Ataques de grupos islamistas: 4.958. Personas asesinadas como resultado: 13.059. Las cifras del Centro Africano de Estudios estratégicos en el 2020 dejan en claro que África vive “la peor violencia de la última década”.
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El continente está a merced de los yihadistas en lo que algunos especialistas reconocen como un cáncer a punto de “hacer metástasis en territorio africano por donde avanza sin freno”.
Los ejemplos del terror abundan. A mediados de este año, en Burkina Faso, un grupo de personas armadas asesinaron a 160 civiles, en lo que se configuró como el “peor ataque yihadista” en el país.
A ello habría que sumarle el enfrentamiento entre los mismos extremistas.
“La Vanguardia” advierte que algunas cifras pueden confundir. Por ejemplo, si se toma en cuenta que “un tercio de los 55 países africanos” padece de esta violencia, se podría pensar que son casos aislados e insignificantes. Pero ello sería un error.
Al contrario, se habla ya de una “voracidad expansiva de los islamistas”, quienes se dirigen cada vez más al sur para “acceder a los países costeros como Benín, Togo o Costa de Marfil”.
A ese universo se adscribe Adnan Abu Walid al Saharaui, líder del grupo extremista Estado Islámico en el Gran Sahara (EIGS), quien recientemente fue asesinado por el gobierno francés.
Al Saharaui se ganó el respeto de sus pares por ataques “mortales en Mali, Níger y Burkina Faso”, así como el secuestro del misionero estadounidense Jeffrey Woodke en el 2016.
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Además, en el 2017, emboscó la “aldea nigerí de Tongo Tongo, en la que murieron cuatro soldados de las fuerzas especiales estadounidenses y cuatro nigerianos”.
Entre otros horrores.
Con eso en mente, valdría preguntarse: ¿qué tan valioso para la lucha en contra del terrorismo es el asesinato de Al Saharaui?
El analista político del Medio Oriente y Terrorismo, Joseph Hage, anota a El Comercio que, aunque pueden haber serias represalias en contra de los civiles, el golpe puede generar un gran efecto.
“Debería hacer pensar a los líderes que le siguen a Al Saharaui que, cuando las potencias militares deciden eliminar a una persona, no hay quien los pare. O sea, si pueden matar a alguien que se oculta en la selva de Mali, en donde en la noche no se puede ver ni las propias manos, no hay nadie fuera del alcance”.
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La muerte de Qasem Soleimani, comandante iraní y líder de la Fuerza Quds -parte de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica-, es un buen ejemplo. Hage explica:
“Recuerdo que después de Soleimani, el terrorismo a nivel del Estado Islámico se redujo, mientras que el individual también, pero en menor medida. Asesinar de forma limpia y precisa al hombre fantasma, a la leyenda, fue un golpe duro al mundo del terror. Esto le puso un punto rojo en la cabeza a todos los terroristas del mundo”.
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EL CINTURÓN DE ÁFRICA
Si bien la muerte de Al Saharaui retrasará los planes de la yihad en África, eventualmente alguien tomará las riendas de la lucha y perseguirá el mismo objetivo que el Estado Islámico en el Gran Sahara: controlar el Sahel.
¿El Sahel?
Según Hage, al observar los movimientos del Estado Islámico y de Irán, se hace evidente que tratan crear una suerte de cinturón que atraviesa un territorio, sin tener en consideración a los países sobre los que se superponen.
En este caso, el Sahel atraviesa horizontalmente África: Senegal, Mauritania, Mali, Níger, Nigeria, Chad, Sudán, Etiopia, Burkina Faso.
Por eso es que los intereses de Francia en la zona no solo tienen que ver con defender sus bases militares en Mali, sino que dejarlas caer en manos de los yihadistas podría tener terribles consecuencias.
“Allí se podrían sumar más radicales de Mauritania, Argelia, Níger y, si llegan de otros países, crearán una gran amenaza a las naciones del sur del cinturón, ‘democracias’ como Senegal, Guinea, Sierra Leona”.
El caso es que el Estado Islámico intentará hacerlo.
Para el especialista ellos tienen tres las razones.
Primero, las riquezas naturales de la zona; segundo, al ser zonas extremadamente pobres es más fácil reclutar y sumar más personas a su lucha; tercero:
“El cinturón sirve para conectar dos partes del mundo y tener el control. Imagina dominar el espacio entre Sudán y Mauritania: eso significaría conectar el Mar Rojo con el Atlántico”.
La meta es tener la capacidad de paralizar el comercio internacional porque saben que detener la economía es la “única manera de poner de rodillas al mundo occidental”.
“Y esa es la meta de todos. Irán ya tiene la tarea casi cumplida junto con Irak, Siria y Líbano, con quienes ya conectó casi todo el Golfo Pérsico con el Mediterráneo. En Yemen están los hutíes, que tienen acceso al Estrecho de Ormuz, y, por el otro lado, ahora también pueden controlar el Golfo de Adén”.
Hage agrega:
“Si pensamos que hace poco el comercio internacional se paralizó por un buque en el Canal de Suez, imagina lo que pasaría si decidieran cerrar el Golfo de Adén”.
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