Una nube oscura parece haberse posado sobre el Palacio de Buckingham durante estos primeros meses del 2024, llevando a que la familia real británica enfrente uno de sus momentos más complicados de los últimos años.
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El 17 de enero fue una fecha clave en medio de la turbulenta actualidad que afronta la realeza británica. Ese miércoles, el Palacio de Kensington –residencia oficial de los príncipes de Gales– informó que Kate Middleton se había sometido a una cirugía abdominal y estaría de baja médica hasta después de Semana Santa por recomendación médica.
“La princesa de Gales aprecia el interés que esta declaración generará, pero espera que el público comprenda su deseo de mantener la mayor normalidad posible para sus hijos”, señalaba el comunicado emitido por la institución real pareciendo prever lo que semanas más tardes se desataría.
Esa misma tarde, desde Buckingham se daba otro anuncio importante. Se comprobaba el agrandamiento de la próstata del rey Carlos III, por lo que iniciaba el respectivo tratamiento.
Para el 29 de enero, la casa real informó del regreso de la princesa a su residencia. A diferencia del monarca, no se difundió ninguna foto en la que se la viese saliendo de la clínica, lo que dio pie a que un sinfín de teorías se comenzaran a tejer.
El lunes 5 de febrero, otro anuncio fue emitido desde Buckingham: el rey tiene cáncer. Se añadió que iniciaría su tratamiento y que sus funciones se limitarían a las estrictamente necesarias, dejando de lado las apariciones en eventos públicos.
Desde Kensington, por otro lado, informaban que el príncipe Guillermo visitaba a diario a su esposa en la clínica y que también había limitado sus funciones reales para cuidar a sus hijos.
Estas ausencias se hicieron evidentes, sobre todo en los actos conmemorativos tras un año de la muerte del rey Constantino de Grecia, realizados el 27 de febrero en Windsor. Ante las bajas, fue la reina Camila y el polémico príncipe Andrés, sobre quien pesan serias acusaciones de violencia sexual contra menores en relación con el caso Jeffrey Epstein, quienes representaron a la familia real.
Sin embargo, luego de un mes en el que se celebraron 13 actos públicos, el peso de la corona pareció ser demasiado para Camila, quien solicitó una baja de una semana por estrés.
La situación ha llevado a que diferentes eventos oficiales, incluido el reciente aniversario de la Commonwealth, se hayan visto deslucidos ante la ausencia de representantes de mayor peso de la realeza.
“Un episodio similar a este ocurrió a principios de los años 70 del siglo XIX, cuando la reina Victoria, aún de luto por la muerte del príncipe Alberto, era vista poco en público y al príncipe de Gales se le diagnosticó tifus”, explica a El Comercio el historiador de la Universidad de Oxford Franklyn Prochaska.
“La familia real no tiene tantos miembros como hace 25 años. A las muertes de la reina Isabel II y de su esposo, el príncipe Felipe, se suma que varios integrantes son ancianos. Algunos aún trabajan, pero la carga es muy diferente. Si sacas a dos figuras representativas del cuadro, sin duda habrá un gran impacto”, comenta Joe Little, editor de “Majesty Magazine”, una revista británica que desde 1980 cubre las actividades de las familias reales del planeta.
—¿Dónde está Kate?—
Como si fuese poco con las ausencias, la casa real soporta una inmensa ola de teorías conspirativas sobre la salud de la princesa de Gales.
A la falta de fotografías de Kate saliendo del hospital o de vuelta en su hogar se sumó una polémica imagen publicada el último domingo y en la que se veía a la princesa junto a sus tres hijos. Poco después, sin embargo, la foto tuvo que ser eliminada debido a que diversos internautas descubrieron que había sido manipulada.
Esa misma tarde, la princesa lanzó una nota por redes lamentando la confusión y asegurando que ella misma lo había editado. La reacción en cadena, sin embargo, ya había empezado sin freno.
Las redes sociales se han colmado de teorías que postulan desde que el cuadro de Kate es más grave del que se ha hecho público hasta que ha fallecido o que ha huido por una supuesta infidelidad de Guillermo.
El silencio protocolar desde Kensington, ciertamente, no ha favorecido a que estos rumores cesen.
“Creo que la familia real no ha manejado la situación de manera muy efectiva. Se debería haber proporcionado más información sobre la operación de la princesa. Inevitablemente, la falta de información genera especulaciones interminables y afecta la reputación monárquica”, considera Prochaska.
“Mirando atrás podrías argumentar que la situación pudo haberse manejado mejor, pero supongo que en ese momento se hizo con buena intención. Pero está claro que la gente debería hacer caso omiso a estas teorías como la de que ella murió después de Navidad, o que está en coma. Todo tipo de locuras”, advierte Little.
Sobre la posibilidad de que pueda afectar la reputación de la familia real, el editor especializado considera que no se vive nada distinto a lo que se había anticipado desde la muerte de la reina Isabel.
“Desde que murió la reina y Carlos ascendió al trono, el ruido republicano ha sido más fuerte, antes había un cierto respeto por la reina que desapareció tras su muerte. La gente tiene ahora menos reservas para criticar al rey y a la institución que cuando estaba su madre. Quizá se haya vuelto más ruidoso en estos días, pero no sorprende. Sabíamos que eso sucedería cuando muriera la reina, no es algo que no hubiéramos anticipado”.
Prochaska no solo coincide con Little en que el escenario era previsible sino que además afirma que esto no afecta los sólidos cimientos de la corona británica. “Las encuestas actuales siguen siendo positivas sobre la monarquía, tanto que ningún partido político serio se atreve a pedir su abolición. Desde que perdió su poder político, la monarquía británica se ha adaptado notablemente bien a la democracia social al involucrarse profundamente en la caridad y el trabajo social. Se ha convertido en lo que yo he llamado una ‘monarquía del bienestar’. Mientras las cartas de súplica lleguen al Palacio de Buckingham, la familia real, en mi opinión, está segura”, considera el académico.
Ante una situación así es muy difícil complacer a todos. El rey Carlos III es el jefe de Estado y, como tal, despierta un enorme interés en todo lo que hace, además es responsabilidad del Palacio de Buckingham informar al pueblo que el rey está enfermo. Sin embargo, aunque sea el monarca, aún mantiene derecho a cierto grado de privacidad. Por eso, por ejemplo, sabemos que enfrenta un cáncer, pero no conocemos el tipo específico del mismo.
La gente argumentará que deberíamos estar diciendo estos detalles, pero cuando su abuelo Jorge VI tuvo cáncer a principios de los años 50 ni siquiera se lo dijeron a su familia y mucho menos al público británico. Así que podemos decir que la transparencia ha mejorado considerablemente, pero nunca será satisfactoria para algunos.
En contraste, en Noruega el rey recientemente estuvo enfermo y apenas el jueves último salió del hospital. El monarca enfermó durante sus vacaciones por Malasia y fue ingresado a un hospital local antes de ser llevado de regreso a su patria por la Fuerza Aérea noruega. Ya en su país fue sometido a otro procedimiento y se brindó mucha información por la corte casi a diario.
Pero esa no es la manera en la que el Palacio de Buckingham considera que se debe obrar. No darán comentarios continuos, solo emitirán actualizaciones cuando consideren que sea apropiado hacerlo.
Este momento no solo ha sido un desafío para la familia real, sino también para sus equipos, pues nos hallamos ante una situación prácticamente única. No recuerdo un momento en que algo similar haya sucedido en los últimos años.
*Joe Little es editor de Editor de “Majesty Magazine” desde 1999.
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