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En el siglo XXI, las campañas políticas ya no se ensayan frente al espejo, sino frente a un prompt. Frases más seguras, gestos más firmes, relatos mejor armados. Los aspirantes políticos empiezan a descubrir que la también sabe contar historias que emocionan, incluso más que ellos.

Hasta no hace mucho, el arte de la política consistía en saber qué decir, cuándo callar y, sobre todo, cómo posar para la foto. Hoy, a ese repertorio clásico se le ha sumado un nuevo asesor silencioso: la inteligencia artificial. No milita, no vota y no postula, pero ya está ayudando –y mucho– a que varios aspirantes a gobernarnos se vean más convincentes de lo que quizá son en la vida diaria.

No se trata de robots dando discursos ni de hologramas presidenciales, todavía. Lo que vemos es algo más sutil y por eso más eficaz: narrativas mejor construidas. Historias que ordenan biografías dispersas, afinan mensajes, corrigen torpezas comunicativas y dotan de épica a trayectorias que, sin ayuda, sonarían bastante más prosaicas. La IA no inventa candidatos desde cero, pero sí les pasa filtro, corrector de estilo y, en algunos casos, aporta una ligera capa de carisma digital.

Esto, por supuesto, no es nuevo. La propaganda política siempre ha sido el arte de mostrar estratégicamente lo que conviene, y de esconder lo que no conviene. Antes se hacía con eslóganes, jingles pegajosos y fotos en blanco y negro que disimulaban arrugas ideológicas. Hoy se hace con ‘storytelling’ asistido por algoritmos: frases más contundentes, relatos emocionales calibrados y contenidos personalizados para públicos específicos. Cambia la herramienta, no el impulso.

La diferencia es la escala y la velocidad. La IA permite probar historias como quien prueba trajes: este discurso conecta mejor con jóvenes urbanos, este otro funciona con electores desencantados, aquel genera más empatía que rechazo. Todo en tiempo real, con métricas y ajustes continuos. El candidato puede no ser particularmente elocuente, pero su narrativa sí lo es.

La pregunta incómoda es si estas historias sirven solo para movilizar emociones o si también pueden posicionar ideas de fondo. Porque una democracia no se sostiene únicamente con relatos bien contados, sino con propuestas que resistan algo más que un video viral.

Para quienes aspiran a gobernarnos, el desafío es claro. Usar la IA como herramienta, no como muleta. Las narrativas pueden amplificar fortalezas reales, ordenar visiones y explicar mejor decisiones complejas. Pero no reemplazan la sustancia.

Y para nosotros, ciudadanos informados, la tarea es doble: escuchar las historias, sí, pero también hacer las preguntas incómodas. ¿Qué hay detrás del relato? ¿Qué propuestas sobreviven cuando se apaga la música?

Las buenas historias seducen y hasta inspiran, encendiendo la mecha del interés. Pero como toda interacción que busca persuadir, necesitan más elementos para conservar el interés. Y eso es sustancia personal.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Maite Vizcarra es tecnóloga, @Techtulia.

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