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Diego Lévano

Hoy se celebra el día central del Corpus Christi, es decir 60 días luego de la resurrección de Cristo. En nuestro país, la referencia inmediata es la fastuosa procesión de imágenes de santos y vírgenes de las parroquias cusqueñas que se lleva a cabo desde tiempos virreinales. Pero en Lima es una fecha del calendario litúrgico que pasa desapercibida, aunque existieron tiempos en los que también era uno los principales hitos del calendario religioso de la ciudad.

Fue el Concilio de Trento (1545-1563) el que impulsó la celebración de la eucaristía y, por ende, el Corpus se convirtió para el Nuevo Mundo en una fiesta religiosa de espectáculo y liturgia que propiciaba la conversión de los naturales. En el Perú, el virrey Francisco de Toledo promulgó en 1572 la celebración de la fiesta del Corpus en cada provincia del Virreinato.

En Lima, el cabildo dio una serie de ordenanzas que impulsaban el esplendor y pompa que caracterizaba esta fiesta. Durante esos días de regocijos y procesiones, los regidores limeños portaban un bastón con un distintivo azul. Se nombraban comisarios para la fiesta, que eran los propios cabildantes o personas destacadas de las diferentes corporaciones limeñas (gremios, instituciones, cofradías, etc). La grandiosidad de la celebración del Santísimo llevaba a exhibir los tesoros de la ciudad. Por ejemplo, en 1562 los plateros de oro y plata pidieron resguardar cada uno de los ornamentos que prestaron para las procesiones.

Era costumbre en la noche de víspera llenar la plaza de luminarias e invenciones alegóricas que luego eran quemadas. El día central asistía a las celebraciones el virrey y la Real Audiencia. Este día se encerraba al Santísimo Sacramento en la catedral previa procesión solemne alrededor de la plaza, cuyos balcones estaban ricamente adornados. En el convento de monjas de la Encarnación se realizaba la procesión de la infraoctava del Corpus.

Por otro lado, estaban las cofradías que organizaban las procesiones. Por ejemplo, para 1639 participaron 27 cofradías de españoles, 19 de indios y 40 de negros y mulatos. Existieron cofradías que por estatuto fundacional estaban obligadas a participar, como la de zapateros españoles de San Crispín y Crispiniano, quienes destinaban parte del cobro del herrete al costo de la cera y honras para el Santísimo Sacramento. Los indios del mismo gremio acompañaban con sus cirios al estandarte y andas de los santos de la cofradía.

Por su parte, la cofradía de la Limpia Concepción de San Francisco participaba en la dominica infraoctava que celebraba dicho monasterio, además de las procesiones y la misa mayor. El beaterio de Copacabana de Lima era un espacio simbólico donde se exhibía la mayor pomposidad del día central y su octavario. Ahí los caciques e indios principales de la cofradía del mismo nombre exhibían sus emblemas de nobleza al igual que sus pares cusqueños.

El momento cumbre del día era la puesta en escena de autos sacramentales, comedias e incluso danzas y carros alegóricos. Se tienen noticias de que en 1563 se representó la primera obra de teatro de carácter religioso. En 1574, Sebastián de Arcos se obligó a representar una obra de la sagrada escritura. En 1581, Marcos de Hontañón Alvarado se comprometió a escenificar en la plaza frente a la iglesia mayor un coloquio de personajes bíblicos, además de animar el espectáculo con música y tres entremeses. El coloquio se denominaba “El juego de la primera”, con figuras de Cristo, Mundo Vicio, Digna Eva, San Pablo y María Magdalena vestidos de terciopelo de damasco y tafetán. En 1599 los oficiales cómicos de la ciudad pusieron en escena “Los trabajos de Cristo”, “Ursón, el pecador” y “Valentín, el justo”.

Como vemos, estos datos nos dan cuenta de una fiesta donde lo sagrado y lo profano se entremezclaba para exaltar el cuerpo de Dios, y la ciudad se abocaba completamente a las calles compitiendo con la imperial Cusco en pompa y solemnidad. Quizás algún día lo volvamos a disfrutar.