En una fábula de Tomás de Iriarte, un pato alardeaba de poder volar; cuando se cansaba de hacerlo, podía caminar; y, cuando se aburría de hacerlo, se jactaba de poder nadar. Ante esto, una serpiente que lo observaba le dijo, no sin ironía: “Haces las tres cosas mal, yo solo me arrastro y lo hago muy bien”.

Estamos entrando en el año oriental de la dejando el año del dragón. Una hermosa criatura sin patas y con lengua bífida, increíble capacidad de movimiento y ataque y, en algunos casos, premunida de un veneno letal. Quizás, junto con el fuego, la serpiente sea uno de los elementos más temidos de la naturaleza por el ser humano y, sin embargo, ha sido venerada por siglos, es el símbolo de la medicina (pues produce el propio antídoto de su veneno) y una perfecta metáfora de un sigilo y prudencia que nos hace tanta falta en estos días.

Occidente no ha tenido una buena relación con los ofidios, pues ya desde el génesis estos han sido la personificación del engaño en el jardín del Edén en un relato bien conocido en el que la serpiente no queda bien parada (bueno, en realidad no puede pararse). Siempre ha estado asociada al mal.

Muchas culturas, sin embargo, han divinizado a los ofidios: desde India, donde las cobras son vistas como protectoras, hasta México, donde los aztecas las veneraban como un dios emplumado y salvador bajo el nombre de Quetzalcóatl, y en los Andes, donde el amaru es visto como un ser creador que vaga bajo la tierra cual serpiente enorme provocando cataclismos.

Su hipnótica y elegante forma de moverse la han convertido en la metáfora sagrada de los ríos, de la vía láctea o de la columna vertebral y energética de los seres humanos. En el cantar de Gilgamesh, la primera narración registrada de la especie humana, se asocia el increíble proceso que tienen las serpientes de cambiar de piel con la inmortalidad. Pero es quizás la proyección que vemos en ella a partir de su mirada, pues a pesar de no tener una expresión específica pareciera de severidad humana, su sigilo y su letal velocidad, lo que nos ha dado siempre fascinación y temor, vaya par de sentimientos.

Para el horóscopo chino, las serpientes son intuitivas, astutas y, cómo no, capaces de renovarse, de reinventarse.

Hay una hermosa tradición zen que narra la historia de una serpiente cuya actitud amenazante y silbido asustaban a todo el que pasara cerca de su madriguera. Pero un día un monje se acercó de una manera tan amorosa que la serpiente cedió ante su ternura y decidió dejar de lado su agresividad. Al correrse la voz en el pueblo de la nueva actitud de la serpiente, los humanos la apedrearon, abusando de su nueva amabilidad. Al enterarse de esto, el monje volvió y conversó con la serpiente, que le comentó: “Mira el precio que he pagado por ser pacífica y no hacer daño”. El monje le explicó entonces que era bueno para ella y para todos no buscar hacer daño, pero en ningún momento debía dejar de poner límites, así que la serpiente siguió marcando su territorio con sus silbidos y con su mirada, solo con la intención de proteger su paz.

Esto nos recuerda la metáfora bíblica en la que la serpiente (que no siempre es la mala de la película) aparece como ejemplo en cuanto Jesús pide a los discípulos ser mansos como palomas, pero astutos como serpientes. Esto nos viene bien en aprender que en una realidad tan absurda como la que estamos viviendo, donde el poder de todo tipo busca pisarnos, es importante movernos con cautela, con astucia y con capacidad de cambiar de piel, renovando nuestras antiguas formas de pensar, evitando ideas fijas.

¡Feliz año de la ssssserpiente para todos!

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Alexander Huerta-Mercado es Antropólogo, PUCP

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