Se nos fue Carlos Alberto Montaner, escritor cubano exiliado, defensor incansable de la libertad humana, activista y amigo.
A sus 80 años de vida, no llegó a ver una Cuba libre como soñaba, pero no se resignó. “Por mucho que dure”, dijo en sus memorias, “lo que sucede en ese país es un disparate condenado a desaparecer”. En otro momento declaró que “ha sido hermoso estar en las trincheras”.
Se refería a la batalla de las ideas en el mundo de habla hispana. Con los pies en la tierra, una visión liberal y una facilidad de expresión, influyó en el pensamiento de generaciones de latinoamericanos y españoles. Lo hizo a través de sus miles de artículos de opinión, docenas de libros, presencia en los programas televisivos más vistos y constantes viajes por todo el hemisferio y España, donde vivió décadas de su exilio.
Carlos Alberto tuvo un aprecio especial por el Perú. Dijo que cuando surgió en 1987 el Movimiento Libertad liderado por Mario Vargas Llosa para enfrentar la amenaza autoritaria del presidente Alan García, “dio vida al pensamiento político liberal latinoamericano como no se había visto antes en la historia política de América Latina”.
Tuvo razón. Y en la medida en que esas ideas tomaron más fuerza y buena parte de la región se empezó a liberalizar, Carlos Alberto se convirtió en un referente cada vez más importante. Yo lo conocí en los 90 y lo que más me impresionó de él fue su calidad de persona. Era simpatiquísimo –modesto, sofisticado y de buen humor–. Coincido plenamente con Andrés Oppenheimer en que, además de todo, el escritor cubano era “una buenísima persona”.
Carlos Alberto siempre fue muy generoso conmigo. Cada vez que lo invité a participar en conferencias en América Latina o Estados Unidos, aceptó con ganas. En esas reuniones, habló de historia latinoamericana, ética, filosofía y la coyuntura política. Solía resaltar la importancia de la libertad de expresión. Decía que “la tolerancia es el clima idóneo para la aparición de la verdad”. Al conocer a Carlos Alberto, era evidente que encarnaba el espíritu liberal, todo lo contrario a lo que decía el régimen cubano que lo acusaba de ser “terrorista”.
A propósito, una vez que participó Carlos Alberto en un seminario en Lima organizado por el Instituto Cato y Enrique Ghersi, el régimen cubano nos aportó entretenimiento. Organizó una protesta pública que consistía en cinco individuos con una pancarta enorme que decía “Carlos Alberto Montaner, asesino”.
En realidad, la única manera en que mataba Carlos Alberto era a través de la lógica y el humor. Alguna vez escribió, por ejemplo, que “Cuba es el único país del mundo en el que es más fácil cambiar de sexo que de partido político”. Cuando le pasaban la palabra en conferencias decía que siempre es un peligro darle un micrófono a un cubano.
Si se quieren reír, recomiendo que lean “El hombre que hablaba con los pájaros”. En ese artículo, Carlos Alberto le toma la palabra a Nicolás Maduro, quien había dicho que Hugo Chávez, recién fallecido, se le apareció en forma de un pájaro. La comparación que hace Carlos Alberto con un caso real de un loco que hablaba con las palomas terminó “matándole” a Maduro.
Cuando murió Fidel Castro, escribí en estas páginas que representaba lo peor de la peor tradición centralista de América Latina. Carlos Alberto Montaner, en cambio, fue otro tipo de cubano. Desconfiaba del poder, no creía en las utopías y fue fiel sus principios basados en la dignidad y libertad de los individuos. Fue un latinoamericano ejemplar que tuve la suerte de contar como amigo. Lo extrañaré mucho.