Durante mucho tiempo su nombre fue un tabú.
Pero con el tiempo se le empezó a recordar como se recuerda a los héroes.
Se trata de Witold Pilecki, oficial del ejército polaco que en 1940, cuando su país acababa de ser ocupado por las tropas de la Alemania nazi, se ofreció como voluntario para ser encarcelado en el campo de exterminio de Auschwitz.
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Su misión era obtener información sobre el funcionamiento del campo y crear en él una red de resistencia interna.
Permaneció preso allí dos años y medio, en los que vivió en carne propia las penurias que hicieron de Auschwitz uno de los símbolos más destacados del horror nazi en la Segunda Guerra Mundial.
Quería que el mundo supiera lo que estaba pasando allí y actuara.
Esta es su historia.
Quién era Witold Pilecki
Nacido en Oloniec, en el norte de Rusia, en 1901, Pilecki fue uno de los militares con los que Polonia trató de repeler la invasión ordenada por Hitler en 1939.
Según el historiador Jaroslaw Wróblenski, pese a la notoria superioridad de la máquina de guerra de Hitler, “Pilecki tenía la voluntad de luchar y en septiembre de 1939 pensaba que Polonia derrotaría a los alemanes en solo unas semanas”.
Culminada la anexión, los alemanes comenzaron los arrestos y encarcelamientos masivos entre la población local, con especial celo en la captura de los militares polacos que los habían combatido en el campo de batalla.
Es entonces cuando se crea el campo de concentración de Auschwitz. Al principio no se conocían bien su finalidad ni funcionamiento, por lo que la incipiente red de la resistencia polaca contra la ocupación decidió que era buena idea infiltrar en él a algunos de sus miembros.
Activo en la resistencia, Pilecki se ofreció voluntario.
Su sobrino, Andrzej Marek Ostrowski, era entonces un niño, pero recuerda lo que sucedió en aquel tiempo.
“Después de la campaña de 1939, Pilecki volvió a Varsovia y uno de los pocos lugares en los que podía alojarse era el apartamento de mi madre”.
“Ahí había reuniones para conspirar contra los nazis y surgieron rumores de que se estaba organizando un gran campo cerca de Oswiecim”, el lugar al que los nazis llamaron Auschwitz.
Cuando tuvo noticias de que una de las habituales redadas de los nazis tenía como objetivo el apartamento de su hermana, Pilecki se aseguró de estar presente cuando llegaran a capturarlo.
“Por la mañana temprano, el conserje del edificio, Jan Kilianski, vino corriendo a nuestra puerta y le ofreció ocultarse en un escondite que tenían en el sótano, pero mi tío le dijo que por esta vez no lo usaría”, recuerda Ostrowski.
“Mi tío se arregló y se vistió. Llamaron a la puerta y era un grupo de militares, algunos vestidos de civil. Preguntaron si había algún hombre en la casa. Yo estaba en mi cama y mi oso de peluche estaba en el suelo. Mi tío me lo dio y me besó en la frente. Cuando pasó junto a mi madre le dijo: ‘Informa a la persona adecuada de que he cumplido la orden’. Entonces mi madre y yo nos dimos cuenta de que había sido planeado”.
Resistencia en Auschwitz
Internado en Auschwitz, Pilecki pronto empezó a experimentar en carne propia el duro trato que se dispensaba allí.
“Al principio cuenta que le habían roto los dientes porque los alemanes querían que llevara en la boca la placa con su número de preso y él se negaba”, comenta el historiador Wróblewski.
“Lo golpearon con un bastón y lo torturaron”.
Su objetivo inicial de crear una red de la resistencia se topó con la realidad del campo, donde no todo era solidaridad entre los presos y a veces la lucha por la supervivencia creaba conflictos.
Sin embargo, “en ese infierno creó una estructura militar de unas 500 personas”, cuenta Wróblewski.
Los miembros de la red trabajaban en diferentes departamentos y zonas del campo y buscaban obtener información de inteligencia que poder compartir con la resistencia en el exterior.
Pilecki buscó tener a su gente repartida por diferentes áreas para poder tener una idea general. Conocía de primera mano la dureza de las condiciones de vida allí, pero ignoraba, por ejemplo, cuántos prisioneros había exactamente, para lo que le resultaba muy útil la información que le enviaba sus compañeros de la red clandestina que trabajaban en las oficinas de las SS y podían acceder a sus documentos.
Durante casi tres años, Pilecki emitió informes en los que dio cuenta de cómo Auschwitz pasó de ser un centro de internamiento principalmente destinado a prisioneros de guerra polacos a un gran lugar de exterminio para judíos de toda Europa.
“Describe cómo era Auschwitz desde dentro y envía esa información para que el mundo reaccione, pero el mundo guardó silencio”, resume Wróblenski.
Tras ver una y otra vez ignorados sus llamamientos para que el campo fuera atacado, Pilecki decidió escapar junto con dos compañeros de la resistencia.
Fugarse de Auschwitz y sortear sus medidas de vigilancia era misión imposible, pero Pilecki y sus dos compañeros de fuga se las arreglaron para que los asignaran como trabajadores de la panadería del campo, que estaba situada fuera del perímetro de seguridad. Una vez allí, al caer la noche, desactivaron los cables de la alarma, abrieron la pesada puerta metálica y escaparon.
De vuelta en la resistencia
Fuera de Auschwitz, Pilecki vuelve a la lucha contra la ocupación nazi y participa en el alzamiento de Varsovia de 1944, con el que la resistencia intentó recuperar la capital tomada por los nazis.
“Su primera misión fue eliminar a los francotiradores alemanes que, muchas veces con ropas de civil, disparaban contra los miembros de la resistencia”, recuerda su sobrino Andrzej.
El intento fracasó y Pilecki fue otra vez detenido por los nazis, que lo internaron de nuevo en un campo de prisioneros de guerra.
Tropas estadounidenses lo liberaron al año siguiente, cuando la derrota final de Hitler parecía inevitable.
Un nuevo enemigo
Pero su liberación no supuso el final de las luchas de PIlecki, que al terminar la guerra, se embarcó en la lucha contra el gobierno comunista que concluida la guerra se instaló en su país bajo el amparo de Stalin.
En 1947 las autoridades polacas lo arrestaron. Tras un juicio que Wroblewski describe como “brutal”, fue condenado a muerte.
El joven Krzysztof Krosior, tataranieto de Pilecki, habla de su final: “Mi tatarabuela recordaba muy vivamente que un día que fue a llevarle cosas a la cárcel le dijeron que ya no estaba allí. Durante 40 años tuvo la esperanza de que se lo hubieran llevado a una mina de Siberia o a cualquier otro lugar y algún día aparecería de vuelta”.
En 1990, cuando la Guerra Fría daba sus últimos estertores y el comunismo colapsaba en toda la Europa oriental, un documento oficial confirmó los peores temores. Pilecki fue fusilado sin que la familia fuera informada.
Krosior cuenta que durante muchos años su viuda ni siquiera podía hablar de él. “En la era coomunista mi tatarabuelo tenía que ser olvidado”.
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