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“Cuando gané el Óscar fue una celebración, pero al regresar a casa la vida sigue igual”
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“Cuando gané el Óscar fue una celebración, pero al regresar a casa la vida sigue igual”

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En “”, un hombre naufraga en una isla desierta donde el mar parece tener conciencia y los animales son testigos del paso del tiempo. No hay voces ni música grandilocuente, solo el rumor del viento y las olas que acompañan una historia mínima y universal. Dirigida por el neerlandés Michaël Dudok de Wit y coproducida por Studio Ghibli, la cinta —ganadora del Premio Especial del Jurado en Cannes 2016— se reestrena ahora en salas peruanas.

Aquí están mis sentimientos más profundos, mis intuiciones más íntimas. La historia original ni siquiera había una tortuga, pero sabía que la emoción central era la correcta, así fue avanzando, creciendo y te das cuenta de que el verdadero jefe es la historia, ya no era yo”, confiesa el director Michaël Dudok de Wit.

Coproducto de Studio Ghibli y Wild Bunch, la cinta combina la sensibilidad europea con la mística japonesa. El resultado: una fábula sin fronteras que habla de amor, pérdida y reconciliación con la naturaleza.
Coproducto de Studio Ghibli y Wild Bunch, la cinta combina la sensibilidad europea con la mística japonesa. El resultado: una fábula sin fronteras que habla de amor, pérdida y reconciliación con la naturaleza.

Con el paso del tiempo, La tortuga roja fue adquiriendo un significado que su autor no previó. En festivales, universidades y cineclubes, los espectadores encontraron en ella un eco de su propia relación con la naturaleza. “Es una muy buena película ecológica”, le dijo un espectador brasileño luego del estreno en Cannes, aunque la verdad era completamente diferente.

Durante la creación de la película, mientras escribíamos y producíamos, nunca usamos la palabra ecología, ni se nos había ocurrido —explica el director—. Nunca había relacionado mi pasión con la ecología en el contexto de esta historia. Después de eso reflexioné y acepté dar charlas sobre animación y ecología“.

El silencio como lenguaje. En La tortuga roja, cada ola, cada respiración y cada gesto reemplazan al diálogo. La animación se convierte en un poema visual sobre la soledad y el ciclo de la vida.
El silencio como lenguaje. En La tortuga roja, cada ola, cada respiración y cada gesto reemplazan al diálogo. La animación se convierte en un poema visual sobre la soledad y el ciclo de la vida.

Después del Óscar

Antes de dirigir La tortuga roja, Michaël Dudok de Wit ya había recibido una nominación al Óscar por su corto “El monje y el pez” (1994). Tenía entonces 42 años, una edad que, según él mismo reconoce, le permitió vivir la experiencia con madurez. Lo que significó para Dudok el inicio de una búsqueda más profunda sobre el poder de la animación en el ámbito internacional.

Al Óscar lo conocí cuando ya no era un artista joven e ingenuo impresionado por el glamour. Había trabajado durante años, a veces haciendo cosas buenas, a veces no tanto, incluso comerciales, así que conocía mis capacidades y mis límites”, recuerda el realizador.

Reestrenada en salas peruanas, La tortuga roja invita a redescubrir la fuerza del cine sin palabras. Un recordatorio de que la animación también puede ser un espacio de contemplación y profundidad.
Reestrenada en salas peruanas, La tortuga roja invita a redescubrir la fuerza del cine sin palabras. Un recordatorio de que la animación también puede ser un espacio de contemplación y profundidad.

El reconocimiento de la Academia llegó finalmente en el año 2001, cuando obtuvo el Óscar al Mejor Cortometraje Animado por “Padre e hija”, una historia dibujada a mano sobre el paso del tiempo y el vínculo entre un padre y su hija. El galardón no solo le dio prestigio internacional, sino que también llamó la atención de los productores japoneses de Studio Ghibli, quienes años después lo invitarían a realizar su primer largometraje: “La tortuga roja”, una colaboración inédita con la casa animadora nipona.

Cuando finalmente gané el Óscar fue una celebración grande. Pero luego vuelves a casa y la vida sigue igual: era la misma persona. Cuando busqué financiación para mi siguiente cortometraje, volví a estar en la misma fila que todos los demás directores”, comenta sobre su estancia previa a su colaboración con el Estudio Ghibli.

Tras aquel triunfo, y los premios internacionales, Dudok de Wit continúa vinculado a proyectos de animación poética y talleres de creación visual, siempre bajo la misma premisa: el silencio como forma de verdad. “No soy una estrella de cine; soy solo un director sin rostro que tiene cuidado de no creerse superior a los demás, porque esa ilusión siempre termina derrumbándose”, concluye.

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