Los riesgos para el mundo y el país han escalado de manera notable en las últimas dos semanas. La pandemia del COVID-19, que ya ha cobrado la vida de más de 29 mil personas, sigue creciendo de manera acelerada: los primeros 100 mil casos se identificaron en 66 días; 12 días después, los siguientes 100 mil; y en los siguientes 10 días, 400 mil más. Todo ello, por cierto, sin tomar en consideración que la pandemia aún no llega con fuerza a África, el continente más pobre, subinfraestructurado y desarticulado comercialmente del planeta.
La estructura económica global ha sufrido un daño mayúsculo. Los mercados han caído 20% en el último mes, al igual que los commodities y bonos, y las cosas no apuntan a mejorar pronto: el índice Dow Jones de envíos globales, una suerte de variable proxy del comercio internacional, ha caído 40% en lo que va del año.
A escala local, cuatro ámbitos necesitarán profunda atención: en primer lugar, por supuesto, la contención y mitigación del virus, lo cual requiere un esfuerzo público y privado. Si bien el Gobierno ha tomado medidas adecuadas (la más notoria, la estricta cuarentena instaurada), es sobre todo la ciudadanía la que debe hacer el mayor esfuerzo (aislamiento, distancia e higiene) a fin de prevenir que la tasa de propagación escale de manera indomable. Nuestra realidad obliga a exagerar las medidas de prevención, tanto por la inadecuada cobertura de infraestructura sanitaria como por las bajas temperaturas en distintas regiones del centro y sur del país.
El segundo frente se presentará en lo económico. No solo el entorno externo jugará contra nuestras expectativas anuales, sino –sobre todo– el comercio y la prestación de servicios locales. Cerca del 75% de nuestra PEA y 45% de nuestra producción son informales, lo cual supone una retracción en distintas actividades anexas a las cadenas de comercio y producción local (en los sectores más necesitados, por cierto). El sector formal, casi paralizado, es –por otro lado– el principal contribuyente.
Como sostiene Richard Baldwin, ambos ámbitos (epidemiológico y económico) crearán un “problema de dos curvas”. El coronavirus no es particularmente letal, empero requiere aislamiento, lo cual detiene en seco tanto a la producción como al consumo. Y ni qué decir de la inversión. Debemos trabajar, por ello, en contener y mitigar la pandemia, pero también en proteger la fibra económica que permita al país volver a la senda de progreso que todos necesitamos. En dicha línea, ha hecho bien el gobierno en apuntalar soluciones de alivio económico, tanto a familias como a empresas (aunque mínimo a grandes empresas, muchas en crisis de liquidez).
La asociación del primer y segundo frente impactará en el tercer y cuarto frente: el político y social. Entrando en el espacio del año electoral, la oposición hará uso de esta problemática, lo cual podría llevar al Gobierno a un comportamiento oportunista en busca de popularidad. Por otra parte, el aislamiento por 30 días (o más) generaría brotes de ansiedad en los sectores más necesitados, y en mayor medida si no se ven resultados positivos en el corto plazo.
Ojalá la cordura de todos los peruanos prime en este caso.
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