"La precaria situación de la educación es el principal problema solo para el 5% de los latinoamericanos y el 5% de los peruanos, según el Latinobarómetro 2017". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"La precaria situación de la educación es el principal problema solo para el 5% de los latinoamericanos y el 5% de los peruanos, según el Latinobarómetro 2017". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Ignazio De Ferrari

A medida que los hallazgos de las investigaciones a la red salen a la luz –y terminan con presidencias como la de y ponen en prisión a líderes históricos como el brasileño – la corrupción se convierte en nuestra región en un problema cada vez más importante para los ciudadanos. En el Perú, según una encuesta reciente que utiliza datos del INEI, la corrupción es el principal problema nacional para cerca del 50% de la población, dejando a la inseguridad en segundo lugar. ¿Qué nos dice esto sobre el país en que vivimos? ¿Y qué significa que sea este el problema número uno y no otros como las lamentables condiciones de nuestro sistema educativo?

Una mirada a la data del Latinobarómetro del último cuarto de siglo nos permite trazar el siguiente panorama regional: entre 1995 y el 2009, el desempleo y otros aspectos económicos ocuparon el primer lugar en las preocupaciones ciudadanas. A mediados de la década pasada, la criminalidad empezó a ganar terreno y para el 2010 era ya el primer problema regional. Aún hoy, la inseguridad es la principal preocupación para los latinoamericanos, excepto en los países que, como Brasil y el Perú, han sido más afectados por Lava Jato.

Visto en perspectiva, es sorprendente que en el Perú la corrupción sea hoy un problema más importante que a inicios de siglo. En el 2001, luego de que los ‘vladivideos’ revelaran el desastre moral del régimen fujimorista, la corrupción era el principal problema solo para el 5% de los peruanos. Por otro lado, si bien la corrupción es la gran preocupación y el tema de numerosas columnas de opinión por estos días, es lo que no se ve y de lo que no se habla tanto, lo que, en el fondo, más nos dice sobre la realidad en que vivimos. La precaria situación de la educación es el principal problema solo para el 5% de los latinoamericanos y el 5% de los peruanos, según el Latinobarómetro 2017. Y, peor aun, esos números se han mantenido estables en los últimos tres lustros.

¿Qué significa y qué consecuencias tiene que en un país con nuestro paupérrimo nivel educativo la educación no esté a la cabeza de las preocupaciones de los ciudadanos? Por un lado, el hecho de que la criminalidad y los problemas económicos tengan precedencia sobre la educación sugiere que la vida cotidiana sigue siendo demasiado dura y hostil para las grandes mayorías. En otras palabras, siguen existiendo importantes necesidades existenciales no resueltas como la integridad física y el sustento económico. Que la corrupción sea una preocupación tan importante sugiere que la clase política camina al filo del abismo.

Todo esto tiene profundas consecuencias para el futuro del país. La oferta política suele estar relacionada a las demandas ciudadanas. Si un tema no es prioritario para los votantes, no suele serlo para los políticos porque significa que el caudal de votos está en otro lado. Y si bien el hecho de que un tema sea prioritario no garantiza que se solucione –fijémonos nomás en la falta de ideas para resolver la criminalidad– permite, al menos, que se discuta en la arena pública. Es difícil imaginar soluciones creativas a los problemas de nuestra educación sin un gran debate nacional verdaderamente participativo.

La gran ironía de esta historia es que sin una ciudadanía bien educada, consciente de sus derechos y deberes, y lista para enfrentar los retos de nuestro tiempo, es difícil empezar a resolver los grandes problemas del país. No podemos pensar en derrotar a la corrupción y reducir la criminalidad en el largo plazo sin ir al centro del problema, sin enfocarnos en la educación. En el terreno económico, la investigación del economista francés Thomas Piketty apunta a que, en el tiempo, la mejor forma de reducir la desigualdad pasa necesariamente por la educación.

En el fondo, cuando expresamos que la corrupción y la criminalidad son nuestras principales preocupaciones, nos enfocamos en el síntoma y no en el verdadero problema. Para que la educación tenga un espacio central en la vida nacional, los ciudadanos –porque los políticos difícilmente lo van a hacer por nosotros– tenemos que invertir el orden de prioridades: más educación primero, para con esa herramienta hacer frente a las tareas pendientes de la república.