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San Martín y sus proclamas
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San Martín y sus proclamas

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El agudo manejo de las armas psicológicas, previo a la expedición libertadora que zarpó de Valparaíso rumbo al Perú, permitió al general José de San Martín tomar posesión de gran número de voluntades de nuestros compatriotas, antes que del suelo patrio.

Además del cauteloso trabajo de espías de ambos sexos que lo mantenían al tanto de lo que ocurría en el territorio del virreinato, fue valiosísima la incesante y copiosa distribución, sobre todo en Lima, de hojas volanderas con proclamas dirigidas a los más diversos estratos de la población. Teniendo en cuenta el abundante analfabetismo, los textos estaban redactados para ser escuchados, con la idea de “que el camino más seguro para llegar a la cabeza es el corazón”.

El 5 de julio de 1821 el virrey José La Serna comenzó a desplazar su ejército en pos del Cusco. La capital quedaba abandonada, librada a su suerte en momentos en que las partidas guerrilleras, acaudilladas por los patriotas Ignacio Quispe Ninavilca, Nicasio Ayulo y otros, intensificaban su ruidoso y amenazante merodeo en torno de las murallas que rodeaban la ciudad. En ella cundió el pánico y se vieron escenas impactantes.

Hombres, mujeres y niños, presos de angustia, llenaban las iglesias implorando la protección divina. La Serna había entregado formalmente la ciudad al marqués de Montemira y este, de inmediato, escribió a San Martín, quien se encontraba en la rada del Callao a bordo de la fragata Sacramento, solicitando su ayuda lo más pronto posible. El Libertador respondió que se pondría en movimiento sin perder un minuto. El día 7 se reunió el cabildo y le envió una efusiva nota de agradecimiento. La calma comenzó a retornar lentamente y las campanas volvieron a sonar con sus toques de costumbre.

Estando ya muy cerca de la portada que unía el puerto con la capital, San Martín, quien no descuidaba ni por un instante el bienestar físico y moral de sus hombres, envió esta conmovedora proclama: “A los habitantes de Lima. Vuestros soldados defensores se hallan sin tener nada con qué abrigarse: yo exijo de vuestro patriotismo y sensibilidad para que al señor marqués de Montemira, vuestro jefe, entreguéis las frazadas, ponchos o bayetilla que tengáis por conveniente para aliviar aquella urgente necesidad. No os dé cuidado por el estado de su vejez: los soldados de la patria no conocen de lujo sino de gloria. San Martín”.

Vemos que no fue un contingente gallardo el que marchó en protección de la capital del virreinato más importante de América del Sur, sino hombres blancos, mestizos y afroamericanos que se reponían de la epidemia de cólera en Huara que había causado 1.400 bajas durante el verano y otoño de ese año.

Ellos fueron recibidos con alborozo poniendo fin a las cuitas de los limeños y, días más tarde, el 28 de julio, formarían con los uniformes remendados lo más rápidamente posible, rindiendo los honores militares en la ceremonia de proclamación de la independencia del Perú, que hoy recordamos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

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