Reporte para El Comercio desde Kiev, Ucrania
En la madrugada del jueves 30 de mayo, a las 3:30 a.m., en Ucrania sonaban las sirenas y en los celulares saltaban las notificaciones por la alerta de posibles misiles de 10 aviones bombarderos rusos TU-95MS, con un nivel de peligro de 9 sobre 10. En todo el país, las personas debían buscar el refugio más cercano. La amenaza duró dos horas, pero el peligro nunca pasa en Ucrania, ni siquiera en la capital Kiev, y esto ocurre desde el inicio de la guerra, en febrero del 2022.
En realidad, los ucranianos se sienten en guerra desde el 2014, cuando Rusia anexó Crimea y la ciudad autónoma de Sebastopol. Lo que ocurrió hace dos años, en palabras de los ucranianos, fue solo fue una escalada del conflicto. Aquí se ha instaurado una nueva normalidad donde el duelo parece llevarse por dentro.
Los ucranianos tienen refugios en casi todos lados: en las casas, en colegios y hasta en hoteles que funcionan con normalidad pese a que no hay turismo. Cuando se encuentran en lugares donde no existen refugios, como los restaurantes, solo invitan a los comensales a salir del establecimiento. Pero no todos hacen caso, o en ocasiones, se guardan el aviso y lo dejan a evaluación de los propios comensales, según el grado de peligro.
Por un lado, los ucranianos tienen las sirenas; y por otro lado, tienen las alertas de celular: desde un aplicativo (similar a los que hay en Latinoamérica para los terremotos) hasta los servicios de mensajería. El más utilizado en Ucrania por estos días es Telegram (donde además tienen canales estatales con alertas de fake news).
Fuera de las sirenas y alertas, la gente sigue con su rutina diaria, entre apagones y toques de queda, que van desde la medianoche hasta las 5 a.m. Por las noches, las calles lucen oscuras debido a un racionamiento del alumbrado público, tras los múltiples ataques rusos contra fuentes de energía. El toque de queda es obligatorio, y si te detienen las fuerzas del orden, no solo pasas la noche con ellos, sino que pueden notificarte para enrolarte en el ejército. Todo hombre, entre los 25 y 60 años, es elegible.
Todas estas medidas no impiden a los ucranianos seguir con su rutina diaria, sobre todo niños y jóvenes. A los primeros los vimos esta semana en varios grupos de excursión en la Catedral de Santa Sofía, mientras que a los segundos, un grupo de adolescentes, los vimos en las noches en el parque de Bulvarno-Kudriavska. En este último, por increíble que parezca, existe un monumento de bronce con base de mármol del mariscal Ramón Castilla, que fue instalado en el 2021.
Kiev hoy tiene dos colores que resaltan: el verde militar y el dorado de las cúpulas de sus iglesias. (Foto: Martin Hidalgo)
En Kiev, se tiene un mural con las fotos de todos los soldados fallecidos por la guerra contra Rusia. (Foto: Martin Hidalgo)
En las plazas de Kiev, la capital de Ucrania, se recuerda mediante fotografías la denominada "Revolución de la Dignidad" que acabó con la renuncia del presidente Yanukóvich, en 2014.
Gleb Batonskiy, un joven de 18 años, toca en uno de los pianos públicos de Kiev. En medio de la guerra, los ciudadanos ucranianos encuentran paz en la música. (Foto: Martin Hidalgo)
–El duelo eterno–
Darina Tkachenko es ucraniana y tiene dos hijos. El menor, de 12 años, asiste al colegio bajo la nueva normalidad. “Cuando hay ataques, él pasa horas en el refugio, aunque en invierno es muy incómodo por el frío”, cuenta y explica que en los colegios sin refugios, los niños siguen sus estudios de manera virtual con programas a distancia. “Las conversaciones con mis hijos no son sobre qué países quieren ver o sobre qué quieren hacer, sino sobre qué profesión escogerán para ser útiles en la defensa de Ucrania. Es algo ya normal aquí, pero es tan injusto”, reclama Darina. Y continúa:” No tenemos otra salida, mis hijos no tienen otra normalidad, no nos acostumbramos, pero nos adaptamos”.
El esposo de Darina es Javier Donoso, un ecuatoriano que vive aquí desde el 2008, cuando llegó para estudiar. Hoy se siente tan ucraniano que hasta se tatuó la bandera en el brazo izquierdo. “Kiev es la ciudad más protegida por ser la capital, pero eso no significa que no exista sufrimiento. “Si preguntas a cualquier persona, todos llevan el duelo por dentro, todos hemos perdido a alguien. Pero tenemos que seguir para mantener el país y la economía”, aclara.
Aunque pareciera que los ucranianos ya no le temen a las sirenas y alertas, Javier aclara que a veces ocurre que “no sabes adónde correr”. La aparente tranquilidad responde a que la ciudadanía ha aprendido a identificar el nivel de gravedad, al punto de estar familiarizados con el armamento. ”A veces vemos en las alertas, por ejemplo, que es un MIG-35, ese avión generalmente sale, da una vuelta y aterriza, es solo para asustar. En estos años hemos aprendido cosas que quizás no teníamos que saber. Hasta por el sonido, a veces identificamos cuándo era defensa y cuándo era ataque”, relata.
–Baladas y tanques–
Kiev es una ciudad musical, y se ve en los pianos públicos que están siempre ocupados con alguien tocando los acordes, o con señoras que se juntan en grupos corales y se animan a cantar en los parques, mientras esperan la reconstrucción de sus hogares (hoy viven en casas modulares).
En el Volodymyrska Hill, uno de los parques más grandes de la capital, encontramos a Gleb Batonskiy, de 18 años, tocando el piano. Al costado, su amiga cantaba baladas sobre la heroicidad de las fuerzas ucranianas, mientras una pareja de esposos se sienta a escucharlos. Metros más allá, gente adulta pasa corriendo, y una madre llega con su menor hijo en ’scooter’ después de haber estado en los juegos infantiles.
En otro parque cercano, las autoridades han colocado tanques de guerra y automóviles quemados para recordar a diario que la guerra continúa en las fronteras, en un campo de batalla al que también han llegado peruanos.
Juan Olivas, agregado para Asuntos Económicos y Comerciales del Perú en Ucrania, ayudó a la identificación de los restos de cinco voluntarios peruanos. Un sexto está desaparecido desde fines del 2023. La incertidumbre de su paradero es la que viven millones de en medio de una guerra que aún no tiene fecha de caducidad.
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