“Intentaron enterrarme vivo y ahora estoy aquí para gobernar el país”. Frente a sus seguidores, el presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, celebró su victoria sobre Jair Bolsonaro con una frase que exageraba el logro. Los comicios del domingo último le dieron el 50,9% de los votos y a su competidor el 49,1%, una diferencia bastante corta (2 millones de un total de 124 millones de electores) que ya permite adelantar que para él no será un camino de rosas liderar la nación.
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El panorama con el que Lula se topa es distinto al del 2003, cuando asumió por primera vez la presidencia. “Entonces no existía el bolsonarismo, movimiento muy fuerte que empezó durante la gestión de Michel Temer -destaca André Coelho Grisul, profesor de Ciencia Política de la Universidad Federal de Río de Janeiro-. De igual manera, su victoria fue muy significativa porque, desde el regreso a la democracia, siempre tuvimos mandatarios de derecha, así que hubo gran expectativa sobre lo que haría el Partido de los Trabajadores (PT). De hecho, esto último también se ve en la actualidad: hay cierta esperanza de tener a una izquierda que se preocupe por la institucionalidad democrática y respete las leyes”.
Es verdad que Lula se enfrentará a una sociedad más fragmentada, dice Coelho, pero “tiene más experiencia y eso puede marcar la diferencia para que su Gobierno sea mejor evaluado”. Quizás con ese conocimiento podrá resolver uno de sus principales problemas: un Congreso que no le es tan favorable.
Según el especialista, hay tres grandes fuerzas parlamentarias: izquierda, centro y derecha, y es muy probable que él cuente con el apoyo de las dos primeras. “El desafío será atraer a parte de la base del bolsonarismo para ciertas votaciones. Por ejemplo, él habló sobre la eliminación del tope a los presupuestos de educación y salud, y ese soporte será clave”.
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La economía también le representará un reto. “Sabemos que Bolsonaro usó la maquinaria y el dinero público para conseguir votos, pero desconocemos los detalles de la realidad estatal. Recién cuando Lula tenga acceso a la contabilidad, sabremos cómo vamos”.
Sin embargo, Coelho teme que esa y otra información recién esté disponible cuando Lula asuma el poder en enero del 2023. La razón: el mismo Jair Bolsonaro podría ser una piedra en el zapato tanto antes como después de iniciar su gestión. “A pesar de que varios bolsonaristas ya aceptaron públicamente la derrota, él todavía no ha llamado a Lula para felicitarlo. No sabemos qué planea, pero probablemente no entregue pacíficamente la presidencia. Con certeza hará todo lo posible para dificultarle la vida”.
Habría que ver, eso sí, cómo Bolsonaro plantea su oposición. En dos meses ya no será presidente y sin el cargo también dejará de tener ciertos privilegios. “Ya podrá ser juzgado por cualquier tribunal y no solo por las altas cortes, así que tiene que tener mucho cuidado. Una oposición más radical podría causarle problemas en el futuro”.
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Unir a los divididos
En el 2016 y en el marco de las investigaciones por el caso Odebrecht, Lula da Silva fue acusado en varias ocasiones de corrupción y blanqueo de capitales. Entre idas, vueltas y apelaciones, el 24 de enero del 2018, un tribunal ratificó las sentencias, y, en abril de ese año, fue encarcelado. “Me arrestaron para que usted pudiera ser elegido presidente, pero luego me declararon inocente”, le dijo a Jair Bolsonaro en un debate presidencial en agosto.
En efecto, en setiembre del 2020, un tribunal federal desestimó algunos cargos por falta de pruebas; y en marzo del 2021, el Supremo Tribunal Federal de Brasil anuló las condenas “por defectos procesales y ordenó reiniciar los casos”, y dictó que el juez que llevó la causa, Sergio Moro, fue parcial.
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En ningún momento, sin embargo, la ley sostuvo que Lula estaba libre de polvo y paja. De allí que se espera que, durante su nuevo Gobierno, se enfrente a críticas que le recordarán estos sucesos. Al respecto, Luciana Santana, doctora en Ciencia Política e investigadora del comportamiento político, dice: “El país debe entender que Lula era elegible y no tiene condenas. Pero si bien la oposición utilizará el tema para atacar a su gestión, no creo que interfiera en la gobernabilidad”.
Para Santana, Lula también deberá resolver “los delitos medioambientales e implementar políticas públicas para combatir las desigualdades” e injusticias (según “El País”, por ejemplo, el hambre se disparó a “niveles de hace tres décadas al alcanzar los 33 millones de personas”). En paralelo, se enfrentará a problemas causados por una sociedad convulsionada y dividida. Tanto es así que ni siquiera ha tomado el poder y ya se sucedieron las primeras protestas: al día siguiente de la segunda vuelta, según el portal Télam y G1, manifestantes y camioneros bloquearon “rutas en al menos 11 estados”, y se registraron 52 protestas en Sao Paulo, Río de Janeiro y otros 10 estados.
“Apaciguar y unificar a los brasileros será quizás el mayor desafío al que se enfrentará Lula”, sentencia Santana.