Alos 9 años Blaise Pascal ya había escrito un tratado de matemáticas. Mozart tenía cinco cuando comenzó a componer sonatas, Jon Von Neumann contaba chistes en griego clásico y era capaz de realizar complejos cálculos mentales. En esta lista de niños prodigios también podemos ubicar a Daniel Baremboin, Bobby Fischer, la pianista Martha Argerich, Lili Boulanger y más.
Pero muchos de ellos tuvieron, junto a la bendición de un talento innato, una maldición: un final trágico o una vida de relaciones complejas.
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Y lo mismo ocurrió con quien es conocido como el ser humano más inteligente de la historia: William James Sidis.
Si su inteligencia fue innata o cultivada, es algo que nunca sabremos. Lo que sí podemos afirmar que su padre y su madre no esperaban menos de él.
William era hijo de una médica, Sarah Mandelbaun, y de un médico psiquiatra y filósofo, Boris Sidis.
Entre ambos tuvieron una idea descabellada: tener un hijo y estimularlo para que fuera un pequeño genio. ¿Lo consiguieron? Aquí las pruebas.
Un pequeño gran genio
William James Sidis nació en 1898 y no tenía aún dos años cuando leía perfectamente el periódico ‘New York Times’. A los cuatro escribió su primer relato, en francés. Un año más tarde creó una fórmula mediante la cual podía saber el día de la semana de cualquier fecha histórica.
Para entonces ya hablaba no solo inglés, francés y latín, también se manejaba perfectamente en ruso, turco, armenio, alemán y hebreo. Todos los idiomas que le permitían comunicarse con la extensa colectividad judía que le rodeaba.
A las ocho años desarrolló una serie de logaritmos basados en el número doce, la edad a la que entró a Harvard (iba a entrar un año antes, pero la universidad sugirió que esperara un año más) convirtiéndose en la persona más joven en entrar a la institución.
Se graduó a los cuatro años en matemáticas y con los máximos honores. Al año siguiente, 1915, comenzó a trabajar como profesor asistente en la Universidad de Rice, mientras estudiaba para su doctorado.
Un genio incomprendido
Llegó a hablar 40 idiomas, inventó su propio dialecto, el vendergood, escribió decenas de libros (la mayoría de ellos con seudónimo y sobre diferentes temas) y todo el mundo lo admiraba, excepto la comunidad científica, a la cual quería pertenecer de forma desesperada.
Lo consideraban un fenómeno de feria, una atracción pasajera.
¿Cuan inteligente era? Hay quienes hablan de un cociente intelectual de más de 250, Einstein tenía 160.
Pero nunca fue del todo feliz. Sus últimos años los pasó huyendo de sus padres, enamorado de una mujer a la que no sabía cómo acercarse (nunca tuvo una relación de pareja).
Agobiado por la prensa, cuestionado por la sociedad: se negó a enlistarse en el ejército durante la II Guerra Mundial, se declaró ateo y de izquierda y participó de marchas políticas cuestionadas durante aquellos años.
Un triste final
En medio del activismo conoció a Martha Foley, una activista irlandesa de la cual se habría enamorado.
Pero su padre le prohibió seguir viéndola y Sidis cumplió, aunque también dejó de visitar a su progenitor.
Se encerró en su piso hasta que sufrió una embolia cerebral y murió un 17 de julio de 1944.
Lo encontraron una semana después y a su lado, entre sus objetos personales, había una fotografía: el rostro de Martha Foley.
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