La tragedia de los venezolanos se ha convertido en un tema trillado. Es la consecuencia lógica. Eso lo saben los hacedores de esta historia. Y es que nosotros ya perdimos la capacidad de asombro. Pero lo que sí me asombra es la orfandad en que los dirigentes opositores dejaron al pueblo venezolano.
Ya no se escuchan voces que señalen salidas a un pueblo que marcha a la deriva buscando alimento, hurgando en la basura, buscando medicinas, enterrando a sus muertos, despidiendo a los hijos que se van dejando atrás su país devastado por una guerra.
De pronto, la voz de políticos emerge anunciando que van a recorrer el país para conocer las necesidades del pueblo. Al escucharlos estalla en mi rostro la incoherencia que hoy deja una vez más en el desamparo a un país entero.
Esa insólita oferta, que solo es propicia en una campaña electoral en un sistema democrático, me confirma que la estrategia opositora ha tenido como centro solo aspiraciones presidenciales frente a un régimen totalitario.
Volví la mirada a una crónica que escribí en junio del 2016, en la que intenté plasmar parte de lo que vivíamos:
“Nunca llegué a imaginar que me sentiría como una corresponsal de guerra en mi país. Es la guerra que pasa frente a tus ojos, aunque no escuches bombas, no veas humo, ni edificaciones destruidas, ni cadáveres en la calle, ni oyes gritos […] La desaparición de los alimentos se agrava con la ausencia total de medicinas, de equipos médicos, de insumos que van generando muerte día a día, y que queda bajo el manto del silencio. Justo estas líneas las escribo en el silencio de esos gritos que están allí, en cada habitante de mi país”.
Luego de dos años en donde la destrucción ha mostrado su rostro de un genocidio de Estado, me pregunto: ¿Recorrer el país para conocer las necesidades del pueblo o para llamar a nuevas elecciones fraudulentas? ¿Conocer necesidades luego de tanto tiempo? ¿Luego de tantos muertos? ¡¿Luego de tanto?! Y es que cuando le pregunto a cualquier venezolano sobre los políticos opositores, las respuestas coincidentes se entrecruzan: “nos dejaron solos”, “nunca tuvieron una hoja de ruta”, “no piensan en el país solo actúan por sus intereses personales”, “lo único que quieren es ser gobierno”, “están en conchupancia con el régimen”, “¿cuál oposición?, ¿cuáles dirigentes?”.
Sin que suene a que estoy justificando a los políticos de la oposición venezolana, porque no tienen justificación, debo señalar que este vacío de liderazgo es uno de los ingredientes en ‘la receta’ de estos regímenes. Desintegrar a la dirigencia opositora exacerbando sus bajas pasiones.
También lo es utilizar el poder absoluto para perseguir a los opositores, encerrándolos en cárceles o, en el mejor de los casos, obligándolos a huir del país. O desarticular la psiquis y la unidad entre ellos, para que el tiempo se diluya en peleas intestinas, y en sobrevivencias políticas, dejando a un lado a quien verdaderamente hay que vencer.
Estos regímenes necesitan que el pueblo se quede solo, humillado, desesperanzado, sin fuerzas, sin salidas, con la mirada puesta hacia otros países. Su objetivo es que los sobrevivientes, con el agotamiento y la tristeza que su sonrisa no puede enmascarar, abandonen su tierra.
Para entender que estos regímenes tienen una receta para cada sector, transcribo unas instrucciones que, según mis fuentes, Fidel Castro habría dado a un general del Ejército venezolano que viajó a Cuba enviado por Hugo Chávez a recibir adoctrinamiento: “Se debe controlar los alimentos, ponerlos en manos del Estado. Con esto los manejamos a todos, a nuestro antojo”. “A la gente hay que tenerla ocupada buscando comida, medicina”. “[Se debe] establecer una economía dual, en paralelo, una que lleva el régimen para los pobres, y la otra que se les hace inalcanzable al resto”. “Los pobres quedan dominados y los otros buscan irse”.