María Gurdin, nacida como Marusia Stepanovna Zudilova en la remota ciudad de Barnaúl, en Rusia, durante la primera década del siglo XX, era una mujer supersticiosa. Tenía poco más de 30 años, dos hijas y el sueño incumplido de ser una estrella del ballet. Sentía especial curiosidad por la más pequeña, Natasha, que había demostrado un brillo singular desde el principio de sus días. Curiosa, María la llevó donde una gitana. ¿Qué destino le depararía a su hija? La zíngara le dio a la niña un vistazo como en cámara lenta y una rápida mirada a su manito, como una quiromancia instantánea, que le reveló su porvenir: “Será famosa en el mundo entero… pero debe tener cuidado con las aguas oscuras”. Lo llamaron kismet: vocablo de origen turco que se refiere a la fuerza que controla el destino y la suerte. Aquella cuestionable premonición las persiguió el resto de sus días.
La primera vez que la pequeña pronunció una palabra, en realidad estaba recitando sus líneas. Aprendió a leer con su primer guion. Dejó de gatear para correr hacia su primera aparición en pantalla, que duraría 15 segundos: una niña a la que se le cae el helado sobre la vereda. Bueno, quizás no fue así exactamente, pero siempre pareció que había nacido frente al público. En aquel instante primigenio, Natasha Zakharenko tenía unos 5 años. Ese fue el primer episodio de la película que sería su vida entera.
A pesar de que su padre, Nicholas Zakharenko –quien luego americanizó su apellido como “Gurdin”- inicialmente no estaba de acuerdo con el camino que estaba a punto de tomar, la niña se convirtió en una estrella infantil tan pronto como si siempre hubiera estado destinada a serlo. Su naturalidad e inteligencia la convirtieron, además, en una estupenda actriz a la que el mundo conoció siempre como Natalie Wood: adaptó su nombre de pila, pero dejó en casa sus orígenes rusos y ucranianos. Alguien tomó el apellido del legendario productor y director Sam Wood, con el que, por supuesto, no tenía ningún parentesco, y lo convirtió en el nuevo apellido de la niña. Audaz, de fuerte carácter y personalidad indómita, se enfrentó a los tiránicos productores de la época para elegir sus propias cintas y luchó por la igualdad con los sueldos y privilegios masculinos, algo que, en el antiguo sistema de los estudios del Hollywood de los años 50, era casi una utopía para una joven actriz. Había nacido una estrella y crecía en cada nueva película ante los ojos de América.
“Si no conocen a Natalie Wood y no adoran a Natalie Wood, entonces no aman a Hollywood, no aman el cine”, llegó a decir Laurent Bouzereau, director del documental “Natalie Wood: What Remains Behind”, que recuerda la carrera de la actriz, profundiza en su lado familiar y habla abiertamente sobre las circunstancias de su muerte, lo que incluye una larga entrevista de Natasha Gregson-Wagner a Robert Wagner, su padrastro y gran amor de la vida de Wood. En ella recapitulan, con doloroso detalle, el día fatal en el que tuvo que decirles a sus dos hijas que no volverían a ver a su madre. Aún hoy, más de 40 años después, el propio recuerdo de Natalie Wood sigue siendo cine por sí mismo.
Una vida en la pantalla
Hoy conocemos a Abigail Breslin, Kirsten Dunst, Dakota Fanning, Saoirse Ronan o Emma Watson como ejemplos de actrices que debutaron en el cine siendo niñas y que han continuado su carrera en la adultez sin mayores contratiempos. Pero hace 70 años, las cosas en Hollywood eran muy diferentes. Shirley Temple dejó el cine con solo 21 años. Liz Taylor comenzó el declive de su carrera alrededor de los 35. Debutar de niña y pasar los 40 manteniéndose como una actriz respetada parecía ser un asunto exclusivo de Natalie Wood.
En 1946, con solo 7 años, “Tomorrow is Forever” le dio la oportunidad de aparecer al lado de Orson Welles, ya un tótem del cine americano. “Me tocó una escena con ella y tardamos por mi culpa, porque me equivoqué varias veces, no recordaba mis líneas. Natalie, en cambio, no se equivocó ni una sola vez”, recordó el director y protagonista de “Ciudadano Kane” tiempo después. Apenas al año siguiente, se convertiría ya en una pequeña estrella de la pantalla como la niña protagonista del clásico navideño “Milagro en la calle 34″. Al mismo tiempo hacía, junto a Gene Tierney y Rex Harrison, “El fantasma y la señora Muir”. En 1949, mientras filmaba “The Green Promise”, tendría un accidente cuando se rompió el puente por el que cruzaba un río. No solo le quedó una lesión permanente en una muñeca –que disimulaba usando siempre pulseras-, sino que sintió un angustiante temor por el agua. Fue aquella la primera vez que su madre le recordaría la profecía hecha por la gitana años atrás.
Pasó su infancia y pubertad actuando en comedias, cintas románticas, de aventura o dramas al lado de actores como Barbara Stanwyck, Walter Brennan, Maureen O´Hara, Fred MacMurray, Claudette Colbert, James Stewart, Charles Laughton, Bette Davis, Bing Crosby, Paul Newman, Jack Palance o Rock Hudson. A los 16 años, sin embargo, le llegó la gran oportunidad de redirigir su carrera, cuando obtuvo el papel de Judy en “Rebelde sin causa” (1955), al lado de James Dean y Sal Mineo, con quienes terminaría compartiendo el sino trágico que dio pie a una frase que no por repetida se hace menos cierta: “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”.
Rebelde con causa
“Hasta que hice “Rebelde sin causa” no me di cuenta de que quería ser actriz de verdad”, dijo alguna vez. Ese fue, por cierto, un punto de inflexión, el momento en el que dejaba de ser la inocente niña de cerquillo y coletas: se sentía lista para papeles más retadores, que exigieran toda su capacidad dramática. Su actuación le mereció su primera nominación al Oscar y un Globo de Oro como Mejor Promesa Femenina. “Pasaba prácticamente todo el tiempo en compañía de adultos. Yo era muy retraída, muy tímida, hacía lo que me decían y trataba de no defraudar a nadie. Sabía que tenía un deber que cumplir y estaba entrenada para seguir órdenes”, dijo alguna vez sobre su carrera como estrella infantil y juvenil. Natalie se convirtió en sostén de su familia cuando su padre empezó a tener problemas cardíacos y tuvo que dejar de trabajar. Cada película era una nueva oportunidad de darles estabilidad económica.
Después de algunos papeles en televisión recibió otra gran oportunidad, al interpretar a la sobrina de John Wayne raptada por los indios comanches en “Centauros del desierto” (1956), un clásico del western dirigido por John Ford. En 1961 llegarían dos títulos esenciales en su filmografía: “Esplendor en la hierba” –que protagonizaría junto a Warren Beatty y que le merecería su segunda nominación al Oscar- y West Side Story, la versión original del musical nominado este año, dirigido por Steven Spielberg. Aquel filme de hace seis décadas ganó 10 premios de la Academia y es considerado, hasta hoy, uno de los mejores musicales de la historia. Para poder actuar allí, Natalie Wood tuvo que enfrentarse a los poderosos productores que querían seguir decidiendo todos sus papeles por ella. Pese a ser castigada ejerció indomable presión sobre ellos, por lo que le permitieron elegir una película al año. De entre todos los guiones que tuvo a su alcance escogió “West Side Story” y, con ello, encaminó su consagración absoluta como estrella joven. Curiosamente, interpreta a una portorriqueña, algo que en este momento no podría hacer sin recibir duras críticas. De hecho, Rita Moreno, su coestrella –Nacida en Huamacao, Puerto Rico, hace 90 años- contó que se abusó del maquillaje para oscurecerle la piel a Natalie o a George Chakiris, otro de los protagonistas. Un ‘blackface’ en toda regla inconcebible en el Hollywood de hoy.
En los años 60, la presión por mantenerse en el estrellato y llevar al miso tiempo una vida familiar ideal quebró su primer matrimonio con Robert Wagner, con quien estuvo casada entre 1957 y 1962. Según el portal especializado imdb, Wood tuvo sobredosis de somníferos en junio de 1961, noviembre de 1964 y enero de 1966. Se vio obligada a recurrir al sicoanalista para poder afrontar sus problemas personales. Entre 1969 y 1972 estuvo casada con Richard Gregson, con quien tuvo a Natasha. Poco después de su separación, ese mismo año, se reencontró con Wagner, se casó nuevamente con él, tuvieron a su hija Courtney y permaneció a su lado hasta la última noche de su vida.
Mientras lidiaba con su propio infierno emocional de puertas para adentro, recibiría su tercera y última nominación al Oscar por “Love with the Proper Stranger” (1963), que protagonizó junto a Steve McQueen. Para Natalie fue “la experiencia más gratificante que tuve en todas las películas, en todos los sentidos”, según aseguró tiempo después. En 1965 haría uno de sus papeles más icónicos en “Inside Daisy Clover” –junto a Christopher Plummer y un novato Robert Redford, a quien le dio sus primeras oportunidades en el cine- donde sería una joven que, convertida en estrella de Hollywood, debe lidiar con la crueldad y dureza de ese nuevo mundo. Parecía un calco de su propia vida. Incluso, un pedido de ayuda. Su actuación le merecería una nominación al Globo de Oro, premio que obtendría por segunda vez en 1980, tras su actuación en una versión para la televisión de “De aquí a la eternidad”. “El estrellato es sólo un subproducto de actuar. No creo que ser una estrella de cine sea una razón suficiente para existir”, dijo la actriz alguna vez.
De allí a la eternidad
La cena de Acción de Gracias de 1981 fue, probablemente, el último momento grato de la vida de Natalie Wood, que en ese momento tenía solo 43 años. Pasó aquel día algo nerviosa, pues su matrimonio con Robert Wagner –R.J. para la familia- no pasaba por su mejor momento. Varios amigos estuvieron en su casa en California, pero rehusaron acompañarlos en el Splendour, el bote en el que navegaban cada fin de semana, porque no dejaban de pelearse. A pesar de la lluvia y el clima poco favorable, zarparon hacia la Isla Catalina, su lugar de descanso usual, Natalia, el actor Christopher Walken, que en ese momento filmaba la película “Proyecto Brainstorm” junto a ella, R.J. y el capitán del navío. Sobraron botellas de vino y faltó prudencia. R. J. y Walken pasaban de la conversación a la discusión sin pausas y Natalie, hastiada, los dejó solos. Según su testimonio, esa fue la última vez que la vieron con vida. El 29 de noviembre su cuerpo apareció flotando en el agua, no muy lejos de donde estaba el yate. Las confusas circunstancias del incidente hicieron que, durante más de 40 años, se tejieran diversas conjeturas sobre lo ocurrido e, incluso, que se llegara a reabrir el caso. La versión oficial dice que Natalie, tras caer al agua desde la lancha inflable en la que se había ido del yate, fue incapaz de nadar para volver a ella por haber consumido alcohol y pastillas para dormir, por lo que se ahogó. “… pero debe tener cuidado con las aguas oscuras”, recordó su madre al conocer la tragedia. La sombría profecía lanzada por una gitana, casi 40 años atrás, se había cumplido.
El documental “Natalie Wood: What Remains Behind” –que puede verse en HBOmax- muestra una entrevista en la que Robert Wagner, quien goza de buena salud a sus 92 años, le cuenta todo esto con detalle a Natasha Gregson-Wagner, hijastra a la que es evidente que quiere como una hija propia. Aunque con los años han aparecido algunas versiones que dudaban de la versión de Wagner y hasta lo señalaban como culpable, un número importante de amigos de la pareja y sus propias hijas confirman en el documental que no lo consideran posible. Del mismo modo, descartaron un posible affaire entre Walken y Natalie Wood. Tras la muerte de su esposa, Wagner entró en un serio estado de depresión y pasó días sin salir de su habitación. Solo la nana de la familia, Willie Mae Worthen, fue capaz de levantarlo: “Tus hijas creen que también te vas a morir. Será mejor que salgas de tu cuarto y cuides de ellas”. Y así lo hizo, hasta la actualidad.
Lana Wood, la hermana menor de Natalie, es una de las personas que más ha difundido la presunta culpabilidad de Wagner, además de otros rumores no probados que involucran a la fallecida actriz, como el de haber sido víctima de una violación por parte de Kirk Douglas, cuando tenía 16 años. Una posibilidad terrible cuya verdad, sin embargo, los involucrados se llevaron con ellos. El mencionado documental nunca toca el tema. “Cuando la oigo hablar, pienso que ni ella misma se cree lo que dice”, ha llegado a decir Courtney Wagner sobre las versiones de su tía.
Incluso muerta, es esta otra ocasión en la que Natalie Wood construye su biografía a partir de su filmografía y, cómo no, de las escenas eliminadas, de los detrás de cámaras, del montaje que muchos han hecho de la verdad o la mentira, adjudicándose la labor de caprichosos directores capaces de jugar a su gusto con el pasado y sus secretos. Muchos a los que ella misma se aferraba para buscar la felicidad.
“¿Sabes lo que quiero?”, le dijo a alguien poco antes de morir. “Quiero el ayer”.
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