Nostálgicas y con una mirada positiva del futuro. El coronavirus cambió el rostro de las publicidades peruanas, que dejaron el tono festivo, los lugares paradisiacos, y los reemplazaron por campañas que resaltaban las ansias generalizadas por regresar a cuando todo era normal. El Estado, por su parte, hizo comerciales para explicar las medidas para evitar el contagio, spots que concluían con rostros sonrientes.
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En la región se vivieron cambios similares. Se recuerda, por ejemplo, los reclames de argentinos en los que se comparaba la épica de Diego Maradona en los mundiales y la de los héroes de la independencia, con el papel que los ciudadanos debían empezar a protagonizar.
En Chile sucedió lo mismo. El Estado apeló a la capacidad del pueblo a sobreponerse a los problemas (al último gran terremoto, por ejemplo), bajo el lema Cuidémonos entre todos.
Aun así, los esfuerzos por contener la Covid-19 fueron insuficientes, y es solo entonces que se puede entender que el mensaje de algunos Estados se haya, digamos, radicalizado. La mirada se enfocó en el presente, en mostrar los problemas actuales y se quitaron de lado las caras sonrientes. En México, por ejemplo, se dejó de lado el sentimentalismo y se optó por hacer responsables de las desgracias a los mismos ciudadanos. “El resultado de esta pandemia está en nuestras manos y es nuestra responsabilidad individual prevenir contagios, no es momento de relajarnos”, se leyó en el Facebook del Gobierno del Estado de Yucatán.
El Estado chileno también endureció su mensaje.
Y la Presidencia del Consejo de Ministros peruana ha dado un paso similar con la campaña El Covid no mata solo. No seamos cómplices.
“Políticamente, el Estado está diciendo ‘ustedes son los responsables, no nosotros’. Aparentemente, todos estamos involucrados en el problema, pero los que aparecen en la publicidad son simples mortales, no el Estado. En ese sentido, el mensaje es que la culpa es de la gente, y es por eso que no se ven hospitales sin oxígeno o pilas de cadáveres”. El semiólogo Eduardo Zapata es directo: “el gobierno se está lavando las manos”.
Para Zapata es preciso anotar que un comercial de ese tipo solo se puede entender luego de una tragedia, como lo fueron las muertes en la discoteca Thomas Restobar de Los Olivos. Pero de lo que el Estado está olvidándose es que la situación es mucho más compleja y que señalar culpabilidades es ocioso. “En el mundo hay movilizaciones de jóvenes en contra de las mascarillas y de las cuarentenas, y eso se podría entender a partir de la insatisfacción general con el sistema. En el caso del Perú, estamos hablando de una juventud que no tiene un presente, y es esa misma juventud que tampoco tiene oportunidades reales para salir adelante. La educación solo sirve para ir a la universidad, por mencionar un caso, y eso si es que tienes dinero”.
De allí se desprende otra observación de Zapata: ¿qué es lo que se está mostrando en el comercial? El spot –que sigue la línea del comercial del Gobierno de Canarias– muestra a un padre feliz que ha decidido visitar a su mamá, también feliz, junto a su hija, quien dibuja porque está feliz, en una cocina amplia, bien iluminada, y en la que todo parece estar perfecto. Ni hablar de los enormes y nuevos lápices de colores ni el jugo de naranja que se sirve a la mesa.
“Es una poesía a la inmaculada concepción, un comercial técnica y profesionalmente muy bien hecho –señala Zapata–. Pero creo que ni siquiera los sectores A y B se son así. Habrán algunos, claro, pero me queda la duda si así es el C o el D. Además, ¿de qué abuela estamos hablando, si la mayoría de familias son disfuncionales? Las familias están rotas desde hace tiempo. Es una campaña irreal”.
Además, la situación se complica por uno de los diálogos:
– Y, ¿qué tal las clases? –pregunta la abuela
– Bien, muy bien. Ale está aprendiendo a dibujar mucho mejor.
– Sí, abuelita, estoy haciendo un dibujo muy bonito y muy especial para ti.
“Eso es propaganda”, sentencia Zapata.
Este comercial también invita a reflexionar sobre porque no hay más países de la región que utilicen este mensaje. “La gente es consciente de la ineficacia e ineptitud del sistema –dice Zapata–, y habría que ser bien caraduras, sobre todo cuando se tiene un sistema de salud como el nuestro, luego de ver a la gente cargando balones de oxígeno, dejar que los laboratorios hagan lo que se les da la gana con los precios. ¿Los peruanos tienen dinero para comprar mascarillas cada vez que salen a la calle? Además, a estas alturas, ¿para qué sirve esta campaña? Las personas ya están pensando en la vacuna, que faltan pocos meses y que en enero llegará la nueva vida”.
Dicho eso, vale destacar uno de los spots del Ministerio de Salud de Colombia, cuya propuesta parte de una premisa similar a la peruana: consiste en mostrar a personas en diferentes situaciones, pero destacando sus descuidos y como estos pueden hacer peligrar sus vidas y la de sus seres queridos. La gran diferencia es que no se habla únicamente de responsabilidad individual, sino que se hace evidente que el apoyo de toda la comunidad es imprescindible.
“Allí no está esa idea de que ‘yo soy el Estado y tú eres el culpable’ –agrega Zapata–. No hay un componente político, que sí está presente en la propaganda peruana donde la culpa es de terceros. También hay que ver que las situaciones se desarrollan dentro y fuera de la casa, y que son tan comunes como ir a pagar un recibo, estar en el trabajo, pasar tiempo con los amigos, y que se evita siempre la mirada de un censor. Y la enfermedad final tampoco es resultado de la culpa. Este comercial consiste simplemente en pedir a las personas que no se relajen”.
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