Para muchas madres, es muy angustiante el hecho de que sus hijos sufran, pues, automáticamente, se puede sentir como una vulneración del alma, al punto de convertirlo en algo personal.
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En algunos casos, la gravedad de este tipo de situaciones puede escalar en momentos que pueden rozar la irracionalidad, pues el amor es un sentimiento lo suficientemente poderoso como para conectarse con otras emociones como la rabia, la alegría, la tristeza, el miedo, la incertidumbre, el escepticismo o muchas otras más.
Para citar un ejemplo, está el caso de Marianne Bachmeier, una mujer quien tuvo una vida lejos del idealismo, pues, desde que nació, no ha hecho más sino vivir momentos difíciles. Sin embargo, el nacimiento de su hija significó un nuevo respiro para ella. A pesar de ello, su infortunio no terminaría ahí.
Marianne y Anna contra el mundo
Marianne nació el 3 de junio de 1950 en Sarstedt, Alemania, y vivió una vida compleja y difícil de entender. Su familia nuclear, con quien se radicó en la población de Lübeck, al nordeste de la actual nación germana, estaba compuesta por un padre que fue confeso miembro del Partido Nacionalsocialista Alemán, además de militante de las famosas SS (escuadrones de protección) dirigidas por Heinrich Himmler, mano derecha del dictador Adolf Hitler, y una madre que mantenía una distancia afectiva bastante dilatada.
En esas épocas, Alemania seguía viviendo una fuerte división política e ideológica producto de la posguerra, pues en ese momento el territorio teutón estaba dividido en dos facciones; la República Federal de Alemania (apoyada y administrada por los Estados Unidos, Francia y el Reino Unido) y la República Democrática Alemana (manejada por la Unión Soviética).
Debido a esto, era muy vergonzoso para Marianne el hecho de que su padre tuviera antecedentes relacionados con los nazis, por lo que no tuvo una relación amigable con él.
Por el lado de su madre, ella se mostró como una persona afectivamente distante. Era muy rara la vez que ambas compartían algún café o se sentaban a hablar de sus problemas. Marianne sintió en esa falta de afecto maternal una sensación de que estaba sola en el mundo.
Desde su adolescencia, Marianne fue víctima de múltiples agresiones sexuales por parte de distintos hombres, al punto de que en varios de esos ultrajes resultó embarazada. Su primer embarazo registrado fue cuando tenía 16 años de edad, fruto de un noviazgo que tenía en aquel entonces.
El hecho de que resultara embarazada no gustó en su hogar, por lo que sus padres la obligaron a entregar al bebé a un centro de adopción apenas nació. Marianne no tuvo apoyo alguno, pues su novio y padre del niño se fue para nunca más aparecer.
Tuvo otro embarazo en una situación parecida, y con el mismo resultado: sus familiares obligándola a regalar al bebé.
Finalmente, en el año 1973 nació Anna, quien sería para Marianne la oportunidad de reivindicarse con la vida, pues vio en ella una opción para salir de todo el tormento que había sufrido a lo largo de sus 23 años de vida.
Los padres de Marianne, o sea, los abuelos de Anna, mantuvieron la misma postura del pasado: obligaron a su hija a dar al bebé en adopción. La joven, de forma rotunda, y en un acto de gallardía o locura, se les plantó a sus progenitores diciéndoles que quería conservarla.
Desde ese entonces, la vida de Marianne giró entorno al bienestar de su hija, pues ella vio la opción de ser la madre que nunca pudo tener, además de poder sentir hacia otra persona lo que nadie sintió por ella.
Esa dicha, tristemente, terminaría más pronto de lo esperado por ella, quien confiaba que podría, finalmente, tener un rato de sobra con su hija al lado, viviendo absolutamente felices y dichosas.
Siete años, nada más
Era un lunes 5 de mayo de 1980. El día comenzó complejo porque la pequeña Anna, de siete años, no tenía deseos de ir al colegio, lo cual iba en contra de las intenciones de Marianne. Pese a insistirle a su hija con que fuera al colegio, casi de forma airada, finalmente cedió al capricho y dejó que se fuera a jugar al parque con sus amigos.
Sin embargo, lo que Marianne no sabía era que su hija quería dirigirse a la casa de Klaus Grabowski, un vecino que tenía una carnicería cercana a la casa de ambas, pues el hombre le había prometido a la pequeña que podía jugar con sus gatos.
Pese a las aparentes buenas intenciones del hombre para darle felicidad a la niña, en realidad Grabowski era un tipo de temer. Lübeck, pueblo que en ese entonces hacía parte del lado Federal, no tenía idea que uno de sus habitantes era en realidad un asesino pedófilo de carrera.
Grabowski tenía encima un arresto por la violación y asesinato de dos niñas. Por estos delitos fue sentenciado a la castración química en 1976, de la cual se recuperó gracias a una estricta dieta hormonal.
En ese momento, el hombre vivía aparentemente feliz con su novia y había montado una carnicería propia, por lo que su actividad no era para nada extraña.
Según las autoridades alemanas, Grabowski le había dicho a la pequeña Anna días atrás que le permitiría jugar con sus mascotas si ella iba a su casa personalmente, a lo que la hija de Marianne, en su infantil inocencia, aceptó.
La menor finalmente fue a su casa, sin ningún tipo de sospecha, llena de ganas de jugar con los gatos de su vecino, todo sin esperar lo peor. Apenas la niña tocó el timbre de su casa, Grabowski la secuestró y la encerró en su casa. Fue ahí donde el hombre la violó múltiples veces, según cuenta el cuerpo investigativo alemán encargado del caso, para luego estrangularla hasta morir.
Para la noche de aquel lunes, Grabowski quería eliminar todo rastro del crimen, por lo que se encargó de meter el cuerpo sin vida de la pequeña Bachmeier y llevarla a un canal, donde la iba a sepultar para luego irse a su casa.
No obstante, la inseguridad terminó por ganarle la cabeza al hombre, pues él mismo se dispuso a confesarle el crimen de forma detallada a su novia, lo que generó una fuerte discusión que derivó en un confundido Grabowski yendo a un bar para tomarse unas cervezas, y su novia denunciándolo a la Policía.
En ese momento, Marianne ya había reportado la desaparición de su hija y las autoridades seguían sin encontrar rastro alguno de ella. Pareció coincidencia, pero todo se supo en la misma noche.
La Policía de Lübeck finalmente llegó al bar en el que Grabowski se encontraba tomando cerveza e inmediatamente lo llevó a la comisaría para interrogarlo. Fue ahí en donde, de forma muy voluntariosa, el asesino de la niña se encargaría de confesar que efectivamente sí la había matado, pero que nunca accedió a violarla.
El acta del interrogatorio reveló que Grabowski le dijo a los policías que la pequeña Anna había intentado seducirlo y chantajearlo pidiéndole dinero a cambio de no decirle a su madre que él la había tocado indebidamente.
¿Efecto colateral?
La noticia destrozó a Marianne. El nacimiento de Anna siete años atrás fue una de las pocas buenas noticias que ella tuvo a lo largo de sus casi 30 años de vida. Era tal la rabia que sintió que no le importó hacer lo que fuera necesario para que Grabowski pagara con su vida el asesinato de su amada hija.
Durante un año la mujer se dedicó a prepararse para matar personalmente a Grabowski, por lo que se compró una pistola Beretta M1934, la cual era famosa en aquel entonces por ser el arma secundaria de los uniformados de las fuerzas armadas italianas durante la Segunda Guerra Mundial.
A la vez que se preparaba para el día en el que Grabowski le ‘diera el papayazo’, se encargó de asistir a los juicios del carnicero en Lübeck en completo silencio, analizando cada declaración de los testigos y del sospechoso, pues todavía no era su turno de hacer declaraciones.
Esta fue la tónica en la que se mantuvo Marianne hasta el día viernes 6 de marzo de 1981. Ese día la destrozada madre entró al juzgado con un abrigo de color blanco, escondiendo el arma que había comprado una año atrás, saltándose los filtros de seguridad del establecimiento judicial.
La mujer caminaba ciertamente apresurada, pues iba tarde para la sesión, sin embargo, el afán con el que caminaba era el indicio de que estaba ansiosa de hacer pagar a Grabowski a su manera, pues no le era suficiente que lo encarcelaran.
Con mirada determinada, e intentando ocultar la rabia, Marianne entró a la sala de audiencias, en la cual se encontraba el juez, Grabowski sentado mirando hacia este, los testigos, los abogados, algunos policías y varios fotógrafos.
Sin decir una sola palabra, la mujer se acercó al asesino de su hija, desenfundó la Beretta y procedió a dispararle ocho veces en la espalda al que fue su vecino de aparente confianza. Lo único que ella lamentó fue no haberle disparado en el rostro.
Siete de los ocho disparos dieron en la espalda de aquel hombre, mientras que el octavo se zafó en el cargador. Inmediatamente Grabowski cayó al suelo, totalmente agonizante ante la mirada atónita de todo el jurado y de los medios de comunicación, quienes luego de superar el espasmo provocado por la inesperada puesta en escena de Marianne, se pusieron manos a la obra y empezaron a tomar fotografías del lugar de los hechos.
Lo que vino para Bachmeier
La madre de Anna fue arrestada al acto e inmediatamente acusada por asesinato. En 1982, durante una sesión judicial en su contra, Marianne comentó que le había disparado a Grabowski mientras estaba en un estado de ‘trance’ por la muerte de su hija.
Esta versión no logró aludir a las autoridades, quienes en apoyo de expertos en criminalística, confirmaron que, en realidad, Bachmeier había practicado con el arma durante un largo periplo, además de que era imposible que todo no hubiera sido planificado.
Este caso generó todo un debate en la opinión pública, pues hubo varias manifestaciones asegurando que la mujer debía ser absuelta de todos los cargos y salir en libertad, mientras que otras personas se remitieron al pasado de la mujer y sus dos hijos biológicos dados en adopción, para así sostener la idea de que Bachmeier era una madre irresponsable y que debía ser condenada. Finalmente, Marianne Bachmeier fue sentenciada a seis años de prisión, pese a que solo cumplió la mitad.
Al salir de prisión, Marianne sintió la necesidad de buscar nuevos aires. Ya estaba cansada de vivir en Alemania, por lo que contrajo matrimonio con un profesor coterráneo y se fue a vivir a Nigeria en 1990.
Más adelante se divorciaría y se iría a vivir a Italia, más específicamente en la isla de Sicilia, para luego regresar a su país natal, en donde vivió los últimos años de su vida.
En la única entrevista que Marianne ofreció a algún medio de comunicación, reveló que todo lo relacionado al asesinato de Grabowski estuvo absolutamente premeditado de su parte.
Cuando le preguntaron si era capaz de encontrar una diferencia entre lo que hizo ella con el asesino de Anna, y lo que hizo el carnicero con su hija, ella respondió:
“Creo que hay una gran diferencia si mato a un niño y luego tengo miedo de ir a la cárcel de por vida. Lo mismo ocurre con la forma en que me coloco detrás de una niña y la estrangulo, que se desprende literalmente de su declaración: ‘Sentí que algo salía de su nariz, estaba obsesionada, luego no pude soportar más la visión de su cuerpo’”.
Marianne Bachmeier finalmente falleció en 1996, a los 46 años de edad. Fue sepultada en el cementerio de Lübeck junto al mausoleo de su hija, para así poder descansar en paz junto con ella para la eternidad.
Por: “El Tiempo”, de Colombia / GDA
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