Pese a que las tropas rusas se están retirando de Kiev (Kyiv) y de la provincia de Chernígov, al norte de Ucrania, las comunidades de las afueras de la capital, próximas al frente de batalla, aún no se sienten fuera de peligro ni confían en las negociaciones que se reanudaron este viernes de forma telemática.
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El Ejército ruso ha abandonado “parcialmente” la ocupación en el área de Kiev y sus efectivos se dirigen hacia la frontera con Bielorrusia, ya que “el enemigo ha sufrido pérdidas significativas y no logró bloquear y capturar la capital” y se va a centrar en controlar el este y el sur, informó el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Ucranianas.
Las autoridades ucranianas celebraron el viernes que más localidades del noroeste de Kiev se encuentran bajo control propio, pero todavía quedan efectivos rusos en las estratégicas ciudades de Bucha o Hostomel, por lo que pidieron a sus habitantes que no regresen todavía a la zona, donde creen que los rusos han plantado minas y envenenado el agua.
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ESCEPTICISMO EN LA CALLE
Sin embargo, entre la población de Kiev reina el escepticismo sobre las verdaderas intenciones de Rusia, y dudan de que las negociaciones que las partes retomaron este viernes online sirvan para hallar una solución duradera.
“No sé si se están marchando. De momento se están reagrupando. Ya veremos si van al Donbás, a Mariúpol o vuelven a Kiev”, indicó Viktor, un kievita de 37 años, que cree que Rusia está usando las negociaciones solo para ganar tiempo y no para un alto el fuego.
En el pueblo de Sofiivska Borschahivka, una zona residencial ubicada a medio camino entre el centro de la capital y las localidades ocupadas por Rusia en el frente noroeste de Kiev, todavía hablan del misil que cayó hace tres noches sobre un edificio, matando a una vecino.
Las tropas rusas llegaron a estar a unos 10 kilómetros de su urbanización. Ahora están más alejadas, a unos 25 kilómetros, aún a tiro de misiles, por lo que el peligro persiste.
“Ya no creo que estemos seguros en ningún lado, ni que las negociaciones de paz puedan llegar a un alto el fuego pronto”, indicó a EFE Vladislav, mientras observa desde la calle como han quedado los tablones de madera que protegen las ventanas de su casa, cuyos vidrios fueron reventados por el impacto del misil.
El proyectil cayó sobre esa tranquila urbanización de clase media poco después de la medianoche, mientras Vladislav veía en la televisión en compañía de su perro el discurso diario que sobre esa hora ofrece el presidente Volodymyr Zelensky.
“No tuvimos tiempo ni de asustarnos ni de reaccionar. Solo de escondernos”, —apunta— ya que las sirenas no sonaron al tratarse de un misil pequeño e indetectable para los sistemas de alarma, pero lo suficientemente potente para llegar a Sofiivska Borschahivka desde posiciones rusas.
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MISILES AÚN CERCA
Un gran boquete en el suelo frente al portal de la casa de Vladislav es la huella que dejó el misil, pero también causó agujeros en la fachada, destrozó la puerta, dejó sin cristales las ventanas de los cinco primeros pisos y reventó varios coches aparcados.
“Esa noche fue todo horror. La explosión me sacó de la cama y me golpeé la cara”, recuerda su vecino Vadim Volderiv, un hombre de 55 años orgulloso de su hijo soldado, al mando de un tanque en el frente del este.
Pero como Vladislav, nunca se planteó abandonar su casa para ir a otro lugar más seguro. “Yo no me voy a ninguna parte”, clama.
En otro complejo residencial de Sofiivska Borschahivka sus vecinos se han organizado para garantizar la protección, vigilancia y seguridad de toda la urbanización, en la que antes de la guerra vivían más de 3.000 personas, pero ahora solo 700.
Muchos se fueron porque efectivos rusos llegaron a estar a tan solo de 5 kilómetros, pero unos 200 han regresado en los últimos días, a medida que las tropas ucranianas ganan terreno en el área.
“Nos hemos organizado en siete grupos para tener esto defendido siete días a la semana, 24 horas al día, durante los 37 días de guerra. Cada día buscamos enemigos y nos defendemos de lo que sea”, explica a EFE Volkov Mykhailo, uno de los cabecillas, apostado en un punto de control improvisado que supervisa la documentación de todos los vecinos cada vez que entran y salen.
Bloques de hormigón, maderas y sacos terreros conforman barricadas que, colocadas cada pocos metros, jalonan la calle que da entrada a esta urbanización privada de clase media-alta, con escuela, parque y comercios dentro. Pero una vez que pasas la barrera automática, se vive un falso oasis de paz, con niños jugando, parejas paseando de la mano, escenas que no se ven en el resto de Kiev.
“Parece tranquilo, pero no estoy segura de que aún estemos seguros. Hace unos días se oía mucho estruendo de las batallas cerca, tuvimos suerte de que ningún proyectil cayera aquí”, cuenta Nadia, residente de la urbanización de 44 años, que tampoco cree que otro lugar en el país pueda ser seguro para ella.
“Al menos aquí está mi casa y quiero creer que esto terminará pronto”, señala medio sollozando porque su marido fue reclutado para ir al frente hace solo cuatro días. “La guerra no ha terminado”, advierte.
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