Espero que no llegue el día en que el mítico letrero de Hollywood, en una de las colinas de California, se cambie por el de Marvel o DC. Pero está claro que la industria ha encontrado una veta que parece eterna. Esto confirma que el público objetivo es cada vez más adolescente e infantil (o, en su defecto, por lo menos tiene ese mentalidad), y que la fantasía de imaginarse superpoderoso, en un mundo en el que los jóvenes están cada vez más angustiados, reivindica la esencia escapista de Hollywood.
Esta vez, el actor Tom Holland, con apenas veinte años a cuestas, se enfunda en una especie de versión púber de Peter Parker, muchacho tímido y torpe que es picado por una araña radioactiva en algún pasado no tan lejano. Lo nuevo en este escenario es la aparición constante de Tony Stark (Robert Downey Jr.), de Los Vengadores –coalición de superhéroes de Marvel—, quien se encarga de dejarle en claro a Parker que debe madurar antes de entrar al club de Iron-Man y el Capitán América.
El realizador Jon Watts imprime un tono fresco, irreverente, y lleno de humor adolescente. De hecho son marcadas las influencias de títulos que tratan de llevar a estos cómics hacia los terrenos de la autoparodia y el juego con el ridículo, como "Deadpool" (2016) o "Kick-Ass" (2010). Como sucede con los mencionados enmascarados, Peter Parker ensaya movimientos y voces como un héroe de acción que todavía no es, y las performances le salen tan mal que hacen reír tanto a los malhechores como al público de la sala de cine.
La otra influencia, ya no desde el lado del humor, sino desde el lado de un ya antiguo romanticismo juvenil, son algunas películas de John Hughes —sobre todo su obra maestra, “Ferris Bueller’s Day-Off” (1986), cuyas imágenes aparecen brevemente en la TV de un vecino de Parker—. Pero el problema de “Spider-Man: Homecoming”, es que esta versión del cómic está más cerca de un capítulo de la epidérmica y postiza inocencia de la serie de Netflix “Stranger Things”, que de la mezcla de ingenuidad y perturbación que se apreciaban en las películas de Hughes.
El filme de Watts equilibra virtudes y defectos. Su radicalización del humor no se ve forzada, sino fresca. A eso contribuye la vivaz actuación de Holland como un nerd que trata de que su tía May (Marisa Tomei) no se entere de su verdadera identidad. Sin embargo, no existen buenos personajes femeninos. La musa de Peter, Liz (Laura Harrier), es un maniquí de gélida seducción en todo el metraje, sin ningún espesor dramático. Tomei, por su parte, tiene apariciones fugaces e intrascendentes.
El espectáculo es más bien logrado, con algunas secuencias —como la que acontece en el ascensor del monumento a Washington— que recuerdan a Hitchcock. Lo que no convence es el fondo dramático. Este se anuncia en el romance platónico de Parker, y en la relación que entabla con el villano, interpretado con maestría por Michael Keaton. Este último, contratista de construcción al que le quitan el trabajo, parece encarnar un resentimiento de clase —frente a una élite social— que tampoco tiene mayor desarrollo.
Las pruebas de adolescencia de este Spider-Man no se llegan a sentir, ya que prima la reiteración del gag avisado. Ni siquiera importa el bullying que supuestamente sufre el héroe en la escuela. Todo esto hace que solo brille la nostalgia ochentera, propia de una inocencia que se ha calcado de otra época, y que en este Peter Parker notamos más como una máscara que como una verdadera experiencia. Exceso de metraje, humor fácil y mucha añoranza complaciente empalidecen un filme que pudo ser mejor.
FICHA TÉCNICA
Título original: Spider-Man: Homecoming
Género: Acción, aventura, ciencia ficción
País: EEUU, 2017
Director: Jon Watts
Actores: Tom Holland, Michael Keaton, Marisa Tomei
Calificación: Dos estrellas y media (2 y 1/2)