El cosmódromo fue la primera puerta de la humanidad al espacio. (VEGITEL)
El cosmódromo fue la primera puerta de la humanidad al espacio. (VEGITEL)
BBC News Mundo

La primera y más secreta base espacial del mundo, el cosmódromo de Baikonur, se encuentra en medio de un vasto desierto de Asia Central, a 2.600 km al sureste de Moscú y a 1.300 km de las dos principales ciudades de Kazajistán, Nur-Sultán y Almaty.

Fue desde esta parte remota de la estepa occidental que la Unión Soviética lanzó con éxito en 1957 el primer satélite artificial, el Sputnik 1.

Cuatro años más tarde, en 1961, Yuri Gagarin partió desde aquí en la misión que lo convertiría en el primer ser humano en volar al espacio. Lo hizo a bordo del Vostok 1.

Y en 1963, Valentina Tereshkova, quien sería la primera mujer en ir al espacio, también salió de aquí.

Tras el fin del programa de transbordadores espaciales de la NASA en 2011, Baikonur se convirtió en el único sitio de lanzamiento operativo del planeta para la Estación Espacial Internacional (EEI).

Ahora, 60 años después del histórico primer vuelo de Gagarin, sigue siendo el principal puerto espacial del mundo.

Pero ¿cómo y por qué un polvoriento puesto de avanzada en las tierras del oeste de Kazajstán se convirtió en la puerta de entrada de la humanidad al espacio exterior?

La ruta al espacio

Para llegar al espacio, se necesitan dos cosas: estar lejos de las áreas pobladas y estar lo más cerca posible del ecuador, para aprovechar la velocidad de rotación de la Tierra, que es la más rápida en ese contorno del planeta.

En el caso del programa espacial estadounidense, encontró ese lugar es la costa este de Florida, donde se construyó el Centro Espacial Kennedy.

Mientras tanto, la URSS buscó en la República Socialista Soviética de Kazajistán el lugar remoto dentro de sus fronteras que pudiera albergar pruebas de misiles de largo alcance y lanzamientos de cohetes.

La Unión Soviética había estado experimentando con cohetes desde la década de 1920 y, después de la Segunda Guerra Mundial, obtuvo la tecnología de cohetes V-2 alemanes que impulsó significativamente su programa.

Los soviéticos identificaron una enorme extensión de matorral en la estepa del sur de Kazajistán a lo largo del río Syr Darya, en un pequeño asentamiento llamado Tiuratam (o Toretam).

Allí existía una plataforma básica para la carga y descarga de mercancías y pasajeros, construida en su momento para geólogos y quienes buscaban petróleo en el área, pero no mucho más.

Era un páramo llano, sin árboles y con un clima extremo: las tormentas de polvo eran frecuentes, las temperaturas superaban los 50° C en verano y los -30° C en invierno.

Usando la línea del tren, la máquina soviética se puso a trabajar y trajo miles de trabajadores para construir y ensamblar instalaciones y un conjunto de plataformas de lanzamiento.

Esto conllevó también la construcción del cráter artificial más grande del planeta: un pozo de 250 metros de largo, 100 de ancho y 45 de profundidad, diseñado para aprovechar el infierno de las llamas y humo que se generaría al lanzar el cohete más grande mundo.

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La ciudad de Tiuratam creció a lo largo del río, a unos 30 km al sur de las instalaciones de lanzamiento.

Para confundir a sus competidores estadounidenses, los soviéticos le cambiaron el nombre, tomando prestado el de otra urbe, ubicada a cientos de kilómetros de distancia.

Así nació el secreto de Baikonur.

Hacia Baikonur

Que esta tierra aislada y desolada sea el último lugar en el que se quedan los astronautas antes de partir de la Tierra y el primer lugar que ven cuando regresan a casa, parece extrañamente apropiado.

En el documental sobre su estadía récord a bordo de la EEI, “Un año en el espacio”, el astronauta de la NASA Scott Kelly describió a Baikonur como una especie de casa a medio camino hacia el espacio.

“De alguna manera, tiene un poco de sentido para mí venir a un lugar como este primero, que ya está aislado de lo que es normal para ti, porque parece más como un trampolín hacia un lugar que está más aislado. Ya sabes, (como ir) de un lugar remoto a un lugar más remoto”, dijo.

En su libro “Más allá: La asombrosa historia del primer ser humano en abandonar nuestro planeta y viajar al espacio”, Stephen Walker escribió que el control del espacio era tanto una búsqueda ideológica como un asunto militar.

Los cohetes se desarrollaron por primera vez para volar al espacio, pero las mentes gubernamentales rápidamente se dieron cuenta de su potencial para transportar misiles balísticos que podrían lanzar bombas en territorio enemigo lejano.

El programa espacial soviético comenzó reconstruyendo cohetes V2 capturados a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. (ARCHIVOS RUSOS, BBC)
El programa espacial soviético comenzó reconstruyendo cohetes V2 capturados a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. (ARCHIVOS RUSOS, BBC)

Los satélites que orbitan la Tierra también podrían proporcionar una vista astronómica de lugares que los espías humanos tendrían problemas para alcanzar.

Mientras que a principios de la década de 1960 Estados Unidos trató de salvar la cara de sus intentos públicamente estancados de llevar a una persona al espacio, el secreto soviético benefició al programa de la URSS.

Si ocurriera una tragedia durante un lanzamiento estadounidense, sucedería en la televisión en vivo, frente a la prensa y la nación.

Para los soviéticos, el secreto ofrecía libertad para correr mayores riesgos y moverse más rápido y con más urgencia.

“Los soviéticos estaban protegiendo su sitio de misiles, su tecnología: el misil R7, en el que voló Gagarin, era el misil balístico intercontinental más grande del mundo en ese momento. Y sus secretos debían protegerse”, me dice Walker.

Y añade: “Los soviéticos estaban aterrorizados de que los estadounidenses se apoderaron de esta tecnología, que de hecho, finalmente lo hicieron “.

La caída de la URSS

Con la caída de la Unión Soviética en diciembre de 1991, Kazajistán obtuvo la independencia y, de repente, la base espacial más importante de Rusia estaba en suelo extranjero.

En 1994, los rusos firmaron un acuerdo con Kazajistán para arrendar Baikonur a un costo de aproximadamente US$1.000 millones al año.

Un número creciente de turistas ahora visita Baikonur para ver lanzamientos, especialmente misiones tripuladas a la EEI, pero la sensación de secreto permanece.

La ciudad es esencialmente un enclave ruso rodeado por Kazajistán y el cosmódromo es una instalación restringida operada por Roscosmos, la agencia espacial rusa.

Los viajeros deben estar en una visita guiada organizada a través de un operador que esté certificado para solicitar los permisos de entrada.

Los turistas pueden ver desde aquí lanzamientos en vivo. (VEGITEL)
Los turistas pueden ver desde aquí lanzamientos en vivo. (VEGITEL)

La ciudad de Baikonur es en muchos sentidos una reliquia perfecta de la década de 1960 soviética.

Mosaicos que representan a camaradas musculosos anunciando una nueva era del espacio todavía decoran las puertas de entrada y las paredes de los bloques de apartamentos funcionales y brutalistas de la ciudad, que alguna vez albergaron a trabajadores de la construcción, ingenieros aeroespaciales y sus familias.

Dentro del cosmódromo, hangares desmoronados se encuentran uno al lado del otro junto a las cabañas minimalistas originales donde Yuri Gagarin y los primeros cosmonautas durmieron la noche antes de ir al espacio.

La mayoría de los turistas vienen específicamente para presenciar el lanzamiento de un cohete.

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Pero Gianluca Pardelli, fundador y director de Soviet Tours, una agencia especializada en viajes a la antigua URSS, dijo que Baikonur también es interesante por sus méritos históricos y culturales.

“La ciudad homónima junto al cosmódromo es un ejemplo perfecto de planificación urbana soviética en medio de la nada, de la estepa y el desierto de Kazajistán”, dice.

Un recorrido típico a Baikonur incluye visitas a las instalaciones de lanzamiento, incluida la plataforma donde Gagarin fue por primera vez al espacio.

El Museo del Cosmódromo de Baikonur narra la historia del puerto espacial.

“Tiene cosas que no encontrarás en ningún otro lugar, en ningún otro museo espacial del mundo”, dice Walker.

“Está lleno de artefactos extraños, cosas extrañas, tonterías, pedazos y piezas, celebrando en gran medida los días de gloria del programa espacial soviético”, agrega.

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Pero el destino de Baikonur es incierto.

En noviembre de 2020, la compañía estadounidense SpaceX, propiedad de Elon Musk, lanzó su primera misión Crew Dragon, enviando una tripulación a la EEI desde el Centro Espacial Kennedy de la NASA en Florida.

Era la primera vez que se lanzaba una misión tripulada desde EE.UU. desde el transbordador espacial Discovery en 2010.

Rusia también ha estado construyendo su propio nuevo puerto espacial, el cosmódromo de Vostochny, en el lejano oriente del país.

Pero Moscú es optimista sobre la operación continua de Baikonur.

En una declaración exclusiva para este artículo, Roscosmos dijo que el nuevo cosmódromo de Vostochny no resultará en una disminución de las actividades en Baikonur.

“Rusia, en cooperación con la República de Kazajistán, está creando el nuevo complejo espacial de cohetes Baiterek en Baikonur. Otro proyecto importante es la modernización de la plataforma de lanzamiento Start de Gagarin, de fama mundial, para la operación moderna del vehículo de lanzamiento Soyuz-2″, dijo.

Cualquiera que sea su futuro como puerto espacial en funcionamiento, el valor de Baikonur como pieza de historia viva, nostalgia soviética y herencia cultural humana es indiscutible.

Londres, París, Pekín y Washington pueden ser todos los centros de imperios pasados o presentes, pero fue desde una polvorienta parada de ferrocarril en medio de la estepa kazaja que la humanidad hizo su primera incursión en el cosmos.

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