el viaje cuando quería pasar desapercibido. Allí, en un breve diálogo, promete que en los próximos días se reunirá con su equipo para agendar un plan para conversar con medios. Ojalá allí brinde las explicaciones de las que hasta ahora ha huido.
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