Jorge Barraza

País, organización, público y fútbol. En los cuatro ítems que componen una Copa del Mundo Qatar sacó diez sobre diez. Va a ser muy complicado superar esto, y muy improbable que pueda igualarlo un torneo monstruoso y tan extendido como el siguiente, de Estados Unidos, Canadá y México, con 48 equipos y 16 ciudades distantes miles de kilómetros unas de otras. Qatar 2022 ya fue, y fue grandioso, hubo más amores que odios y más aplausos que silbidos.

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* La perfección. El montaje del torneo. Qatar ofreció un Mundial de excelencia, como si ya hubiese hecho varios anteriormente, nada falló, cero improvisación. Un año antes contrataron a expertos internacionales en todas las áreas que atañen a un evento de este porte: estadios, hotelería, transportación, seguridad, boletería, turismo, protocolo, prensa, centros de entrenamiento, campos de juego. Lo había anticipado Batistuta, quien jugó aquí: “Dos cosas son seguras, todo estará perfecto y será muy cómodo, en media hora se va de un estadio a otro”. Tal cual. Y todo estuvo pronto desde el primer día. “No queremos seguir dando capas de pintura mientras las personas llegan al país”, había señalado Ali Shareef Al-Emadi, ministro de Finanzas. Así fue.

* El espectáculo. La final. La mejor de la historia sin ninguna duda. Una exhibición lujosa y aplastante de Argentina durante 80 minutos. Pero cuando despertó Mbappé se desató la tormenta perfecta. Las finales salen siempre calculadas, sin asumir riesgos, sin embargo Scaloni fue a ganar de entrada y se dio un volcán de emociones. Para el hincha neutral resultó formidable. Seis goles, tiempo extra, penales y una docena de situaciones dramáticas frente a los arcos. WhatsApp de un amigo boliviano: “Hemos visto el partido bordeando el infarto”.

* La novedad. El público asiático, multitudinario, festivo, pacífico. La FIFA gana un mercado gigante: Asia tiene 4.000 millones de habitantes y se apasionó por el fútbol (en ello Messi tiene mucho, o todo, que ver). Europa le dio la espalda al torneo, pero no fue óbice para que se llenaran los estadios. El África árabe también aportó: Marruecos y Túnez trajeron decenas de miles de seguidores.

* El campeón. Una extraordinaria Argentina. Jugó con seguridad de asombro. Borró a Francia de la cancha en los primeros 80 minutos, mostró alta técnica, inteligencia táctica y, sobre todo, carácter. Aplastó a Croacia, superó a Holanda en los primeros 70 minutos y en todo el suplementario, ganó con amplitud a Polonia y a México. Y las dos veces que fue a penales, se impuso psicológicamente a sus rivales. Fue claramente el mejor del torneo y se lleva todos los premios individuales.

* La novedad II. El concepto de Mundial compacto -todos los estadios en una misma urbe- fue algo nunca visto para los aficionados, que pudieron asistir hasta a dos partidos durante las primeras fases del campeonato, con trayectos de una hora como mucho entre las sedes. Desde luego, por autopistas impecables, tren, metro y bus. Y todo gratis. Algunos inquietos lograron la “hazaña” de ir a tres juegos en un día, aunque sólo para sacarse el gusto y contarlo luego.

* El adiós. De las selecciones pequeñas al miedo, al respeto casi reverencial por los equipos grandes. Arabia Saudita derrotó a Argentina, Japón a España y Alemania, Túnez a Francia, Australia a Dinamarca, Marruecos a Bélgica y eliminó a España… Más allá del resultado, impactó la forma desenvuelta y desprejuiciada como salieron a enfrentar a rivales en apariencia superiores. Pueden ganar o perder, pero ya les juegan sin complejos. Qatar 2022 ha marcado el fin del miedo.

* La antípoda. Al ascenso de los chicos se contrapone una declinación de varios grandes. Italia estuvo fuera del Mundial por segunda vez consecutiva; Alemania es eliminado en primera fase otra vez en serie, y en grupos que parecían fáciles. En Rusia 2018 cayó ante México y Corea del Sur, aquí con Japón. Brasil acumula cinco torneos sin títulos; España, tras ser campeón en 2010, suma tres fracasos continuados. Inglaterra fue campeón en 1966, luego se sucedieron 14 torneos y nunca más allegó a la final. Algo está pasando con los pesos pesados. Sus ligas son las mejores, sus selecciones no.

* El golazo. El segundo de Argentina a Francia: sublime combinación a toda velocidad y con toques de primera de Nahuel Molina a Mac Allister, éste a Messi, Leo abre de cachetada a Julián Álvarez, devolución a Mac Allister y cambio profundo de derecha a izquierda para Di María que llegaba a la carrera y le pegó como venía, cruzado, seco, inatajable. Un poema geométrico para verlo una y otra vez.

* La estrella. Sin duda, Leo Messi. Un hombre de 35 años que en lugar de elegir el retiro se preparó física y mentalmente como nunca para llegar y ganar el título. Y lo logró. Dejó todo en pos del objetivo. Siete goles en siete partidos, tres asistencias, jugó los 690 minutos que estuvo Argentina en campo, más otros 90 de tiempo adicionado. Y fue la bandera, la mente, el cuerpo y el alma del campeón. Pasarán décadas y se seguirá recordando como “el Mundial de Messi”.

* El dato. Se marcaron 172 goles, la máxima cifra en los 22 Mundiales. Se mejoró el promedio de las seis ediciones anteriores: 2,68 por juego.

* La revelación. Lionel Scaloni, DT argentino de 44 años. Llegó al cargo sin ninguna experiencia previa, armó este equipo desde la nada y ya ganó una Copa América, el Mundial, terminó la Eliminatoria invicto. Y muy por encima del palmarés, la personalidad, la serenidad, la autoridad de un verdadero líder. Toma decisiones sin dudar, se relaciona bien con los jugadores sin comprometerse con ellos. Y es tácticamente brillante.

* El once ideal. Argentina también copó este rubro. El que más agradó a este cronista: Dibu Martínez (Argentina); Hakimi (Marruecos), Cristian Romero (Argentina), Nicolás Otamendi (Argentina), Alphonso Davies (Canadá); Ounahi (Marruecos), Modric (Croacia), Alexis Mac Allister (Argentina), Bellingham (Inglaterra); Messi (Argentina), Mbappé (Francia).

* El juego. Los exjugadores tienen por hábito desacreditar el presente en función del pasado. Siempre la época de ellos fue la más buena. Muchos ex criticaron lo que se vio en Qatar. Sin embargo, se vieron grandes partidos, juego veloz, de notable intensidad y con una prestación física fabulosa. Nadie para de correr. Y ahora los partidos no duran 90 minutos. En la final, entre los cuatro tiempos, hubo 19 minutos de tiempo adicionado. O sea, se jugaron 139 minutos más los penales. Y podían seguir.

Estamos diciendo adiós a Qatar y hay varios rollos más de tela, pero los cortaremos en la próxima columna.

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