Desde pequeño, Choi Sang-ro miraba el mar preguntándose que había más allá. En Wonsan, una de las ciudades portuarias de Corea del Norte, hacer ese tipo de preguntas podría generar problemas. Según recuerda, cuando de niño interrogó a su padre sobre el tema, este lo disciplinó hasta el cansancio apagando las dudas que tenía.
A unos 130 kilómetros de Wonsan, en Pyongsong, Park Lee-jun había escuchado sobre un niño con habilidades extraordinarias, con capacidad para disparar, conducir automóviles y lanchas con tan solo 5 años de edad. Su nombre era Kim Jong-un, el hijo de Kim Jong-il, el gran dictador del país.
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Park escuchaba con incredulidad aquellos talentos, siendo estos el punto de partida para una vida de exceptisismo a la causa del partido que él terminó por abandonar, cansado de “tanta mentira”.
Choi y Park son dos desertores norcoreanos que huyeron decepcionados del régimen y de todas “esas mentiras” que han tenido que escuchar toda su vida. Su cansancio y resignación los motivó a escapar de Corea del Norte para buscar una vida mejor, aunque tormentosa por sus duras consecuencias. Ellos dejaron atrás las atrocidades de las que han sido testigos, y que las comparten desde Seúl para El Comercio.
Choi, el funcionario que viajaba
El pequeño Choi, que aprendió a la mala a no mirar el mar con dudas, creció y se convirtió en un funcionario que gozaba de privilegios gracias al sistema de castas conocido como Songbun, que clasifica a los ciudadanos según su lealtad al sistema de Corea del Norte.
Choi llegó a viajar a algunos países para trabajar en nombre del partido; sin embargo, la vida afuera de la frontera norcoreana terminó por fascinarle más que su natal Wonsan.
“A través de mis visitas al extranjero, me familiaricé con el mundo del capitalismo, lo que me llevó a tomar la decisión de desertar con el propósito de educar a mis hijos en un sistema social normalizado”, dice Choi.
Las anécdotas de su viaje las compartía tímidamente con su esposa. Lo hacía con un miedo inexplicable debido a que el mismo sistema de castas que lo llevó a conocer el mundo exterior, podría aplicarle drásticas medidas por contar las bondades del extranjero a la madre de sus hijos. Ella podría delatarlo para salvarse y resguardar a su familia.
Sin embargo, y para suerte de él, fue todo lo contrario. Su esposa también era su aliada.
“Si se descubre cualquier antipatía hacia el régimen o incluso el más mínimo intento de resistencia o deserción, no solo el individuo en cuestión, sino toda su familia, será severamente castigada”, indica Choi.
Ambos querían ofrecerle una mejor vida y educación de calidad a sus hijos. Para ello tenían que tomar una drástica decisión. Durante varias noches, bajo la oscuridad como cómplice, repasaban en su cama el plan para escapar de Corea del Norte.
“Mis ganas de escapar de Corea del Norte crecieron cuando fui degradado en mi trabajo, fue el momento en el que comencé a sentir escepticismo hacia el régimen de Kim Jong-un. Eso, junto al deseo de ir al extranjero y ofrecerle una mejor calidad de educación a mis hijos me empujó a huir”, dice Choi.
Choi usó su red de contactos para asegurar la salida de su familia, mientras que él aprovecharía uno de sus últimos viajes de trabajo para escapar. Finalmente, se darían encuentro ya fuera de Corea del Norte.
Con el corazón en la garganta, en el 2019, emprendieron el desafío de huir, algo que les podía costar la vida. Lo hicieron a través de la frontera de China. Durante semanas, Choi y su familia no mantuvieron contacto, hasta que todos lograron reencontrarse en Tailandia. Lo habían logrado.
Actualmente, Choi y su familia se encuentran en Corea del Sur, el país enemigo. La vida era mejor de lo que imaginaban, aunque también tiene su costo. El exfuncionario piensa en los duros castigos que deben estar pasando sus hermanos por su escape.
En Corea del Norte hay una política llamada “tres generaciones de castigo”. Si una persona comete un crimen de gran calibre toda su familia se verá obligada a vivir en un campo de concentración y el castigo se prolongará hasta las tres generaciones.
“Tengo parientes y hermanos en Corea del Norte. Estoy seguro que están pagando las consecuencias de mis actos”, cuenta Choi. Sin embargo, esto no le motiva a volver. Retornar implicaría que el partido los procese en silencio a él, a su esposa y a sus hijos. Un riesgo que ya no está dispuesto a correr.
Park, un maestro que siempre dudó
Park esperó décadas para tomar la decisión de irse de Corea del Norte, una idea que desde joven tuvo en mente en su natal Pyongsong. Decidió hacerlo cuando se encontraba en el peor momento de su vida, y la única certeza que tenía sobre ella era que la muerte se aproximaría si seguía viviendo dentro de “aquella miseria”.
“Me sentía perdido y sin saber qué hacer. En una situación así, una opción frecuente para los norcoreanos comunes es desertar. La dictadura me había golpeado, llegué a un punto en el que ya no podía mantener a mi familia. No tenía esperanza en la vida. La difícil situación económica incluso me llevó a separarme de mi esposa”, cuenta Park sobre lo que lo motivó a tomar esa decisión que tanto tiempo no se atrevió.
“Por lo general, las personas no optan por desertar, a menos que la situación sea extremadamente difícil”, agrega.
Sin hijos y con un divorcio que lo devastó por completo, Park tomó la decisión de escapar “a través de una vía que ya no es segura”. Consultado por ella, tan solo guarda silencio y explica cómo todo el proceso le afectó.
“El dolor que le podría llegar a causar a mi familia y a toda mi generación pasada fue un factor decisivo para no desertar. Cuando mi vida se vino abajo es que decidí huir. Escapar de Corea del Norte y fracasar implicaba la muerte”, señala.
Y es que, al igual que Choi, la idea de que sus generaciones pasadas puedan sufrir castigos por su huida no lo dejaba dormir ni vivir en paz.
“En Corea del Norte, si se detecta el más mínimo indicio de desafío, se llevan a cabo ejecuciones y traslados forzosos a otras regiones de la noche a la mañana, sin juicio ni anuncio público”, advierte.
Le tomó tiempo repetirse a sí mismo que este era un precio necesario que pagar para iniciar una nueva vida en Corea del Sur, donde actualmente vive.
“Si lograba salir con vida del escape, me propuse que contribuiría en lo que pueda para poner fin al reinado de la familia dictatorial de los Kim. No pienso en volver y tampoco lo recomiendo, porque quienes lo hacen conmovidos por sus familias, terminan aislados de la sociedad y no tienen decisión sobre su vida. El dictador decide sobre ellas”, dice.
Hoy, Park es un hombre que prefiere no dar muchos detalles sobre su vida porque guarda la esperanza de reencontrarse en algún momento con su familia. Sabe cuándo callar ya que prefiere la tranquilidad en su nueva vida en Corea del Sur.
Park se compara como un conejo que acaba de salir de una jaula hacia un ecosistema denso y completamente desconocido.
“Escapar definitivamente ha tenido un gran impacto en mi vida. Después de desertar de Corea del Norte, comencé una vida completamente diferente. Vivir lejos implica extrañar a la familia, sin embargo, es el precio de huir”, comenta.
Un estado fallido
Ambos desertores norcoreanos concuerdan en que la explotación infantil, el sistema de acoso con el que se opera en Corea del Norte y el sistema de castas conocido como Songbun son ingredientes que han llevado a la causa comunista norcoreana a convertirse en un Estado fallido.
De esto se ha dicho demasiado a través de organizaciones que han denunciando en sus reportes violaciones a los herechos humanos en Corea del Norte.
La explotación infantil en el país se ha normalizado, al punto que es parte de la vida diaria de cualquier estudiante, sin importar su edad.
Park Lee-jun, el maestro norcoreano que escapó de la dictadura, ríe cuando se le pregunta sobre su vida como profesor en Corea del Norte. Él es un docente que no cree en el sistema educativo de su país, plagado de propaganda y alabanzas para la familia del líder norcoreano Kim Jong-un.
Al desertor norcoreano que oía con incredulidad desde muy joven las habilidades y los talentos extraordinarios de quien hoy lidera Corea del Norte, se le quiebra la voz al recordar cómo el partido obliga a sus niños a realizar trabajos forzados que operan bajo la fachada de “actividades sociales”.
“Luego de clases, durante la tarde, los niños eran llevados a trabajar como agricultores en áreas rurales hasta las 8:00 p.m. Como docente, siento pena al recordar a mis estudiantes involucrarse en estas tareas. Las escuelas en Corea del Norte son simplemente campos de trabajo. Sumado a ello, no existe el concepto de fin de semana. Tomarse estos días puede ser un acto contrarrevolucionario”, dice.
“Esto se agrava con la carga económica impuesta a los escolares, un proyecto en el que cada estudiante debe recoger y vender artículos reciclados para recaudar dinero en favor del partido. La cantidad exigida a los estudiantes oscila entre 20 y 30 kilos al mes”, agrega.
El sistema de acoso en Corea del Norte es otro de los factores que, según reportes, forma parte del control del partido en el país.
En un estudio de Citizens’ Alliance for North Korean Human Rights (NKHRC) titulado “Exportación de carbón en Corea del Norte: un esquema piramidal de ganancias que mantienen estructuras de poder”, se puede ver cómo el acoso es usado como un arma para infundir terror dentro de la misma población, las zonas rurales y campos de educación.
Entre los testimonios del estudio se destaca uno en particular, donde una desertora norcoreana cuenta cómo desde pequeña tuvo que trabajar recolectando kilos de seda obligada por el acoso.
La desertora norcoreana dice que desde pequeña se vio intimidada por mujeres que tenían un estatus mayor dentro del partido. Tenía que ser útil para la dictadura. Por lo general, cada semana había reuniones con otras niñas y la líder de las mujeres de la comunidad para contar cuánto se había recaudado.
Quien no recolectaba demasiado, era el centro de las burlas, donde se le calificaba como “débil e incapaz”. Esta acción era fomentada por la líder de las mujeres de la comunidad. Ocurría lo mismo con quienes no se embarazaban.
“Se alienta a las mujeres a dar a luz porque así se tiene más mano de obra”, indica en el reporte la desertora.
New Report Release! NKHR's report, titled "Blood Coal Export from North Korea. Pyramid scheme of earnings maintaining structures of power" is the first-ever investigation into the systems the North Korean regime uses to produce and export coal, other minerals and lucrative goods. pic.twitter.com/qUZk89f7eA
— NKHR (@NKHumanRights) February 25, 2021
Sobre ello, el ex docente norcoreano agrega que entre maestros, estas prácticas también eran comunes, se le llamaba “lucha ideológica docente”.
“Esta era una reunión para avergonzar a los docentes que no cumplían con los objetivos del partido. También eran acosados y ridiculizados aquellos que no ejercían violencia física hacia estudiantes o quienes no lograban que sus alumnos cumpliesen con los montos de recolección o trabajo de campo”, cuenta Park.
“Otra forma de fomentar el acoso es cuando los maestros no lograban que las familias aporten con la compra de equipo escolar. Los profesores tenían que hacerse cargo de esta gestión. Quienes no lo lograban tenían que poner de sus propios bolsillos para no estar dentro del ‘ciclo de la vergüenza’”, termina.
En un último reporte de People for Successful Corean Reunification (PSCORE) en alianza con Citizens’ Alliance for North Korean Human Rights (NKHRC) se califica a Corea del Norte como un Estado fallido en todos los aspectos, incluidos los de derechos humanos.
“De acuerdo con organizaciones internacionales, Corea del Norte exhibe niveles severos de dictadura y opresión, incluso peores que los países que atraviesan guerras civiles. La economía irracional controlada por el Estado ha dejado a la mayoría de los norcoreanos sufriendo una crisis económica crónica, con disparidades extremas de riqueza basadas en el sistema Songbun que clasifica a las personas según el estado asignado, clase social y nacimiento”, manifiesta Kim Tae-hoon, presidente de PSCORE y NKHRC.
Y es que justamente este sistema de castas norcoreano es uno de los modelos que permiten mantener el orden y control en el país. El Songbun, según lo han manifestado quienes han escapado de Corea del Norte, determina, finalmente, cuánto es lo que cada ciudadano del país, sin tener en cuenta su edad o condición, tiene que aportar a la dictadura de los Kim.
Más allá del régimen
Park, quien fue marcado desde joven por el escepticismo, cree cuál podría ser la mejor manera de acabar con el régimen debido a lo que pudo experimentar de cerca cuando vivía en Corea del Norte.
El ex docente norcoreano explica que las sanciones internacionales en las que están involucrados China y Rusia cumplen un rol muy importante dentro de la vida diaria de los ciudadanos norcoreanos y “agita las aguas del Partido”.
“Fue solo una vez en la que los norcoreanos fueron conscientes del poder que podían ejercer los países extranjeros u organizaciones internacionales en Corea del Norte. Ocurrió cuando la ONU sancionó al país. Esta medida en la que el ex presidente Donald Trump involucró a China y Rusia provocó que la desconfianza pública hacia el régimen alcanzara su punto máximo, debido a que más de uno se sorprendió de que ambos países apoyaran la medida. Es Kim Jong-un quien sufre dichas sanciones, no el pueblo norcoreano”, explica.
Por ello, cree que es fundamental que el país pueda tener un nuevo despertar, y este podría ser motivado por un contexto draconiano en el que los ciudadanos norcoreanos vean reducido su nivel de vida promedio en varios órdenes de magnitud a propósito del endurecimiento de las sanciones de la ONU, de tal manera que se fomente nuevamente la desconfianza en el partido.
“Puede resultar irónico, pero, de hecho, es la forma de ayudar al pueblo de Corea del Norte y salvaguardar el destino de nuestra gente”, indica el docente.
Tanto Choi Sang-ro y Park Lee-jun coinciden en que el régimen se está debilitando. Hoy -ya habiendo dejado atrás los trabajos que los mantenían dentro de un ritmo de vida agobiante y que enriquecía a una causa innecesaria- exploran lo que consideran un nuevo mundo, en donde el mayor reto es adaptarse a la tecnología y al frenético estilo de vida surcoreano. Conviviendo en una sociedad cuyas habilidades sí son extraordinarias y que invita a cualquiera a ver más allá del horizonte.
*Los nombres de los entrevistados fueron cambiados a solicitud de ellos por medidas de seguridad.